miércoles, 30 de mayo de 2018

Cuando la luna nos llama


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Cuando la luna nos llama.
30 – 05 - 2018

Es curioso, debería sentirme solo; pero no es así. Justo al alba, cuando las primeras luces tocan las puertas de la noche y los sueños inician su retirada, abro los ojos y creo ver dibujada en la penumbra tu figura; me mira, me sonríe y se evapora, persiguiendo los senderos por donde escaparon los sueños. A veces hasta me froto los ojos, pues el choque de la noche con el día provoca la colisión inevitable de la razón con los sueños. Y la razón me dice que está vacía la alcoba, pero los sueños me la pintan llena de ilusión y fantasía.  Por ello no me siento solo. A partir de aquel ocaso anaranjado en cuyas nubes el destino dibujó la imagen de tu presencia y titilaron aquellos tres puntitos grises anunciando tu mensaje, a partir de aquel hola, huérfano de un adiós, te colaste en mis sueños, te cogiste a mi mano y juntos nos olvidamos del tiempo. Desde entonces, saludamos las penumbras del ocaso, veneramos esas galas con que se visten las nubes para despedir al sol, nos cogemos de la mano y, dulcemente, escribimos en la mirada ese “tú y yo” inefable, ese abrazo de dos almas dispuestas a escapar de la razón,  a olvidarse de las leyes que gobiernan la materia, y pasear los jardines que ambos creamos abrazados a la almohada.

Los primeros albores se cuelan por la ventana y veo mi almohada vacía, aunque la siento tan llena que la acaricio con mimo, que le susurro un “cariño” mientras mis labios se pliegan en un beso simulado y mis manos se deslizan por el rostro que aún conservo de mis sueños. Entonces cojo en el aire ese pétalo de rojo en el que escribo tu nombre y lo dejo ahí flotando, meciéndose en la penumbra, hasta que un rayo de sol hiere la oscuridad y escribe en el otro lado de esa amapola errante los mágicos buenos días con los que despido el sueño.

Entonces comienzo a pensarte y me invade la tristeza, encoge mi alma al peso de los silencios y sangran las ilusiones heridas por la distancia. Observo el sol colgado de esa bóveda infinita y me dicta la razón que habrá muchos más ocasos, y detrás de cada uno, se esconde una luna llena que escucha nuestros secretos, que alumbra nuestros paseos por los jardines del sueño, que escribe entre las estrellas nuestros nombres para que no nos perdamos y volvamos a encontrarnos, cuando abracemos la almohada y reviva la ilusión que aparcamos cada aurora al darnos los buenos días. Infinitos son esos ocasos que nos invitan al sueño, como es el amor que pongo al darte los buenos días, escribirlos en la brisa y soplar suavemente para que salgan por esa ventana abierta, se mezclen con otros vientos y lleguen hasta tu lecho, donde contemplas la almohada escribiendo con tus dedos los perfiles anhelados. Y te veo dibujando un corazón orlado por un te quiero en el hueco de la almohada. Después de un tierno mohín con el que mandas un beso a ese hueco al que te abrazas, cazas el rayo de sol que te enuncia el nuevo día, y escribes en las ondas el “tequiero” que me mandas envuelto en las blondas de tus sueños.

Buenos días, mi vaporosa ilusión, piénsame hasta el ocaso, cuando nos llame la luna para vivir nuestros sueños.

Francisco Murcia.


martes, 29 de mayo de 2018

Es suave el rumor de la lluvia



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Es suave el rumor de la lluvia
27 – 05 - 2018

Es suave el rumor de la lluvia
cuando acaricia los campos sedientos
y el aroma de la tierra que revive,
que resucita esperanzas
y emborracha de ilusiones acrisoladas tristezas.

Es suave el rumor de los hojas en otoño
cuando hablan con la brisa
y le cuentan
que su muerte es la promesa
y el mensaje de otras vidas.

Es suave la memoria de los recuerdos perdidos,
ahogados en  el tiempo,
envueltos entre suspiros.

Y es suave también  
la tenue luz de la vela que tremola
en el recinto oscuro donde guardo mis secretos, 
y languidece,
porque se acaba la cera,
porque segundo a segundo,
se va quedando sin vida.

