
Venciendo a la razón.
24 – 05 - 2018
Hace veinticuatro horas que
no te escribo y veinticuatro segundos que no pienso en ti. Y me enfado conmigo
mismo, porque he perdido veinticuatro momentos de comprimir tu eternidad en mi
tiempo y me siento desolado. ¿Será que estás desapareciendo de mis sueños? No,
eso no puede ser cierto, porque me acuesto contigo y juntos contamos las
estrellas de nuestro cielo infinito, y juntos despedimos a la luna y saludamos
al sol que, luchando con las nubes, reclama su pedacito de cielo, las colorea
de rosa y con ellas, dibuja un corazón donde escribe nuestros nombres y nos da
los buenos días, nos sonríe y, entrando por la ventana, con el pincel de sus
rayos en esa penumbra incierta de los albores del sueño, escribe un bello mensaje:
-ya llegó la primavera, está llamando a tu puerta, recupera esos segundos
escapados de tu tiempo, trénzalos en una
cuerda de innumerables momentos, y ata la eternidad a tu hada y tu cintura para
que nunca se escape, para que puedas soñar y comentar con la luna los jardines
descubiertos al caminar los senderos de sus ocultos secretos.
Poso mi mano en el hueco de
la almohada porque sé que estás conmigo en el mundo de mis sueños, acaricio tu
cabello y retiro con cuidado esa mata de tu pelo que me oculta tu sonrisa. Las
persianas de tus ojos se han abierto para recibir al sol, y yo contemplo ese
hueco perdiéndome en tu mirada de espaldas a la razón, que me dice y me repite
que ese hueco está vacío, que en ese hueco no hay nada. –Cállate ya, razón
pura, navaja fría que matas el corazón de los sueños; déjame seguir soñando,
déjame fundir mi alma con la esencia de ese rayo y escribir mis buenos días en
la palma de su mano; déjame peinar su pelo en el hueco de la almohada y
escribir los buenos días en el borde de sus labios; no me arrebates la vida
impidiéndome soñar-. Y la razón ofuscada se retira a las penumbras mascando su
desazón, vencida por la locura de este niño soñador que se niega a hacerse
grande, que no quiere ser mayor y olvidar aquellos cuentos de príncipes y
princesas, donde blandía la espada a lomos de su corcel.
Hace veinticuatro horas que
no te escribo y perdí veinticuatro segundos atendiendo a la razón sin abandonar
mi sueño. Al final no pudo ser. Sueño y razón no se entienden, mientras uno está
en la luna, la otra acompaña al sol. Escribo mis buenos días en el hueco de la
almohada, abro de par en par las ventanas, respiro profundamente y percibo los
aromas que mi hada me dejó transitando por mis sueños. Hasta luego mi princesa,
esperemos a la luna para contar las estrellas mientras paseamos juntos por
nuestro cielo de ensueño. Ahora mientras luce el sol, déjame que te piense,
pues no te puedo soñar a la luz de la razón. Buenos días y hasta luego. Te
llamaré al ocaso, cuando se despida el
sol y la razón, ya vencida, nos permita pasear por los jardines del sueño.
Francisco Murcia.
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