Tal
vez el cielo no esté tan negro.
28 - 08 - 2018
Son nubes imaginadas las que
barruntan tormenta
o es el cielo que se torna
negro
y se convierte en bóveda de
oscuros presagios.
Tal vez no sean más que
exudados de purulentas heridas
que quedaron ahí,
abiertas, siempre abiertas,
siempre supurando
los temores y los miedos que
quedaron escondidos,
agazapados, ocultos,
en los resquicios de una
niñez incierta,
enterrados bajo una juventud
lastrada
cuyas alas no volaron.
Reptando entre los ardores
de miradas y de gestos
que escribían en el alma
con el filo de una daga
páginas de desprecio,
a veces de compasión y a
veces de indiferencia,
me llegó la madurez casi sin
darme cuenta.
Atrás quedó una niñez que
nunca supe si existió,
atrás quedó una juventud en
la que abundó el dolor y ahora,
cuando en mi cielo se atisba
un resquicio de ilusión,
desconfío,
no me lo creo,
demasiadas costras en mi
piel,
demasiadas cicatrices
grandes como montañas
que han apagado los ecos de
mis sentidos anhelos.
Soliloquios,
más y más soliloquios,
mientras contemplo en mis
campos los horizontes abiertos,
y me paro entusiasmado,
viendo como la hormiga sigue
a sus compañeras
en esas hileras de puntos
que atraviesan los caminos.
Sí, me paro y me digo que
ellas,
mis amigas las hormigas,
son felices con su sino:
ir y venir una vez y otra
vez,
desde que apunta la aurora
hasta que llega el ocaso.
Ellas no portan las
cicatrices
que aquella niñez perdida
dejó en mi alma inocente,
no sufren por las miradas
ni los gestos displicentes
con cierto tono burlesco
del mundo que las rodea.
Soliloquios y más soliloquios,
hablando con piedras y
plantas,
dejando colgado en la brisa
el eco de mis pisadas,
en el rumor de los vientos
el arrullo de mis versos
y en los olores del campo
los aromas que yo anhelo.
Y hablo conmigo mismo,
con ese yo que sangra
escondido,
cohibido,
atemorizado,
temiendo ser descubierto,
y se va por los caminos a
charlar con las hormigas,
a dibujar en el viento los
perfiles prohibidos
e imaginar en la brisa
los aromas escondidos de las
hadas
que en sus sueños le
prometen esos besos
que guarda celosamente en el
cuenco de sus manos,
para ofrecerlos un día a
unos labios y unos ojos que no le digan adiós,
sin haberlo conocido.
Yo soy la ventana abierta
que encierra un yo temeroso,
solo tienes que acercarte,
preguntar si vive alguien
y al punto recibirás las
caricias de unos versos,
un arrullo agradecido
y la ternura de un beso.
Tal vez sean nubes
imaginadas
y el cielo no esté tan
negro.
Francisco Murcia.