Es suave el rumor de la tormenta
cuando se atisba remoto,
y los fulgores del rayo que pinta cielos lejanos.
Suaves vienen los vientos
donde cabalgan las nubes con promesas de cosechas.

Late suave mi corazón
porque en mi pecho hay amor,
y es suave mi garganta cuando pronuncia tu nombre,
y de miel son las palabras que escucho cuando me llamas.

Y el rumor de tus suspiros cuando duermes a mi lado
es suave,
bálsamo con que mi alma se cura de sus heridas,
dulcísimo néctar de rosas que alfombra los campos
regados por tantas lágrimas.

Es suave tu sonrisa
cuando en tus labios se inicia el umbral de una promesa.
Entonces late mi corazón en tormenta de locura
que solo apacigua un beso y el candor de tu mirada.


Francisco Murcia.  

lunes, 28 de mayo de 2018

Vestí mi ideal con tu cuerpo



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Vestí mi ideal con tu cuerpo.
26 – 08 - 2016

Vestí mi ideal con tu cuerpo,
a su mirada le he colocado tus ojos,
a su suspiro tus labios,
a sus palabras tu aliento.

Por eso no puedo olvidarte,
porque vestí con tu cuerpo la sirena de mis sueños.
Y que bien me siento hablando con la sirena.

Veo tu cuerpo en ella,
en ella escucho tu voz,
pongo mi verbo en su boca
y me dice tantas cosas:
palabras que quise escuchar,
no en la voz de la sirena,
sino en tu preciosa voz,
palabras que me inventé,
palabras que puse en ella
al no salir de tu boca.

Ausente tu espíritu de mi,
a mi ideal le puse tu cuerpo,
y hablaba con mi ideal, porque tú estabas muy lejos.
Ahora, cuando tu cuerpo se aleja,
me quedo con la sirena,
la sirena de mis sueños.
Hablo con ella y pregunto
¿dónde se quedó tu espíritu que nunca estuvo conmigo?
Si tú no estabas en mi,
¿por qué me diste tu cuerpo?

Francisco Murcia


sábado, 26 de mayo de 2018

Quiero


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Quiero
18 – 02 - 2018

Quiero que en cada uno de tus amaneceres brille el sol
y traiga cabalgando en sus rayos los reflejos de aquellas golondrinas
que otrora contemplaron tus suspiros.

Quiero que al abrir la ventana,
los vientos te traigan el rumor de mis anhelos.

Quiero que al abrir los ojos,
sigas viéndome en tus sueños.

Quiero ver en tu mirada una plegaria escondida
pidiéndole a ese dios que nos conceda más días,
que nos prorrogue la vida, porque es tan grande el amor,
que ya no cabe en el tiempo que guarda nuestro reloj.

Quiero escribir en las nubes
ese te quiero escondido que guardo en mi corazón,
para que surque los cielos y le diga a ese dios
que necesito más tiempo,
que en la vida que me ha dado no hay minutos suficientes
para gozar del amor que él mismo me ha regalado
al poner en ti, mi vida, ese ideal de mujer con el que siempre he soñado.

Quiero que el sol se detenga,
quiero que el reloj se pare,
quiero que se pare el tiempo cuando te tengo en mis sueños.

Quiero que el día y la noche se enamoren,
para que el sol y la luna celebren sus esponsales
y ambos recojan los sueños donde tú y yo nos amamos.

Quiero escribir tu nombre en cada gota de lluvia,
en cada brizna de hierba,
en los pétalos hermosos de la humilde margarita
y dibujarlo en las alas de las bellas mariposas.

Quiero… ya no sé ni lo que digo,
quiero amanecer contigo, y que al abrir la ventana
el primer rayo de sol escriba en nuestra penumbra
la verdad de nuestro amor.



Francisco Murcia.

viernes, 25 de mayo de 2018

Venciendo a la razón


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Venciendo a la razón.
24 – 05 - 2018

Hace veinticuatro horas que no te escribo y veinticuatro segundos que no pienso en ti. Y me enfado conmigo mismo, porque he perdido veinticuatro momentos de comprimir tu eternidad en mi tiempo y me siento desolado. ¿Será que estás desapareciendo de mis sueños? No, eso no puede ser cierto, porque me acuesto contigo y juntos contamos las estrellas de nuestro cielo infinito, y juntos despedimos a la luna y saludamos al sol que, luchando con las nubes, reclama su pedacito de cielo, las colorea de rosa y con ellas, dibuja un corazón donde escribe nuestros nombres y nos da los buenos días, nos sonríe y, entrando por la ventana, con el pincel de sus rayos en esa penumbra incierta de los albores del sueño, escribe un bello mensaje: -ya llegó la primavera, está llamando a tu puerta, recupera esos segundos escapados de tu tiempo,  trénzalos en una cuerda de innumerables momentos, y ata la eternidad a tu hada y tu cintura para que nunca se escape, para que puedas soñar y comentar con la luna los jardines descubiertos al caminar los senderos de sus ocultos secretos.

