jueves, 2 de agosto de 2018

A veces


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A veces
11 – 01 - 2018

A veces es tan dura la tormenta, tan fragorosos sus truenos, que los ecos retumban haciendo estremecer los cimientos de la cordura. A veces es tan negra la noche que hasta los pensamientos se pierden en esa inmensa negrura. Entonces no hay esperanzas de que salga el sol, no hay sol para quien cae al abismo de la desesperanza, no hay luz para quien ha apagado el amor en su corazón, no hay claridad para quien nada en océanos de odio y se baña en los fuegos de miradas que te queman el alma. Hay días en los que es mejor no despertar, dejar que el sueño permanezca infinito y eterno, dejarse consumir en los antros oscuros de melancólicos sueños. Hay días en los que no sale el sol, en los que no vale la pena abrir la ventana. Y sin embargo…

Y sin embargo ahí estamos. Otra vez marchando en medio de soliloquios absurdos, caminando y caminando, tan solo por caminar, sin otro sentido que ir gastando la vida, sin otro fin que intentar matar el tiempo, cuando es el tiempo el que nos está matando. Pero no nos damos cuenta. Solo estamos atentos a ese frontón imaginado donde lanzamos palabras, frases, blasfemias, gritándolas en silencio para que sean devueltas, como pelota en frontón, con mayores violencias. Y esperamos su rebote y volvemos a lanzar usando toda la fuerza, queremos derribar ese frontón. El juego nos agota, el alma se va gastando, el odio es ese frontón donde jugar la partida solo conduce a la muerte, si no del cuerpo, del alma.

Pero pasa el tiempo. La tormenta, como todas, amaina. Los soliloquios comienzan a verse salpicados de palabras menos duras y una luz tenue comienza a vislumbrarse, como un faro en la noche, como una estrella aviso a navegantes perdidos en medio de la tormenta. Y olvidamos la última blasfemia, paramos en el aire el puñal imaginado, y cambiamos el acero por el candor de una rosa. Entonces nos damos cuenta que tiene las alas rotas, que nuestro ángel se queja porque no puede volar; entonces nos damos cuenta que hemos presumido de un vuelo que no era el nuestro, era el de nuestro ángel que nos elevó hasta los cielos y ya allí, viéndonos en las alturas, nos creímos casi dioses, y olvidamos ese ángel que nos sostiene en sus alas, que ha renunciado a su vuelo por sostener nuestro ego. Pobre ángel de alas rotas que ahora yace en el suelo, maltratado, humillado, pisoteado por quien subido a sus alas, transitaba las alturas en medio de fantasías y de ilusiones perdidas.

Hay días que no sale el sol, como hay noches vacías, sin sueños. Pero hay que abrir la ventana si no queremos que el odio se adueñe de la mañana, y del día y de la noche. Hay que abrir esa ventana para que el odio se agote.




Francisco Murcia

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