
Ladrón de sonrisas.
12 – 01 - 2018
¿Cómo empezó todo? No lo sé.
Andaba en el aire, perdido, como vagabundo en busca de un hola sin adiós,
mendigo de cariños extraviados; los propios están tan lejanos en el tiempo que
ya se han perdido entre las grietas del desierto de emociones donde transita mi
vida. Al final, solo buscaba una mirada distinta, un gesto no acostumbrado, una
sonrisa perdida que pudiera coger al vuelo y apropiarme de ella, para
recordarla una y otra vez. No importa a quien fuera destinada, daba igual; solo
importa que pasaba por allí, que se cruzó en mi camino, y tengo tanta necesidad
de un rostro y una sonrisa, que me apropie de ese gesto, lo guarde en mi
memoria, y ahora, en la oscura soledad de mi habitación vacía, le sonrío a ese
rostro que no conozco, un rostro anónimo, sin nombre, un acaso que deambulaba
tal vez paseando su soledad, tan triste como la mía. Sí, pudo ser una sonrisa
sin destino. Me complace imaginarlo porque de ese modo, puedo soñar con ser el
dueño de esa sonrisa.
Son sueños de un jubilado.
Hace tanto, tanto tiempo que ha dejado de reír, que los canales del rostro
donde escriben las edades, están rígidos, faz hierática esculpida por avatares
convulsos que han sacudido su vida. Tampoco sabe llorar, ha tiempo que lo ha olvidado.
Apenas un resto de lágrima, desde unas cuencas hundidas, transita por esas
grietas, jeroglíficos que el tiempo ha grabado en esa piel, donde las lluvias y
el viento, el sol y el gélido invierno han pintado las angustias, las penas y
desengaños.
Ya son muchos los años.
Déjenme con mis manías. Si en mi paseo diario puedo ver una sonrisa, ¿por qué
no puedo robarla? ¿quién me prohíbe guardarla si no se la quito a nadie? ¿a
quién le hago daño yo por robar una sonrisa? Después en mis soledades, la recuerdo
y le sonrío. Son ligeros extravíos de una vejez solitaria, que pasea por la Rambla robando sonrisas
perdidas. Y es cosa muy curiosa, porque buscando sonrisas, se calman malos
humores, y los canales del rostro suavizan su textura, las cuencas de los ojos
parecen menos hundidas, y aquellas miradas perdidas en la distancia mostrando
la indiferencia ante el final de la vida, se detienen en el rostro de una
sonrisa perdida. Y de pronto cobran vida los surcos de las edades, y mi rostro
se ilumina con una media sonrisa; la otra media me la guardo para hablar con el
recuerdo de la sonrisa robada en una alcoba vacía.
Francisco Murcia.
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