Poso mi mano en el hueco de la almohada porque sé que estás conmigo en el mundo de mis sueños, acaricio tu cabello y retiro con cuidado esa mata de tu pelo que me oculta tu sonrisa. Las persianas de tus ojos se han abierto para recibir al sol, y yo contemplo ese hueco perdiéndome en tu mirada de espaldas a la razón, que me dice y me repite que ese hueco está vacío, que en ese hueco no hay nada. –Cállate ya, razón pura, navaja fría que matas el corazón de los sueños; déjame seguir soñando, déjame fundir mi alma con la esencia de ese rayo y escribir mis buenos días en la palma de su mano; déjame peinar su pelo en el hueco de la almohada y escribir los buenos días en el borde de sus labios; no me arrebates la vida impidiéndome soñar-. Y la razón ofuscada se retira a las penumbras mascando su desazón, vencida por la locura de este niño soñador que se niega a hacerse grande, que no quiere ser mayor y olvidar aquellos cuentos de príncipes y princesas, donde blandía la espada a lomos de su corcel.

Hace veinticuatro horas que no te escribo y perdí veinticuatro segundos atendiendo a la razón sin abandonar mi sueño. Al final no pudo ser. Sueño y razón no se entienden, mientras uno está en la luna, la otra acompaña al sol. Escribo mis buenos días en el hueco de la almohada, abro de par en par las ventanas, respiro profundamente y percibo los aromas que mi hada me dejó transitando por mis sueños. Hasta luego mi princesa, esperemos a la luna para contar las estrellas mientras paseamos juntos por nuestro cielo de ensueño. Ahora mientras luce el sol, déjame que te piense, pues no te puedo soñar a la luz de la razón. Buenos días y hasta luego. Te llamaré al ocaso,  cuando se despida el sol y la razón, ya vencida, nos permita pasear por los jardines del sueño.

Francisco Murcia.  


jueves, 24 de mayo de 2018

Crónica de un final


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Crónica de un final
24 – 05 - 2018

Discurrían los días y según iba pasando el tiempo, los amaneceres se hacían menos tristes, algo más claros. Los ojos de Domingo comenzaron a deleitarse con la claridad de la aurora y su mente comenzó a olvidarse de la oscuridad y el silencio de una alcoba vacía. Poco a poco, comenzó a revivir, y los ecos de aquella explosión inaudita de furores contenidos iba quedando ya lejos, las huellas en el recuerdo son aún profundas, todavía hieren la piel de los sentimientos.

Pero el tiempo va pasando y cada día  se envuelve en un amanecer más bello, más limpio. Detrás de él, se desdibujan los perfiles de las huellas del odio, ya casi ni las nota; ya puede pensar en ella sin resentimientos. Puede repasar las fotos, muchas, pero muchas, y evocar cada uno de los motivos y momentos que quedaron plasmados en ellas. Y no siente odio, solo una amarga sensación de fracaso, la sombra de una evidencia que siempre evitó, ¿por miedo?, tal vez sí, es posible que fuera por miedo; al final, el miedo es ese virus escondido en la omnipresente y fofa virilidad de la que presumen los hombres ante ellas.

Ya comienza a respirar su libertad, hace planes y el odio casi ha desaparecido de sus soliloquios. Mientras hace sus buenos kilómetros de marcha mañanera, responde con afabilidad a los saludos de amigos y conocidos y hasta tiene humor para introducir algún chascarrillo. -Voy y vengo con libertad-, se dice a mi mismo, -ahora no tengo ningún obstáculo-, y termina pensando que aquello que percibía como un abismo no es tal, sino todo lo contrario.

