
Ya no quiero más tristezas.
27 – 07 - 2018
Leo poesía en el muro, y leo
poesía fuera del muro. En el primero, solo veo tristezas, almas abandonadas que
buscan el consuelo de un oído que recoja los rumores que susurran los ecos de
oscuras soledades. Fuera del muro, cuando hojeo, transitando las páginas de
algunos y algunas que sí que fueron poetas, que siguen siendo poetas, los
horizontes se ensanchan, las lágrimas no son tantas, y las que son, brillan
como gotas de roció que deslumbran cuando abrimos la ventana para saludar al
sol. Y entonces yo me pregunto si es verdad que solo las lágrimas pueden abonar
ese jardín, donde nacen tantas flores que pregonan su belleza en medio de
tristezas infinitas, de abandonos dolorosos, de añoranzas de un “tequiero”, de
gritos desesperados en medio de los silencios, o simplemente de anhelos que se
traducen en sueños.
Debo de confesar que busco
con vehemencia, bajo mis torpes palabras, un “me gusta”, pues no soy inmune a
los halagos fáciles porque al menos, me dejan la constancia de que hay alguien
por ahí que mitiga su soledad compartiéndola conmigo, y me siento menos solo,
aquí, ante el teclado, viendo por mi ventana cómo pasa la vida, bulliciosa,
ajetreada, dinámica; una vida por la que yo, poco a podo, me voy sintiendo menos
concernido. Entonces surge ese “me gusta” y pienso, ¡caramba!, a ver si es que
estoy equivocado; respiro hondo y me siento menos solo, sonrío para mis
adentros, siento la imagen de ese calorcito que anima mis entretelas y presto
pulso el teclado, contestando ese “me gusta”, si es que me dan la ocasión, no
con un simple ¡gracias!, no, eso no sería justo, sino con un comentario donde
envolver el calor que yo quiero transmitir.
Pero me cansa tanta
tristeza, tantos ojos que solo miran hacia adentro, que se pierden el baile de
la amapola, desgranando su belleza en pétalos encendidos que se abrazan a la
brisa y danzan y danzan, en un ballet alocado, perdiéndose entre las nubes,
posándose en las espigas, prestando su rojo sangre para dar sangre a la vida, para
pintar el paisaje donde sembrar las sonrisas. Sí, prefiero las margaritas,
corazones amarillos orlados de puro blanco, quiero las noches de luna con el
canto de los grillos, olvidando los secretos para noches más oscuras, y me
gustan las cigarras en su loca algarabía bajo ese sol de justicia que
achicharra las espigas. Me cansa tanta tristeza y quiero mirar hacia fuera,
contemplar a las alondras, admirar a las cigüeñas, extasiarme ante el planeo
del águila poderosa como reina de los cielos. Me gusta seguir el vuelo de la
garza sinuosa que perfila los meandros de ese Duero silencioso. Me gusta el
trinar de los jilgueros, el cu-cu de la abubilla, el sirimiri de ecos con que
las ramas y el viento humedecen los silencios, y sobre todo me gusta esa voz,
esa cara, esos ojos, el recuerdo de esos labios que llevo siempre conmigo,
aunque se encuentren muy lejos.
Hagamos un canto a la vida y
rompamos los silencios. Encerremos las tristezas en esos oscuros huecos, donde
se cubren de herrumbre inconfesables secretos. Bailemos con la amapola
desafiando los vientos, desgranando nuestros días como los pétalos sueltos que
deambulan sin rumbo, escribiendo “libertad” en las ondas de la brisa.
Francisco Murcia.
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