sábado, 9 de junio de 2018

Oda a las palabras

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Oda a las palabras
9 – 06 - 2018

Las palabras, queridos amigos,
 son rastros que escribimos en el viento
y el viento se las lleva,
dejando un hueco repleto de agonías,
de silenciosas zozobras sin huella,
un vació donde mueren los anhelos
en un completo silencio.

Y sin embargo pesan,
y pesan tanto,
que a veces nos aplastan con sus sólidos acentos.
Pero también
pueden ser las alas que nos permiten volar,
recorrer esos senderos que construimos en sueños,
abrir los postigos de las cerradas ventanas,
orear los recovecos que hieden
por tanta ilusión frustrada.

Las palabras, queridos amigos,
son la muerte y son la vida,
son el fuego y son el hielo,
son esos niños perdidos
que engendramos en oscuras soledades,
retoños de un matrimonio perverso
entre la nada y el ego;
son la firma de los dedos
en esa piel vaporosa con que se visten los sueños.

Lo son todo y no son nada.
Pueden destruir el mundo,
pueden crear universos donde vivir de los cuentos.
Las palabras son la vida cuando la vida se escapa,
es el aire que respiro huyendo del cementerio,
pues me aterra ese silencio en la ciudad de los muertos.

Lloro por la palabra que escondo
y la escribo en la mirada para que no se me pierda,
y la susurro bajito escribiéndola en la brisa
para que llame a la puerta de la fragua
donde se templan las almas y se forjan sentimientos.
Y río, río por la palabra que grito,
que libre ya de las rejas donde moría cautiva,
vuela y pregona la dicha
de haber devuelto la vida a ese alma aprisionada,
que moría en las mazmorras de su propia cobardía.

 Son las palabras perdidas en los silencios
las que me quitan la vida,
son las palabras que mueren ahogadas
en los ecos apagados de mis terribles secretos,
son las palabras nacidas de mis intensos deseos,
son las palabras no dichas,
las palabras encerradas,
escritas solo en el viento,
las que me quitan la vida,
las que me matan por dentro.

Salid pues,
como niños harapientos acabados de nacer,
leed lo escrito en el viento cuando estabais prisioneras,
gritadle al mundo que existo,
que he vuelto del cementerio donde ansiaban mi silencio.

Oh benditas palabras,
que con vestidos de harapos disfrazáis vuestra belleza,
cantadme vuestros acentos para que me sienta libre,
para que vuelva a la vida,
para escuchar esos ecos que resucitan a un muerto.


Francisco Murcia

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