
Mi sirena
7 - 04 - 2018
Navegué por
los mares procelosos de mi ignorancia, como Ulises por aquellos en los que las
sirenas le mostraron sus encantos. También enfilé la proa de mi ilusión hacia
un paraíso prometido, y ordené a mis instintos que remaran con fuerza, que
desplegaran las velas de mis sueños para que, hinchadas por los vientos de mis
anhelos, llevaran la nave de mi corazón hasta ella, hasta la sirena cuyo canto
se elevó por encima de las nubes, cabalgó por las ondas que agitan los océanos
del éter, y llegó hasta mi. Abandoné los puertos más seguros de mi
indiferencia, le di la espalda a la insistente lógica que me acosaba, y me
interné en los mares agitados de la duda, del acaso, del tal vez; sin dejar de
escuchar el canto de mi sirena. No había mástil donde amarrar mis impulsos ni
amigos que impidieran mi desatino. Raudo, sorteé las amenazas de Escila y de
Caribdis, atravesé el terrible estrecho de lo racional, para llegar a la fuente
donde saciar mis deseos.
Y los dioses
del Olimpo, ofendidos ante tanta rebeldía, me castigaron, se ensañaron en mi,
intentaron torcer el rumbo de mi nave. Pero se encontraron con el ímpetu
invencible de un inquebrantable corazón, que se entregó sin reservas y quedó
prisionero entre las rejas de sus encantos. Rompieron los remos que mis
instintos usaban, soplaron en contra intentando torcer los vientos de mis
anhelos, imaginaron tormentas donde zozobrar mi nave; pero nada consiguieron y,
vencidos, se retiraron. Ahora, cuando he escuchado su voz y me he bañado en su
mar, solo pienso en mi sirena mientras reparo mi barco y sigo escuchando su
canto, melodía de esperanza, mientras los ecos de mis recuerdos alimentan el
fuego de mis deseos.
Y pasa el
tiempo mientras oteo las ondas para encontrar los últimos ecos de su canto,
rebusco entre las olas que agitan los mares cibernéticos, me sumerjo en las
simas del silencio por ver si encuentro un rumor, una nota, un susurro perdido
entre los pliegues del tiempo que me recuerde su voz, y miro al espejo por ver
si me devuelve su imagen, pues me la robó hace tiempo cuando, despeinada,
trenzaba su media melena con mis dedos mientras me perdía en sus ojos. Pasa el
tiempo en que escribimos nuestras promesas y, asistido por la dulce voz de
Eros, urdo entre las penumbras de mis soledades, la forma de desligarme de las
ligaduras que me impone la distancia, desplegar nuevamente las velas de mis
sueños y, desafiando el furor de los dioses, desatar los vientos de mis anhelos
y llegar nuevamente hasta ella. ¿Me castigarán otra vez? Es posible, son
envidiosos, vengativos y, sobre todo, soberbios. Pero ni ellos, ni Escila ni
Caribdis, me detendrán en mi sueño.
Espérame, pues, mi sirena, pues yo
escucharé tu canto mientras aún me reste vida, mientras aún quede tiempo.
Francisco
Murcia.
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