
Corazón partido.
19 – 10 - 20017
Paseo en la tarde, al filo del último rayo de sol,
pincel divino que pinta las últimas nubes,
vaporosa comitiva que acompaña al astro rey,
de rojos y rosas brillantes y de encendidos naranjas.
El horizonte está lejos, muy lejos,
allá donde cielo y suelo se confunden,
donde se funden en un amistoso abrazo,
y escriben los cirros altos el epitafio del día,
de sudores y agonías con que discurre la vida.
Que plana, que ancha, que grande es mi tierra.
Me vienen a la memoria otros paisajes,
otras tierras más abruptas, menos planas,
más ariscas, pero no menos hermosas,
de otras gentes orgullosas de sus montañas y rocas,
de sus angostos barrancos,
de su eterna primavera
y de ese negro mar de lava en eterna marejada.
Parece que lo estoy viendo,
paseando los caminos de mi tierra castellana,
entre luces y penumbras de nubes
que visten de cálido rojo y de oscuros escarlatas.
Cuando mi cuerpo está allí,
respirando los aromas de polvorientos caminos,
mi mente transita barrancos,
ríos eternos de lava,
y acaricia tajinastes en las laderas del Teide.
Y si estoy en Las Cañadas admirando la alta cima,
veo mecido en la brisa el trigo de mi ancha Castilla,
y observo las amapolas acunadas por las ondas
de un mar inmenso de verde,
gotas de un rojo brillante adornando la esperanza
que se refleja en el rostro de esforzados labradores.
No hay duda,
tengo el corazón partido,
divido entre mi tierra, la de anchos horizontes,
y la eterna primavera,
donde se alzan montañas tan altas,
que desafían los cielos,
donde brilla el tajinaste
y los hermosos dorados de las humildes retamas,
donde resuenan los ecos del recio cante canario,
donde el timple y la bandurria,
la guitarra y el laúd,
escriben el pentagrama de la noble alma canaria.
Cuando estoy en la montaña,
sueño en valles y alamedas,
y a la orilla de mi Duero sueño con el poderoso
Teide,
alzándose impetuoso hasta tocar esos cielos.
Francisco Murcia.
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