
Oda a las palabras
9
– 06 - 2018
Las
palabras, queridos amigos,
son rastros que escribimos en el viento
y
el viento se las lleva,
dejando
un hueco repleto de agonías,
de
silenciosas zozobras sin huella,
un
vació donde mueren los anhelos
en
un completo silencio.
Y
sin embargo pesan,
y
pesan tanto,
que
a veces nos aplastan con sus sólidos acentos.
Pero
también
pueden
ser las alas que nos permiten volar,
recorrer
esos senderos que construimos en sueños,
abrir
los postigos de las cerradas ventanas,
orear
los recovecos que hieden
por
tanta ilusión frustrada.
Las
palabras, queridos amigos,
son
la muerte y son la vida,
son
el fuego y son el hielo,
son
esos niños perdidos
que
engendramos en oscuras soledades,
retoños
de un matrimonio perverso
entre
la nada y el ego;
son
la firma de los dedos
en
esa piel vaporosa con que se visten los sueños.
Lo
son todo y no son nada.
Pueden
destruir el mundo,
pueden
crear universos donde vivir de los cuentos.
Las
palabras son la vida cuando la vida se escapa,
es
el aire que respiro huyendo del cementerio,
pues
me aterra ese silencio en la ciudad de los muertos.
Lloro
por la palabra que escondo
y
la escribo en la mirada para que no se me pierda,
y
la susurro bajito escribiéndola en la brisa
para
que llame a la puerta de la fragua
donde
se templan las almas y se forjan sentimientos.
Y
río, río por la palabra que grito,
que
libre ya de las rejas donde moría cautiva,
vuela
y pregona la dicha
de
haber devuelto la vida a ese alma aprisionada,
que
moría en las mazmorras de su propia cobardía.
Son
las palabras perdidas en los silencios
las
que me quitan la vida,
son
las palabras que mueren ahogadas
en
los ecos apagados de mis terribles secretos,
son
las palabras nacidas de mis intensos deseos,
son
las palabras no dichas,
las
palabras encerradas,
escritas
solo en el viento,
las
que me quitan la vida,
las
que me matan por dentro.
Salid
pues,
como
niños harapientos acabados de nacer,
leed
lo escrito en el viento cuando estabais prisioneras,
gritadle
al mundo que existo,
que
he vuelto del cementerio donde ansiaban mi silencio.
Oh
benditas palabras,
que
con vestidos de harapos disfrazáis vuestra belleza,
cantadme
vuestros acentos para que me sienta libre,
para
que vuelva a la vida,
para
escuchar esos ecos que resucitan a un muerto.
Francisco
Murcia
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