¿Y ella? Ella sigue anclada a sus pensamientos. Bueno, ella que haga su vida –se dice a sí mismo-, al fin y al cabo es ella quien ha elegido. Claro, es que si no hubiera elegido ella, Domingo no habría tenido el valor suficiente para hacerlo y la habría sometido a  la muerte por inanición de los sentimientos, y él habría muerto por caquexia emocional si ella no hubiera tenido ese valor. Sí, ha de admitir su valor; no en este último momento solamente, sino en cada uno de los días que pasó junto a él. Eran tan diferentes y se necesitaban tanto, que debieron aprender a quererse y se quisieron hasta donde fue posible.

Domingo creyó que estaba bien, y bien se sentía en su nuevo status de hombre libre. Fijó sus intereses monográficamente en sus hijos y poco a poco, las reminiscencias de su vida pasada iban pesando menos, a medida que las emociones comenzaban a manar con naturalidad. Bien, tenía suficiente: sus hijos, su lucha por la vida y el paisaje de algunos amigos ocasionales conformaban el abanico de sus aspiraciones. ¿Necesitaba más? Puede, pero él no sentía tal necesidad.

Sin embargo, no todo estaba tan bien como suponía. Un sentimiento de desconfianza hacia todo lo femenino había germinado dentro de él. Sí, había una semilla de desconfianza, un grano de mostaza enterrado en lo más profundo de su ser desde su misma concepción o al menos, desde sus primeros años de vida; una semilla tan pequeña que no se notó, hasta que la mujer que cuidaba y mimaba decidió ser persona por sí misma, al margen de sus proyectos y aspiraciones; hasta el momento en que decidió ejercer como persona adulta e independiente. En ese momento se reveló la presencia de esa sombra que había permanecido escondida en lo más profundo de su ser, disimulada por una educación orientada a un respeto que no estaba exento de un atavismo de proteccionismo machista. En fin, -pensó- son los efluvios de una planta del pasado ya marchita, ahora toca otro tiempo, pues por fin, este ya se terminó.


Francisco Murcia.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Nos siguen engañando


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Nos siguen engañando.
23 – 05 - 2018

Nos engañaron con sus pieles de bondadosos corderos,
inflamaron nuestros pechos de amor patrio,
y ondearon la bandera con orgullo simulado.
El pueblo les pidió que enseñaran la patita,
y la patita enseñaron de un inmaculado blanco.

Más no era cierto el color que con astucia mostraron,
y engañaron a ese pueblo que ingenuo
le abrió su corazón y su casa
donde envueltos en banderas entraron sin dilación,
apropiándose de todo:
caudales y dignidad, dejando solo dolor.

Hoy se compra una mansión un pobretón que habló mucho,
y a los pobres convenció de ser él la salvación
de tanta mesa vacía, de tanta desdicha y pesar.
Mas al verlo caminar con zapatos de postín,
pensaron que algo anda mal, que el líder los engañó.

Con gran frustración y enfado muestran su mucha amargura.
No hay esperanza se dicen,
pues cuando alguien de los nuestros
al mostrarnos su patita le vemos de tonos grises,
sospechamos de inmediato que es el lobo el que nos pide
con engañosas arengas que le abramos nuestras puertas.

Pero ya no confiamos y corremos los cerrojos,
y de reojo miramos el paisaje de otro lado.
Nos enseñan la patita de un disimulado blanco,
y aunque con grandes sospechas le franqueamos las puertas
a ese lobo disfrazado de suave piel de cordero.
entra con su jauría, nos cuentan miles de cuentos
mientras nos van devorando entre himnos de alegría
y cánticos al honor de una patria
a la que roban y que esquilman sin pudor ni compasión.

Aquel pobretón sacó del arcón una moneda,
y se compró unos zapatos que no eran de su clase.
Al frío lo condenamos por taimado y mentiroso,
sin reparar que el arcón se lo llevaron los otros,
aquellos que en la bandera escondieron su ambición,
que arrebataron la enseña de una nación maltratada
que debía ser de todos, no la finca de unos cuantos.

Sirva este cuento a los pobres y no se fíen del blanco,
pues aunque muestre pureza, no es ese su color,
solo es su condición de hábil depredador.


Francisco Murcia. 

sábado, 19 de mayo de 2018

El rapto de Helena


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El Rapto de Helena
15 – 05 - 20148

Paris raptó a Helena,
nos canta Homero en La Iliada,
historia de amor y guerras,
de héroes dioses y reyes y de épicas batallas.

