domingo, 5 de agosto de 2018

Este ¡hola! no era igual

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Ese ¡hola! no era igual.
5 – 08 - 2018

No, desde el principio noté que esto no era lo mismo, que no se trataba de la suavidad de la brisa con la que se enuncia el comienzo de una mistad sincera, de corazón, de esas que permanecen para el resto de los días. Este ¡hola! fue diferente, distinto; este ¡hola! llevaba incorporada la llave de mis sueños. Ella no lo sabía, aunque de alguna forma lo intuía, porque los sueños caminan por senderos inexplicables que se escapan a toda ley física. Tal vez su universo y el mío llegaron a rozarse en su deambular por el espacio infinito en el que la imaginación fabrica esa burbuja donde reponer las cuantiosas heridas de un ego que pasa sin hacer sombra a nadie, que se ahoga en el océano de indiferencia en el que naufragan sus emociones.

No, este ¡hola! no era la amable invitación a compartir los abundantes arrabales de la intrascendencia donde a veces podemos encontrar bellas rosas escondidas entre la hojarasca de las futilidades. Este ¡hola! fue un “toc-toc” en la envejecida puerta de mis sueños, cuyos oxidados goznes temblaron esparciendo vaporosas esquirlas de herrumbre que se quedaron flotando en la atmósfera, eternamente inmutable, de mis desoladas noches. Al principio sentí miedo, no era lo usual. Yo fabricaba mis personajes, los colocaba en su lugar y construía un mundo a la medida de mis frustrados anhelos. Y con ello, cada día me levantaba sabiendo que el ocaso abría las puertas a ese mundo que sólo me pertenecía a mi, en el que yo era el rey, ese mundo donde reparaba las heridas de un ego permanentemente maltratado. Y de pronto, alguien llama a esa puerta y me despeño del trono de mis fantasías. Tengo miedo, me invade el temor. La realidad siempre se ha mostrado aciaga conmigo. Tengo edad suficiente para no esperar cambios en lo que ha sido mi constante universal. Entreabro ligeramente, solo para atisbar los suaves ecos de un “toc-toc” que ya comienza a hundirse en el mar de mis recelos. –¡Hola!, me gusta lo que escribes-. Algo nuevo, -pienso-, mientras asoman por la ventana de mis recuerdos algunas palabras, algunos versos recientemente leídos. -A mi también me gusta lo que tú escribes-, contesto, bajando del pedestal de mis sueños, por curiosidad, envuelto en una mezcla de temor, lejana esperanza y, por qué no decirlo, infinitos deseos de compartir apenas un suspiro del mundo que llevo dentro.  

“¡Hola!, me gusta lo que escribes- ¿Por qué esa frase escrita sonó en mi como el más precioso de los ecos jamás escuchado? ¿Por qué las herrumbrosas puertas donde encerraba mis sueños cayeron, después de tantas batallas, como las murallas de Jericó bajo el tronar de las trompetas de Josué? Ni siquiera fue una voz, tan solo un mensaje que mis sueños colgaron en el pentagrama de mis eternos silencios, y sin embargo, fue suficiente para que las murallas construidas  por mis constantes recelos se evaporasen, absorbidas por la gigantesca ola de esperanza que se levantó en el océano de mis anhelos. -¡Hola!, me gusta lo que escribes- Un relámpago en mis noches, un trueno que reventó el mundo de mis silencios, las trompetas de Josué derribando mis últimas defensas.

“Toc-toc”, llamé suave a su puerta, y me encontré sin murallas, tan solo una alma sedienta que se hundía en el océano de su soledad. –No soy nada para nadie, nadie me escucha, nadie repara en ese fuego donde se templa el acero de mis palabras que, al final, quedan reducidas a cenizas en la fragua de mis miedos-, me dijiste. –Desde ahora, te dije, -nuestros silencios se fundirán en un universo único donde ya no habrá murallas, donde ya no habrá recelos, donde brille la esperanza.

No, desde el  principio noté que este ¡hola!, no era igual.



Francisco Murcia

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