miércoles, 25 de octubre de 2017

Charlas con mi yo escondido.

Por hablar de algo
23 – 10 - 2017

Bien, heme aquí, como tantísimas veces, con el deseo, más bien el vehemente anhelo, de escribir, no importa el qué, ni el cómo, ni de qué; tan solo importa abrir la puerta de mi mente para que sus goznes no se oxiden, para que entre el aire fresco y ventile ese ambiente en el que, a fuerza de permanecer ocultas, las ideas se van degenerando. Porque a las ideas le pasa lo que al vino mal envasado: de principio coge grados, se asienta y aparece de un cristalino bermellón y hasta sienta bien al paladar; pero si lo dejamos demasiado tiempo, al estar mal envasado, se pica, se pone ácido y al final, se convierte en eso que llamamos vinagre, indispensable para adornar algunos sabores, pero repelente como bebida. Así que aquí estoy, ante el teclado sin que, por el momento, las musas se hayan dignado tocar a mi puerta. El único que ha llamado ha sido el cartero, que debe tocar en todos los timbres a la vez por eso de no perder tiempo, y lo hizo justamente en el momento en el que me pareció barruntar, entre mis brumas mentales, la presencia de alguna forma que podría parecerse a una idea, pero al sonar el timbre, se disolvió en la neblinosa atmósfera del mar de los olvidos, donde flota todo ese enjambre de ocurrencias que se marchitan casi antes de surgir, y que no hacen otra cosa que ocultar los ocasionales frutos que podrían madurar, si las sombras de tanto follaje inútil no se lo impidieran.

En fin, por hablar de algo, me vienen a la mente las preguntas que me hago ante las evidencias de una realidad estrambótica, desquiciada, de cuerpo contrahecho, de ontogénesis contranatura.  Una realidad que ha medrado en el campo de las imposturas, abonado con el estiércol de los egoísmos y la incomprensión, y cosechada con la guadaña de la intolerancia. Qué bien nos sentimos cuando acarician nuestra autoestima, ocultándonos las sombras que nuestra realidad proyecta, y qué felicidad la que nos invade cuando se nos halaga. –Tú no eres como esos que hablan por hablar y no saben lo que dicen, ni tampoco como aquellos, pobres ignorantes, que no saben hacer otra cosa que despilfarrar estúpidamente el tiempo que la vida les ha dado; tú eres diferente, porque tú eres especial-. ¡Oh, qué bien suena!, tanto, que comienzas a repetírtelo a ti mismo una y otra vez, lo necesitas para que tu autoestima no se precipite por los abismos de la nulidad. Y es que todos queremos ser más, necesitamos ver constantemente el escalón inferior para no sentirnos en el puñetero suelo, en lo más bajo, donde ni siquiera llega la mirada de la compasión. Sí, como dice la canción: “todos queremos más”, pero no solamente dinero, que es meramente circunstancial, esa capa dorada con la que vestimos nuestras iniquidades; queremos más dignidad, pero… ¿qué tipo de dignidad deseamos?

Ya sé que me dirán que todos no son así, es más, la mayoría de las personas no son así. Y yo les digo: -no se lo crean, las apariencias engañan- Y verdaderamente creo que las apariencias engañan porque lo veo, desde el que pretende imponerse a su interlocutor en una discusión de barra de bar, pasando por el intelectual encumbrado, por el político comprometido o el profesor que, subido a su tarima declamatoria, proyecta su aparente sabiduría sobre unos alumnos ensimismados. No le den más vueltas, en toda escalera, cada escalón debe estar apoyado en el inmediatamente inferior, de lo contario, no existiría. Evidentemente, el ropaje que nos impone la puesta en escena de este gran teatro del mundo modifica sustancialmente las conductas, de modo que están “mal vistos” ciertos comportamientos hirientes para la dignidad que consideramos humana, aunque no sepamos muy bien los límites del marco donde se pinta ese paisaje al que llamamos dignidad, si bien todos reclamamos nuestro espacio en él. ¡Ah!, pero la dignidad propia no es la que tú te otorgues a ti mismo, sino la que te otorga tu entorno según la valoración de tu conducta. Y de aquí surge la fuente que riega la planta de todas las desigualdades, porque cada cual es digno para su entorno en la medida en que su conducta es acorde con el estatus social  o de creencias de ese entorno, siendo discriminado, incluso expulsado, si tal conducta se considera inapropiada, indigna o simplemente no está a la altura del grupo donde se desarrolla.

Y es aquí donde podemos encontrar las raíces de todos esos “ismos”: cristianismo, islamismo, comunismo, capitalismo, etc., etc.,, y por supuesto, todos los nacionalismos, que no dejan de ser una manifestación de la suma de los egoísmos individuales, una divinización del nosotros en oposición al vosotros, en la que el ellos no existe más que como una entelequia lejana. Ahora mismo estamos viviendo las consecuencias de una realidad retorcida hasta extremos grotescos, que condiciona la convivencia y el futuro de millones de personas, una realidad que surge como subproducto de la manipulación de la intolerancia, cosechada en los campos de la incomprensión, abonados con el estiércol de los egoísmos.

¡Caramba!, esta musa no ha venido cargada con las rosas de la concordia ni lo aromas de los jazmines, sino con las espinas de una verdad desagradable. Tal vez, lo mejor será dejarla pasar y esperar a que Afrodita nos regale una invitación firmada por el propio Eros en cuyos oscuros abismos pereceremos ahogados, pero de felicidad. Así al menos, si hemos de morir, muramos felices.


Francisco Murcia.  


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