Y todo fue por amor.
¡Oh sí, el amor!
Arquitecto de la historia,
muñidor de los aceros que se teñían de sangre,
fabricante de paisajes y de sueños imposibles,
modelador de ilusiones,
creador de precipicios.

¡Oh sí, bella Helena!
Tu no tuviste la culpa, la culpa fue de los dioses
que quisieron dar a Ilion la más hermosa princesa,
tan bella como una flor,
tan leve como una brisa,
tan delicada y bonita
que los príncipes de Ilión la amaron como a una diosa.
Princesa espartana y bella
arrancada de su tierra por un príncipe troyano.

Los oráculos de Delfos
avisaron a los hombres de largas y cruentas guerras,
de tenebrosas batallas.
Y todo fue por amor de un príncipe y su princesa.

El rey de todos los reyes,
el antiguo Agamenón,
el resuelto y obstinado,
fue avisado que en diez años de sitiada la ciudad,
escalarían sus muros,
y los príncipes de Ilión pagarían con su vida
su ofensa a Esparta y su dios.

¡Oh el amor! que construyes
los peldaños en la escalera del tiempo,
que tiñes con bellos versos los días de los humanos,
por tu causa cayó Troya,
por tu causa, la antigua Ilión cayó,
y los huesos de los héroes,
muertos en campos de honor,
allí quedaron tendidos,
pasto de cuervos y buitres.
El oráculo de Delfos de esos reyes se olvidó
y se olvidó de los héroes que murieron por amor.

Así lo cuenta la historia,
tal como lo cuento yo;
porque yo sé que el amor
es el motor y la cusa de tanta dicha y dolor;
pero es también la esperanza que cabalga nuestros sueños,
la que arranca una sonrisa al abrir nuestra ventana,
la que nos dice al oído:
“Lázaro, levántate y anda”.

Francisco Murcia






jueves, 17 de mayo de 2018

Yo creía que...

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       Fue escrito hace dos años, pero sigue estando plenamente vigente.

YO CREIA QUE…
25 – 05 - 2016

Y yo que creía que…
Pero en fin,
pensamientos que son como nubes
y se desvanecen con el viento,
ilusiones,
sueños de un hombre despierto que desvaría,
que ha perdido la razón,
que ya no gobierna el timón del navío de su vida.

Y yo que pensaba que…
en fin,
nubes vaporosas,
fantasmas huecos sin cuerpo,
alevines de desastres que se agrandan con el tiempo,
castillos hechos de naipes
que los derrumba la brisa por más que sea suave.

Y yo que me imaginaba….
En fin,
pura imaginación,
yo lo sé, pero…
¿acaso es pecado agarrarte a una ilusión,
a las velas de tu sueño,
para seguir respirando,
para esperar otro sol,
otro amanecer y otro ocaso,
para mirar a la luna
aunque yo crea que… y que no sea un fracaso?



Francisco Murcia

Por qué, yo me pregunto

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Por qué, yo me pregunto.
10 – 05 - 2018

Por qué, yo me pregunto,
en cada cosa que miro te veo,
en cada brisa te respiro
y en cada revoloteo de hojas
recuerdo la belleza de tus versos,
que nos hablan un idioma en primavera
que está lleno de promesas,
y otro distinto en otoño,
con brillantes amarillos 
que anuncian la llegada del invierno.

 Por qué, yo me pregunto,
en cada copo de nieve
creo vislumbrar el cristal de tu inocencia,
y en el manto blanco con que cubre las mesetas,
el tejido delicado con que vestir nuestros sueños.

Por qué tu perfil no me abandona
y dibuja mis segundos escribiendo en mi tiempo
el devenir de las horas,
y los días y los años, 
y hasta escritos quedarían lo siglos
si siglos vivir pudiera.

Por qué, yo me pregunto,
en medio de tus silencios perdido,
invoco tu nombre y te llamo,
te sueño y te pienso en voz alta
para que lleven los vientos los ecos de mi llamada.

Por qué, yo me pregunto,
si sé que no me respondes,
te sigo queriendo tanto.

Oh destino cruel!
Yo te pregunto por qué,
porque yo no me comprendo cuando me miro al espejo,
cuando veo en mis pupilas tus pupilas reflejadas.

