Ya mis pies están cansados.
18
– 07 - 2018
Cuántas
veces he recorrido este camino.
Casi
puedo contar las piedras,
algunas
las reconozco aún,
los
cantos que decimos nosotros en el lenguaje del pueblo,
nuestro
lenguaje,
hasta
nombres les puse a algunas.
Pero
ese sendero,
el
que bajaba hasta el puente de los negrillos,
ese
ha desaparecido,
y
los negrillos también;
olmos
se llaman en lenguaje académico,
nosotros,
en el pueblo, les decimos negrillos;
árboles
rectos de hoja oscura,
pequeña
y aserrada.
Fue
hace ya muchos años,
una
plaga, tal vez un virus,
porque
los virus también afectan a los recios árboles
que,
en su perenne presencia,
dan
cuenta del paso del tiempo.
Ellos
cada vez más grandes;
nosotros,
cada día algo más viejos.
Pero
esos negrillos,
los
olmos que anunciaban el paso del canal,
murieron
víctimas de la plaga,
y
el sendero estrecho, de suelo rojizo, que llevaba hasta ellos,
desapareció
también.
Nada
perdura excepto los guijarros redondos,
gastadas
sus aristas por el paso de los siglos,
testigos
mudos del tiempo,
notarios
de las edades remotas en que el suelo no era suelo,
ni
eran los cantos guijarros,
ni
el aire que respiramos era aire,
ni
la vida era vida.
Todo
estaba por hacer y las huellas
aún
no habían hecho camino sobre la faz de la tierra.
Hoy
paseo mis arrugas forjadas en la distancia,
y
busco con la mirada
aquellas
piedras perdidas a las que le puse nombre:
Píndaro
era brillante, mármol puro,
puro
alabastro que el polvo disimulaba,
y
Sófocles,
pizarra
negra pulida donde escribir las tragedias,
y
aquella otra,
antiguo
y recio basalto por mil siglos oxidado
a
la que puse Vulcano,
y
tantas otras cuyos nombres,
perdidos
de mi memoria,
aún
siguen en los libros,
y
seguirán en la historia cuando mis pies,
ya
cansados,
no
transiten el camino.
Tengo
muchos,
muchos
años, tantos,
que
ya no estoy seguro si he vivido lo vivido
o
tan solo lo he soñado.
Cierro
los ojos
y
la neblina del tiempo va empañando los recuerdos.
¿Dónde
está esa piedra,
ese
guijarro grande
de
regio blanco brillante y perfiles ovalados?
Le
puse por nombre Píndaro,
cantor
de triunfos y gestas de los antiguos atletas.
Cierro
los ojos
y
entre el polvo de los años surge un niño
con
un librito en sus manos.
Absorto
cuenta las piedras
y
en la hilera, las hormigas que
como
perlitas negras atraviesan el camino.
Y
sueña,
sueña
y piensa al mismo tiempo,
pues
no encuentra las respuestas que ansía,
no
sabe por qué la piedra es piedra,
ni
sabe por qué la hormiga construye los hormigueros,
por
qué el hombre es tan perverso,
por
qué hay luces en el cielo.
No
sabe y todavía es pequeño.
Por
eso vive los cuentos,
siente
con Pulgarcito y acompaña a Blancanieves,
vuela
con Aladino en la alfombra de su genio
y
libra de los ladrones al bueno de Ali Babá.
Hace
tiempo, tanto tiempo,
y
aún sigo transitando por el mundo de los cuentos.
Ya
mis pies están cansados
y
vuelven a los caminos donde iniciaron el paso.
Francisco
Murcia.
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