
Libertad, divino tesoro.
Adoro mi libertad
31 – 10 - 2017
Cuánto lloramos, amiga, en nuestros versos,
cuán pequeños nos vemos,
cuán ínfimos
y que grande el sufrimiento.
Elevamos a los vientos el aullido solitario,
de un lamento prolongado.
¿Qué buscamos?
¿A qué aspiramos? me pregunto.
¿Acaso a que nuestras lágrimas
iluminen los caminos,
como rutilantes estrellas,
de las almas peregrinas
y lloren con nuestras penas?
Yo no me siento excremento,
y mis lamentos reparto en frecuentes altibajos
de penas y desengaños.
Pero huyo del aullido de aquel lobo solitario
que en claras noches de luna
lametea sus heridas.
Me levanto cada día y miro al sol,
orlado con su collar de sedosas nubes finas,
y me olvido de los sueños
entre sábanas vacías,
y bendigo la caricia de la brisa al despertar,
aspiro con fruición los aromas de la casa,
de mi calle y de mi plaza,
tomo un sabroso café y salgo de madrugada,
recorriendo ese dosel que me regala La Rambla.
No, no me siento un excremento,
simplemente porque un alma
ha rechazado mi mano en la ruta de la vida.
Me siento reconstruido al despertar cada día,
miro la cama y me digo:
ahora ya puedo soñar.
Y me dispongo a vivir los avatares diarios,
sabiendo que por la noche hallo la cama vacía.
No es un sueño, soy libre,
¡y adoro mi libertad!
Francisco Murcia
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