Por qué, yo me pregunto,
solo encuentro los silencios cuando mi voz te reclama,
por qué se pierden los ecos de mis sentidas palabras.

Por qué, yo te pregunto,
porque yo no lo comprendo.


Francisco Murcia. 

martes, 15 de mayo de 2018

Aun me queda tiempo


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Aun me queda tiempo
14 – 05 - 2018

Al igual que Whitman,
yo también me celebro y me canto a mismo,
también como él, pienso
que lo que yo tengo lo tienes tú,
al menos, yo te di lo que tenía,
y ante ti, desnudo me quedé,
expuesto a los rigores del tiempo,
expuesto a los fríos del olvido.

Cada átomo de mi
firmó un contrato contigo,
cada segundo de mi quedó prendido en tus horas,
y el contrato se perdió en las brumas de los miedos.

Vago sin descanso por los paisajes perdidos,
escondidos en las frondas de virtuales jardines;
oteo desde las lomas de las silenciosas ondas,
donde quedaron perdidos tus ecos, escondido
el murmullo imaginado de un susurro.

Las ondas en silencio permanecen,
y mi alma,
suspendida en los vientos del deseo,
escurre las gotas de sangre
de un olvidado “tequiero”.

Ya no sé dónde nací,
lo olvidé cuando te vi,
me secuestré de mi tierra para nacer en la tuya,
para ser como tú eres y bañarme en tus perfumes.
Yo no quise nacer antes, yo…,
yo nací cuando te vi.

Deambulando mi vida
por los páramos desiertos de mortal melancolía,
muerto por sed de amor,
caminaba por las ondas, y ahora,
ahora entre versos perdidos
se van cubriendo de polvo esos ecos
prendidos en mi memoria hasta que acabe mi tiempo.

Qué extraño me encuentro en este silencio,
qué vacía está la nada sin tu voz.
Cuelgo de la ventana de la anodina pantalla mis anhelos,  
y recuerdo aquel contrato que mis átomos firmaron,
mientras dibujo en el aire los perfiles de tu cuerpo
y mi sed de ti taladra el nicho de tu silencio.

Tengo muchos años, tantos,
que no puedo permitirme esperar más primaveras,
tantos, que las brisas del otoño no son brisas,
que el amarillo brillante de la hojarasca en el suelo,
en ocre terroso luce mientras se la lleva el viento.
Vientos gélidos de invierno,
manto de frío y silencio.

Quisiera cantarme a mi mismo como se cantaba Whitman,
pero ya se pasó el tiempo
y solo cantan a los vivos,
el silencio es de los muertos.

Hoy quiero escapar de aquí,
emigrar de mis silencios,
quiero volar con los vientos de mis otoños pasados,
sobrevolar los inviernos,
otear las primaveras y cantar,
cantar aunque se enfaden los muertos.
Pues mi alma se rebela, no quiere
la paz de los cementerios.

Hoy me propongo cantar en medio de sus silencios
y celebrarme a mi mismo,
porque se acerca mi invierno,
pero aún me queda tiempo.


Francisco Murcia

lunes, 14 de mayo de 2018

Anoche tuve un sueño


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Anoche tuve un sueño
13 – 05 - 2018

Anoche tuve  un sueño,
subí la escalera de Jacob hasta el último peldaño,
llamé a las puertas del cielo,
intentaba hablar con Dios y preguntarle algo,
pero no me acuerdo qué.

Yo no sé si habría alguien, solo sé que no abrió nadie.
Busqué a San Pedro y sus llaves,
pero nadie había allí,
miré a un lado y a otro lado por si veía a algún ángel,
y al final no encontré alas que llevaran mi mensaje.

Miro hacia abajo y observo nubes de polvo y cenizas,
llegan a mi rumores de estruendos horrorosos,
y en medio de ese fragor,
un pétalo maltratado arrancado del capullo,
trae hasta mis oídos el delicado murmullo
del débil llanto de un niño.

Y yo miro hacía arriba y quiero preguntarle a Dios,
por el llanto de ese niño,
y quiero preguntarle a Dios
dónde mantiene encerrados los ecos de tantos llantos.
Yo quería ver su rostro
para beber una lágrima de ese Dios tan poderoso,
y captar así la esencia,
la razón del sufrimiento.
Quise grabar en sus ojos la pena
que llevo escrita en los míos, quise decirle:
¡Oh Dios, ocúpate de tus hijos.

