Apareció de repente.
29 – 12 - 2017
Apareció así, de repente,
emergiendo de las ondas, de ese éter en el que todo puede pasar y nada sucede.
Apareció como un rayo rasgando la oscuridad, como un relámpago en la noche,
como el eco de un susurro en el silencio, como una corazonada de algo hermoso,
pero inconcreto, indefinible. Apareció como aparecen los ángeles con los
mensajes del azar: sin previo aviso, como un espejismo en la eterna soledad de
mi desierto, como un sorbo de agua fresca en la fragua de
Vulcano, como tabla
salvavidas en la agonía de un náufrago.
Y juntos, bajo la inmensidad
de un cielo sin horizontes, comenzamos a tejer la telaraña de un sueño.
Hilvanamos las palabras, trenzamos las frases y tejemos emociones y así,
salvando los vacíos de la distancia, creamos un mundo aparte, un mundo sin
fronteras, un mundo de amaneceres sin ocasos en el que la noche cobra vida y
sus silencios se tornan en fragorosas tormentas de pasiones ¿prohibidas?, no a
la luz del amor que las anima. Y así, se hizo sol la oscuridad de la noche y
melodía los susurros del silencio, y un enjambre de duendes caprichosos
poblaron los paisajes de los sueños. Ellos son los únicos testigos del mundo
que nos hemos tejido, como una tela de araña con los hilos de ilusiones y el calor
de deseos compartidos.
Pero viene el día y con él
la dura realidad asesina de los sueños. Tal como a Cenicienta le daban las
campanadas de la doce de la noche y su mundo desaparecía, volviendo a ser
calabaza lo que antes fue carroza, ratones los que antes fueron pajes y
andrajos el maravilloso tul de su traje, así mismo al venir el día, los
susurros del silencio se convierten en gritos de agonía, la luz que animaba los
sueños de la noche se agosta ante el ardiente sol del mediodía y los sueños se
diluyen en un cielo sin nubes, en un paisaje sin horizontes, que sostengan la
esperanza de algún acaso extraviado que le susurre al oído, y le recuerde que
el príncipe ha encontrado su zapato, que la espera en la noche con corceles y
carroza para llevarla hasta el baile, aunque hayan dado las doce, y aunque se
acabe la noche y apunte ya el mediodía, se puede seguir soñando a pesar de
aquellas voces que le gritan lo contrario.
Apareció así, de repente,
entre las ondas del éter, y yo la sigo esperando.
Francisco Murcia
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