¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
21
– 09 - 2018
Dicen
que al hacernos viejos nos vamos desprendiendo de las cosas, no en el sentido
de desecharlas por inútiles o que se haya perdido el interés que un día se tuvo
por ellas, no; se refiere a que vamos desatando los lazos emocionales que nos
ligan a ellas; las ambiciones van decayendo y comenzamos a flotar más que a
nadar en el río de la vida, a dejarnos llevar por la corriente, lo cual puede
significar dos cosas: que damos por cumplidas nuestras aspiraciones o bien nos
resignamos a sobrevivir bajo el peso de una amarga derrota. Sea como fuere,
todo aquello que nos ligó a la vida, que ocupó el centro de nuestros anhelos,
se va desdibujando lentamente, como las nubes que después de la tormenta, van
cambiando de forma a medida que pierden consistencia hasta desaparecer,
quedando un cielo raso enteramente azul, enteramente igual, tan solo queda un
horizonte sin estridencias, sin accidentes, en el que hasta los ocasos dejan de
vestirse de gala para no romper la mortal monotonía. Ese es el cielo de nuestra
mente a medida que las emociones dejan de teñir todo aquello que formó parte de
nuestra vida. Tal vez solo nos quede algún resto extraviado en los rincones más
oscuros donde prendieron las semillas de nuestros primeros sentimientos: el
recuerdo de los padres, el nacimiento del hijo y mucho más atrás, en la primera
percepción del yo, tal vez una peonza, un cuento en la voz del abuelo o un
caballito de cartón raído.
Hace
tiempo que las fechas han dejado de tener importancia: el día de la boda, el
nacimiento del hijo, el primer “tequiero” escuchado entre las frondas del río o
insinuado entre las notas de una canción, el fuego al primer roce en la yema de
los dedos, los mensajes escondidos en miradas atrevidas, aquellas primeras palabras,
aquellos primeros gestos. Mucho después, los cumpleaños, las fiestas señaladas,
el traje de los domingos y el aroma de la mesa que nos sabe a pepitoria. Todo,
todo va quedando en la cuneta a lo largo del camino, disolviéndose en las
brumas de los años. El cielo es un completo azul, un azul uniforme, inmenso, y
no tenemos brújula. ¿Qué importa? Si ya no vamos a ninguna parte.
Es
entonces cuando los gestos, las miradas,
un amago de caricia, un “buenosdías” suave se convierten en bocados exquisitos
en el paladar de las emociones; es entonces cuando uno se sorprende al
enterarse de su cumpleaños por facebook o por el mensaje de una casa comercial
cualquiera. De repente se siente un
dolor sordo, apagado, ese malestar que produce la resignación, la evidencia
de que el dibujo de tus huellas va quedando sepultado por el polvo de los años
o tal vez es la voracidad de Cronos, que devora los instantes cuando aún no son
más que el proyecto de un suspiro. No lo sé, solo sé que mi mundo era otro
mundo, donde había más miradas, más momentos compartidos, más corros en las
esquinas y más juegos en las plazas.
En
fin, no me gusta cumplir años, tal vez sea porque ya voy para viejo y el tiempo
me va pesando o simplemente, ya voy rompiendo los lazos que me unen a los días.
Sea como fuere, mi cielo aún no está raso, tiene sus nubes y formas y aún
soplan frescas brisas que cuando menos lo espere, me traerán la alegría de ese
¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
Francisco
Murcia.
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