lunes, 9 de abril de 2018

Mi sirena



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Mi sirena
7 - 04 - 2018

Navegué por los mares procelosos de mi ignorancia, como Ulises por aquellos en los que las sirenas le mostraron sus encantos. También enfilé la proa de mi ilusión hacia un paraíso prometido, y ordené a mis instintos que remaran con fuerza, que desplegaran las velas de mis sueños para que, hinchadas por los vientos de mis anhelos, llevaran la nave de mi corazón hasta ella, hasta la sirena cuyo canto se elevó por encima de las nubes, cabalgó por las ondas que agitan los océanos del éter, y llegó hasta mi. Abandoné los puertos más seguros de mi indiferencia, le di la espalda a la insistente lógica que me acosaba, y me interné en los mares agitados de la duda, del acaso, del tal vez; sin dejar de escuchar el canto de mi sirena. No había mástil donde amarrar mis impulsos ni amigos que impidieran mi desatino. Raudo, sorteé las amenazas de Escila y de Caribdis, atravesé el terrible estrecho de lo racional, para llegar a la fuente donde saciar mis deseos.

Y los dioses del Olimpo, ofendidos ante tanta rebeldía, me castigaron, se ensañaron en mi, intentaron torcer el rumbo de mi nave. Pero se encontraron con el ímpetu invencible de un inquebrantable corazón, que se entregó sin reservas y quedó prisionero entre las rejas de sus encantos. Rompieron los remos que mis instintos usaban, soplaron en contra intentando torcer los vientos de mis anhelos, imaginaron tormentas donde zozobrar mi nave; pero nada consiguieron y, vencidos, se retiraron. Ahora, cuando he escuchado su voz y me he bañado en su mar, solo pienso en mi sirena mientras reparo mi barco y sigo escuchando su canto, melodía de esperanza, mientras los ecos de mis recuerdos alimentan el fuego de mis deseos.

Y pasa el tiempo mientras oteo las ondas para encontrar los últimos ecos de su canto, rebusco entre las olas que agitan los mares cibernéticos, me sumerjo en las simas del silencio por ver si encuentro un rumor, una nota, un susurro perdido entre los pliegues del tiempo que me recuerde su voz, y miro al espejo por ver si me devuelve su imagen, pues me la robó hace tiempo cuando, despeinada, trenzaba su media melena con mis dedos mientras me perdía en sus ojos. Pasa el tiempo en que escribimos nuestras promesas y, asistido por la dulce voz de Eros, urdo entre las penumbras de mis soledades, la forma de desligarme de las ligaduras que me impone la distancia, desplegar nuevamente las velas de mis sueños y, desafiando el furor de los dioses, desatar los vientos de mis anhelos y llegar nuevamente hasta ella. ¿Me castigarán otra vez? Es posible, son envidiosos, vengativos y, sobre todo, soberbios. Pero ni ellos, ni Escila ni Caribdis, me detendrán en mi sueño. 

Espérame, pues, mi sirena, pues yo escucharé tu canto mientras aún me reste vida, mientras aún quede tiempo.

Francisco Murcia.





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