Pero allí no había nadie,
estaba todo vacío,
ni los santos de la iglesia ni los ángeles alados.
a mi lado, todo es hastío y silencio.
Y en los ecos de aquel niño descubrí al primer ángel,
y a las cortes celestiales en los ojos inocentes
de tanto niño que sufre la podredumbre reinante.

De pronto
un grito en las calle me despierta de mi sueño,
y recuerdo la pregunta
al caerme en mi lecho desde el último peldaño,
¿Por qué si yo soy tu hijo,
Tú no te portas conmigo como se porta mi padre?


Francisco Murcia. 

domingo, 13 de mayo de 2018

Ya no hay cielo que mirar


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Ya no hay cielo que mirar.
11 – 05 - 2018


Y de pronto el cielo dejó de ser cielo,
y la nubes dejaron de ser lo que eran:
el evanescente hogar de vanas ilusiones.
Las frustraciones comenzaron a pesar y,
como gotas de lluvia, comenzaron a caer
y a regar los campos de la desesperanza,
donde las flores comenzaron a marchitarse
y los aromas de otros tiempos aun recientes,
fueron dispersados por los vientos de las dudas.
Un cielo cubierto de nubes frías se instaló,
y el rocío, fabricante de perlas en la alborada,
se vistió de blanco,
y sus agujas rasgaron la débil piel de las promesas,
y apagaron el fuego de la fragua donde se moldean los besos.

Ya no hay ocasos hermosos aunque el sol vista de gala,
ya no hay nubes que se vistan con encendidos naranjas,
y los ojos ya no ven, y la mirada se clava,
y nos ata a esa tierra sepulcro de nuestros sueños,
tumba de la esperanza, donde levantamos nichos,
monumentos funerarios donde yacen sepultados
los sueños que animaron nuestra vida,
heridos y muertos por la espada de la duda.

Y el cielo se viste de luto cuando las ondas se callan,
y ya no traen los vientos tu aroma hasta mi abierta ventana,
y en las pompas de los charcos ya tu nombre está borroso,
ya no brilla y están tristes,
ya no juegan como antes al contraluz de la tarde.
De pronto se ha hecho de noche,
todo es silencio, oscuridad y silencio,
porque se aleja el lucero con que alumbraba mis sueños.

Francisco Murcia. 

sábado, 12 de mayo de 2018

Tu nombre junto a mi nombre


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Tu nombre junto a mi nombre.
10 – 05 - 2018

Yo pensaba en un viaje,
soñaba con los ecos de mis pasos
escribiendo mi huella en tus senderos.

Pronto, muy pronto,
pensé mientras veía la calle,
devoraré esas sonrisa envolviéndola en un beso.

Y tú, pronto, muy pronto,
así me lo imaginaba,
te abrazarás a mi pecho tan fuerte,
que no sabría si tu cuerpo es solo tuyo,
o es una sombra del mío que te agarra,
que te arropa,
que no quiere que te vayas.

Creí escuchar las campanas en el reino de los sueños,
y contemplé mariposas con un “tequiero” en sus alas.
Vi las gotas de la lluvia escribiendo
en húmedos charcos mi nombre,
mientras el tuyo, ¡oh, tu nombre!
quedaba escrito en el cielo,
donde yo los buscaría navegando entre las nubes.

Y soñé que pronto, muy pronto,
escucharía los ecos de arrulladores murmullos
y las notas de los trinos de deliciosos susurros
que musitaban tu nombre,
que lo enlazaban al mío y lo subían al cielo.


Y también soñé
que encerrábamos el tiempo en unos pocos segundos,
que paramos el reloj y congelamos las horas,
que grabamos nuestros nombres
en el éxtasis de un beso.  

Y soñé que parábamos la luna
haciendo nuestra la noche,
que le rogamos al sol detenerse en su camino,
y le robamos en sueños la hermosa pluma de fuego
con la que escribir tu nombre,
y mi nombre junto al tuyo,
en esa esquina del tiempo donde no existe el reloj,
en ese pliegue olvidado donde Cronos se ha dormido
y tal vez esté soñando,
y esté escribiendo en sus sueños
tu nombre junto a mi nombre.


Francisco Murcia.


Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...