viernes, 8 de junio de 2018

El amor es algo más


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El amor es algo más.
8 – 06 - 2018

Estimado amigo Antonio, ya sabemos de los neurotransmisores que activan la química del amor; sin embargo, es tan prosaico, resulta tan fría la corriente de ese arroyo hormonal, que prefiero viajar por las riveras de ese otro río, el de los sueños, e imaginarme a Eros traspasando con sus flechas los muros de la indiferencia, para escribir en su hierática coraza la palabra AMOR, así, con mayúsculas, que no las borren las borrascas que desbordan el caudal de las pasiones, ni las ciegue el súbito resplandor de un relámpago en la noche o una mirada escondida en lujuriosos paisajes.

El AMOR, así, con mayúsculas, es otra cosa. No lo digo porque lo piense, porque el amor no se piensa; lo digo porque lo sueño, y lo sueño de tal modo y de tal modo lo siento, que me niego a imaginar que detrás de mis anhelos no hay más que un arroyo de sustancias, donde crecen los paisajes de mis sueños. No hay dopamina en mis noches, ni oxitocina en mis días, no hay serotonina en la que navegue la nave de mis desvelos; solamente hay un deseo: el de tenerla conmigo, cogidita de la mano y regalarle un “tequiero” al darle los “buenosdías”.

Sí, ya lo sé. Sé que mis palabras son las de un loco enamorado, que no entiende que la ciencia nos secuestre la ternura de un café al saludar la mañana, el temblor disimulado ante el roce de unos labios, el candor de una mirada, o la dulce y silenciosa melodía que se esconde en un susurro donde van los “buenosdías”; que se niega a que la ciencia, con sus agudas aristas, desgarre la piel de los sentimientos, y se les haga la autopsia como se le hace a los muertos. Porque el amor nunca muere cuando está escrito en el tiempo, porque su tiempo es eterno como eternos son los sueños.

No, no me digáis que el amor es un compendio de humores que regulan nuestro cuerpo, porque no es el cuerpo el que ama, la que ama es el alma, el cuerpo solo es un receptáculo, a veces muy débil, a veces ciego, que no siempre sabe bien por dónde camina, que se tropieza, que se equivoca y que sufre. Esa es la verdadera fuente de ese río donde se ahogan los sueños sin darnos cuenta. Sin embargo… ¡es tan difícil conciliar la debilidad del cuerpo con la grandeza del alma!

Por eso me gusta soñar, porque saco de los sueños retazos del alma con los que alumbrar los oscuros senderos de la vida real. Por eso, cuando me despierto, doy los “buenosdías” escritos en el eterno e infinito pergamino de mis sueños; porque en esos “buenosdías” brilla un trocito de mi cielo. Pero no te preocupes, mi alma es infinita, como lo es la tuya. No dejemos que el cuerpo, sumergido en las corrientes de sus anhelos, enturbie las fuentes de donde mana el verdadero amor, aquel que no depende solamente de los rigores de la ciencia, sino de aquella mirada que supo ver en el alma.


Francisco Murcia.

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