
FIN
1 – 06 - 2018
¿Cuántos libros he leído en
mi vida? No lo sé, no muchos, no se crean; no he sido un lector especialmente
asiduo. De pronto me pongo a pensar en cuántos libros han pasado por mis manos,
los he tenido en mis estantes, muchos de ellos los tengo aún y los veo ordenados;
pensaba que algún día gozaría de ese tiempo, que ya no forma parte del quehacer
diario, para dedicarlo a pasear por tantas páginas y perderme por el laberinto
de las fantasías, por ese universo de mundos inexistentes, creados a partir de
los remiendos que han ido quedando en la mente de sus autores los
escombros que la vida real ha ido
dejando al apilar desengaños. Me doy cuenta de que no tengo tiempo, de que,
aunque aún la parca no haya solicitado mi dirección y haya pasado por mi puerta
sin fijarse en el número, lo cierto es que tengo poco tiempo para transitar por
tantas páginas como me gustaría. De pronto me domina la necesidad compulsiva de
decir, de comentar, de hablar, de gritar incluso, de hacerme presente en un
mundo en el que he caminado como un ser invisible, ni siquiera el sol se
molestaba en hacer sombra conmigo. La soledad comienza a doler, el silencio
comienza a pesar, y el corazón late estruendosamente, queriendo romper las
paredes que lo sujetan; comienza a sentir la necesidad de volar hacia la última
frontera.
¿Cuántos libros me quedan
por leer? Todos, me quedan todos los libros por leer porque aún no he hallado
en ninguno la respuesta a mis preguntas: ¿Por qué elegimos el odio cuando el
amor está ahí, esperándonos, deseando formar parte de nuestra esencia? Tal vez
haya leído una docena de docenas de libros, y sin embargo, la pregunta que
surgió cuando dejé de ser niño, cuando en el cuento de Pulgarcito leí la
palabra fin, ahí está, permanente, grabada en la lápida de mi vaporosa
existencia. De esto hace ya mucho tiempo, tanto, que el ogro se ha hecho hombre
y el hombre ha devenido en ogro; tanto, que Blancanieves creció, dejó de ser
niña y desapareció llevándose mi inocencia. Y ahora, después de tantos años, me
siento ante la ventana, inactivo, contemplando como el mundo desfila ante mi
sin poder seguirlo, y siento la nostalgia de aquella inocencia, cuando la única
pregunta que había en mi mente se la hacía a mi madre: “mamá, tú me quieres”, y
todo mi universo se hallaba concentrado en su mirada, en su sonrisa y en su
respuesta. Tal vez ahora, ya viejo, sigo buscando esa página, persiguiendo esa
pregunta olvidada durante tanto tiempo, una pregunta que ya no puede ser
respondida; tal vez busque una respuesta que solo puedo encontrar cuando cierre
la última página y vea la palabra fin en el cuento de mi vida.
¿Qué libro podría leer ahora
que compendiara a todos aquellos que no he leído? Me gustaría que no fuera
extenso, que lo pudiera leer frase a frase, demorándome en cada página como
degustando cada palabra, viendo en cada letra un trocito de este alma perdida
cuyo cuerpo ni siquiera hizo sombra al sol; me gustaría perderme en los
jardines de su portada, extraviarme entre sus comas bebiéndome sus acentos,
saltar cada punto como se salta un abismo, y al final, encontrarme aquella
frase con que terminaba el cuento: Y FUERON FELICES POR SIEMPRE JAMÁS. Entonces
leería la palabra FIN, dejaría de respirar y volaría a buscar aquella mirada,
aquella sonrisa y escuchar aquella respuesta por la que siempre mereció la pena
vivir: “SI HIJO, ERES LO QUE MÁS QUIERO EN ESTE MUNDO”. “FIN”
Francisco Murcia.
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