
Cuando la luna nos llama.
30 – 05 - 2018
Es curioso, debería sentirme
solo; pero no es así. Justo al alba, cuando las primeras luces tocan las
puertas de la noche y los sueños inician su retirada, abro los ojos y creo ver
dibujada en la penumbra tu figura; me mira, me sonríe y se evapora,
persiguiendo los senderos por donde escaparon los sueños. A veces hasta me
froto los ojos, pues el choque de la noche con el día provoca la colisión
inevitable de la razón con los sueños. Y la razón me dice que está vacía la
alcoba, pero los sueños me la pintan llena de ilusión y fantasía. Por ello no me siento solo. A partir de aquel
ocaso anaranjado en cuyas nubes el destino dibujó la imagen de tu presencia y
titilaron aquellos tres puntitos grises anunciando tu mensaje, a partir de
aquel hola, huérfano de un adiós, te colaste en mis sueños, te cogiste a mi
mano y juntos nos olvidamos del tiempo. Desde entonces, saludamos las penumbras
del ocaso, veneramos esas galas con que se visten las nubes para despedir al
sol, nos cogemos de la mano y, dulcemente, escribimos en la mirada ese “tú y
yo” inefable, ese abrazo de dos almas dispuestas a escapar de la razón, a olvidarse de las leyes que gobiernan la
materia, y pasear los jardines que ambos creamos abrazados a la almohada.
Los primeros albores se
cuelan por la ventana y veo mi almohada vacía, aunque la siento tan llena que
la acaricio con mimo, que le susurro un “cariño” mientras mis labios se pliegan
en un beso simulado y mis manos se deslizan por el rostro que aún conservo de
mis sueños. Entonces cojo en el aire ese pétalo de rojo en el que escribo tu
nombre y lo dejo ahí flotando, meciéndose en la penumbra, hasta que un rayo de
sol hiere la oscuridad y escribe en el otro lado de esa amapola errante los
mágicos buenos días con los que despido el sueño.
Entonces comienzo a pensarte
y me invade la tristeza, encoge mi alma al peso de los silencios y sangran las
ilusiones heridas por la distancia. Observo el sol colgado de esa bóveda
infinita y me dicta la razón que habrá muchos más ocasos, y detrás de cada uno,
se esconde una luna llena que escucha nuestros secretos, que alumbra nuestros
paseos por los jardines del sueño, que escribe entre las estrellas nuestros nombres
para que no nos perdamos y volvamos a encontrarnos, cuando abracemos la
almohada y reviva la ilusión que aparcamos cada aurora al darnos los buenos
días. Infinitos son esos ocasos que nos invitan al sueño, como es el amor que
pongo al darte los buenos días, escribirlos en la brisa y soplar suavemente
para que salgan por esa ventana abierta, se mezclen con otros vientos y lleguen
hasta tu lecho, donde contemplas la almohada escribiendo con tus dedos los
perfiles anhelados. Y te veo dibujando un corazón orlado por un te quiero en el
hueco de la almohada. Después de un tierno mohín con el que mandas un beso a
ese hueco al que te abrazas, cazas el rayo de sol que te enuncia el nuevo día,
y escribes en las ondas el “tequiero” que me mandas envuelto en las blondas de
tus sueños.
Buenos días, mi vaporosa
ilusión, piénsame hasta el ocaso, cuando nos llame la luna para vivir nuestros
sueños.
Francisco Murcia.