A todos aquellos padres y madres que debieron sufrir la agonía de la ausencia.
Mañana hay carta
5
– 01 - 2018
Zumban
los oídos y la pollilla revolotea,
dando
vueltas y más vueltas
en
torno de una bombilla de pobre luz lastimera,
que
solo arroja penumbras
y
negrura entre las sombras.
Mañana
hay carta, dice madre,
porque
padre está muy lejos,
más
allá de unas montañas que ni siquiera las vemos,
que
están, dicen, en el mapa,
como
manchas alargadas que nos señala el maestro.
Mañana
hay carta,
y
en los ojos de mi madre se enciende una lucecita.
¡Pobrecita!
Ella sola, remendando entre cenizas,
con
los dedos ateridos a la luz de una bombilla
que
solo arroja penumbras en medio de la negrura.
Ya
está leyendo la carta sin haberla recibido,
y
su mente se recrea en ese “querida esposa”
que
aparece al desplegar esas cuartillas rayadas
donde
mi padre le cuenta y le habla cada mes,
y
entre mes y mes el silencio, la zozobra, la ansiedad,
y
la esperanza cargada de dudas y de temores.
Pero
por fin llega el sobre con una pobre soldada
que
pone pan en la mesa, poca carne y buen tocino
acompañando
a la sopa y garbanzos del cocido.
La
polilla dando vueltas
en
torno a aquella bombilla de penumbrosos matices
renueva
las esperanzas de madres desesperadas,
cuyos
maridos marcharon
más
allá de las montañas que aparecen en el mapa,
y
las mujeres quedaron al calor de las cenizas,
con
los dedos ateridos remendando pantalones,
a
la luz de unas bombillas de penumbrosos matices,
mientras
ellos se desvelan en tierras desconocidas
por
ganarse los salarios que sus tierras les negaron,
por
ganarse la soldada pa poner pan en la mesa
y
comprar las alpargatas que sus hijos necesitan
para
no correr descalzos persiguiendo sabandijas.
Son
las dos de madrugada y aun le quedan remiendos,
la
polilla sigue y sigue, en torno de la bombilla,
y
mientras mueve la aguja con maestría obligada,
renueva
las esperanzas de que mañana haya carta.
Ya
no hay ascuas bajo las frías cenizas,
solo
hay frío y soledad, y unos niños encogidos
que
duermen bien apretados para tener menos frío.
Querida
esposa:
Me
alegraré que al recibir esta te encuentres bien.
Yo
bien, a Dios gracias.
La
recibió hace un mes y aún la sigue leyendo.
La
sombra de la polilla rauda atraviesa el papel.
Una
tenue sonrisa se dibuja en esos labios
que
entre sombras y cansancio
lanzan
un beso a los vientos para que llegue hasta él.
Con
primor pliega el papel y se lo lleva a los labios,
después
lo mete en el sobre.
La
polilla vuela y vuela en torno de la bombilla.
Mañana
hay carta, verás- se dice en silencio a si misma.
Y
es que ya ha pasado un mes, y no han llegado noticias.
Vencida
por el cansancio rendida se va a la cama
y
sueña con esa carta que espera tener mañana.
Querida
esposa, dice el encabezado y ahí termina la carta,
pues
ya no le quedan fuerzas ni para seguir soñando.
Francisco
Murcia
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