sábado, 13 de enero de 2018

Sueña pero nunca olvides que es un sueño


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Sueña, pero nunca olvides que es un sueño.
12 – 01 - 2018

Los sueños. ¡Dios! ¿Podríamos vivir sin los sueños? ¿Qué sería de nosotros, de casi todos nosotros, si no fuéramos capaces de soñar?  Pero… ¿Por qué soñamos? ¿Por qué creamos mundos imaginarios donde incorporamos retazos de la realidad, uniéndolos y pegándolos,  construyendo un collage donde nos movemos como protagonistas únicos e indiscutibles? Freud quiso ver en los sueños la puerta de entrada a ese mundo secreto donde se generan los impulsos, donde corre la beta de agua en la que crecen los deseos, anhelos e inquietudes que generan nuestras conductas. ¿Son los sueños el escaparate de nuestros miedos y temores, de nuestros gozos y sombras? No lo sé, ni Feud lo supo, a pesar de que exploró la puerta de entrada a esa parte del yo tan escondida, que ni siquiera el propio yo es consciente de ella.

¡Ah, los sueños! Nubes de luz en la noche, fuentes de dichas ocultas, jardines de un paraíso que crece entre las penumbras, torrentes de vida de alcoba, luz de la oscuridad que el sol con su luz oculta. ¡Ah, los sueños! Me gustan porque todo en ellos es posible: soy el príncipe que rescata a la princesa y el rey que castiga a los malvados, soy el más listo de clase y el más respetado en el patio, soy el dueño del baile y el galán más deseado, soy todo aquello que quiero y que me ha sido negado. Benditos sean los sueños; sí, sean benditos los sueños, porque me dan la energía para vivir, día a día, esa pérfida verdad que me rodea desde la aurora al ocaso. ¿Por qué sueño? Porque quiero respirar, porque quiero que ese yo que llevo encerrado dentro, rompa los eslabones de las cadena que me ata a la triste realidad. Por eso quiero soñar, porque es el único lugar donde me siento libre, libre de verdad. Soy la suma de mis sueños. Fui engendrado en la oscuridad de la noche, he crecido en la míseras penumbras de un mundo sumergido en la pobreza, pobreza inmensa, pobreza física y pobreza de espíritu. Y sin embargo, los sueños han hecho de mi lo que soy: tan solo una herramienta útil para una realidad inútil. Llega la noche, se apaga la luz, y yo comienzo a soñar.

Sueña, sueña; pero no cometas el error de hacer de tu vida un sueño. Te llamarán loco, no encajarás en el puzzle, serás una pieza aparte, nadie te entenderá. Solo dentro de tu sueño alcanzarás la verdad de lo que eres y piensas, solo en él encontrarás los apoyos para no morir de abulia, de aburrimiento, de abandono; solo en él desaparece la mortal indiferencia que te rodea y te mata, Solo en él, la inmensa mediocridad donde navegan los egos, reduce sus marejadas. ¡Sí sueño! Sueño para no sentirme muerto, sueño para vivir cada día, para poder sonreír. ¡Sueño! Aunque a veces me dé miedo, porque no sé distinguir que parte de mi es el sueño y que otra parte es mi vida; la real, la que me impide volar.

¡Ah, Ulises! –Que me aten al mástil-, ordenaste, para poder escuchar los cantos de las sirenas. Esas bellas melodías, sinfonías de las diosas que se acurrucan en sueños, hechiceras de la noche, reinas de la oscuridad. Escuchaste esas voces mensajeras de locura, y casi te cuesta la vida. Tú lo sabías, Ulises: que no puedes vivir un sueño sin caerte por la borda, has de estar muy bien sujeto a las verdades del día. Tú, Ulises, lo sabías, que los sueños, sueños son, y pueden costar la vida.


Francisco Murcia. 

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