
Mi cenicienta.
16 01 - 2018
No
podía creerte, lo siento vida mía,
no
podía creerte,
porque
mi alma fue herida desde mis días primeros
por
el filo de un cuchillo desgarrando mis entrañas.
Vi
la burla en las miradas,
la
indiferencia en los gestos,
el
vacío en las caricias que a mi nunca me llegaban.
Vi
en los ojos el filo del cuchillo que me hería,
y
en los ecos de las risas las piedras que me pesaban;
sentí
como me aplastaba la losa de los silencios,
mientras
por dentro gritaba, quedando muertos mis ecos,
sin
sonidos, sin palabras, solamente a escondidas,
las
lágrimas derramadas escribían
mis
desdichas en mis heladas mejillas,
anhelantes
de unos labios y de una leve caricia.
Por
eso inventé los sueños,
para
buscar en los cuentos los ojos que yo quería,
para
hablarle a Blancanieves y pedirle a Cenicienta
que
me dejara lugar en su carroza y su fiesta,
pues
si el ratón es un paje y el gato un bello alazán,
¿por
qué no puedo ser yo, un niño desarrapado,
el
príncipe del zapato que ha encontrado a su princesa?
Por
eso inventé los sueños,
para
no perder la vida en medio de mis tristezas,
para
poder sonreír ante miradas esquivas,
para
seguir siendo un niño,
para
no morir de pena.
¡Lo
siento vida mía!
Son
tantas las cicatrices
que,
incluso dentro del sueño llegaron a sangrar.
Una
persona cabal, justa leal y sincera,
así
he sido yo de mayor.
Nadie
sospecha que este hombre encierra un niño por dentro
que
sueña con Blancanieves
y
le pide a Cenicienta unos bailes en su fiesta,
deleitándose
en sus sueños con el tacto de su talle.
Ahora
tú eres mi sueño, mi mágica Cenicienta.
Pero
yo no te he inventado y estás dentro de mi sueño,
con
tus alas desplegadas,
con
la belleza de un ángel.
Dame
tiempo vida mía,
pues
más allá de las doce,
recogeré
tu zapato y tú serás mi princesa.
Francisco
Murcia.
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