martes, 5 de junio de 2018

Sigo vivo

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Sigo vivo
5 – 06 - 2018

Y de pronto,
pasa ante mi, jugando con el viento,
el pétalo de un crisantemo,
y veo una mariposa vestida con las galas litúrgicas
con que se despide la vida.
Encierro en el cuenco de mis manos ese retazo de  adiós sin destino,
lo observo mientra la brisa me mira,
reclamando la parte de ella
que yo he encerrado en el hueco de mis manos,
y el reloj de mi segundos detiene su caminar;
una nube pide clemencia al sol
que, generoso, detiene sus rayos de fuego
y me deja leer la leyenda de ese pétalo,
trozo de pergamino arrancado de la flor
donde alguien escribió su nombre,
y lo dejó volar, náufrago,
solitario en el océano de su propio destino.

Es, casi, mediado el día.
Avanza la procesión con el rumor de los pasos
apuntalando el silencio que se le debe a los muertos.
Y guarda silencio el viento,
y la brisa se detiene,
contemplando impasible el tremolar de los pétalos
en la corona del muerto,
y se detiene la nube,
antesala de las sombras de la última morada,
plañidera celestial que con sus lágrimas
riega el jardín de la vida al despedir a los muertos.
Cruza la procesión un extraviado jilguero
y también guarda silencio,
mientras apresura el vuelo y se pierde
entre los restos de un desolado barbecho.

Quién será el morador de  ese cofre tan bellamente labrado.
A qué nombre respondía,
en qué mirada escribía los suspiros de la noche,
qué rumores arroparon la luz de sus fantasías,
qué labios apagaron su sonrisa en un  roce con los suyos,
qué arrullos arroparon el mar de sus ilusiones,
qué dedos acariciaron su rostro,
que cabellos peinaron los suyos en la ninfa de sus sueños
mientras escribía un nombre
en  un pétalo arrancado de una solitaria flor,
de un oscuro crisantemo que viste de luto el día.

Abre el cuenco de su mano,
lee escrito su nombre
y deja escapar la brisa que retenía en sus dedos
para que lleve el mensaje a los vientos,
y a la nube que detiene al sol:

Parad,
yo no puedo ser el cuerpo que lleváis en ese cofre,
no me cantéis la liturgias con que se honra a los muertos.
Yo sigo vivo,
y os pido detener esa triste procesión
que me lleva al cementerio.
Tan solo estaba callado,
escuchando los ecos de mis silencios,
explorando los rincones donde se ocultan secretos,
donde quedaron las huellas de la ninfa de mis sueños.

Pero yo no estaba muerto,
tanto solo estaba esperando
una brizna de perfume que me trajeran los vientos,
la silueta de un cuerpo que se abrazara a mi cuerpo,
el arrullo susurrado de las alas de mi ángel
destilando sus quedos arpegios como miel
en mis gastados anhelos.
No me llevéis con los muertos
porque aún yo sigo vivo,
aunque me ahogue el silencio.

Sigue la procesión camino del cementerio
y el viento no ve en la brisa el mensaje de aquel muerto.
La nube ha tapado al sol
y el alma queda flotando entre un paisaje de nichos,
esperando aquellas alas donde escribiera su nombre.
Ya se acabaron las lágrimas que derramaba aquel cuerpo,
sus ojos se han apagado,
sus suspiros ya quedaron encerrados para siempre
en los muros de su pecho.  
Sola se queda el alma para seguir esperando
y esperando seguirá,
pues el tiempo no se acaba en la oscuridad de un nicho
ni se acaban los segundos en el reloj de los muertos.

Francisco Murcia.


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