
Era noche cerrada
15 – 07 - 2018
Era
noche cerrada,
me
gustaban las noches sin luna.
Sentado
en el poyo de la puerta,
a
oscuras,
parecía
un espectro,
una
prolongación de la misma piedra.
Y
miraba al cielo,
esos
puntos brillantes que colgaban sin saber de dónde,
simplemente
colgaban,
ahí,
en el aire,
sin
ningún hilo que los sujetara.
Y
me preguntaba por qué,
por
qué estaban ahí, y para qué,
si
no iluminaban la noche en la que me veía envuelto.
Ejercían
sobre mi un extraño embrujo
y
no podía apartar la vista de ellos.
Era
tan inmenso el cielo
y
yo tan chiquitito.
Todo
estaba en silencio,
tan
solo los ecos lejanos y apagados
de
algún perro solitario
que
aullaba las ausencias de su amo.
Era
noche cerrada
y
yo un niño que miraba las estrellas
y
descubría las delicias del silencio,
y
le preguntaba a Dios la razón de todo eso,
por
qué había tantos luceros
si
su luz no me llegaba.
Qué
grande es el universo
y
nosotros tan chiquitos,
tan
soberbios,
ignorantes
y altaneros.
y
tantas y tantas.
¿Y
tendrán mundos como el nuestro?
Entonces
sale la luna.
Tú
estás mucho más cerca,
tú
si que me alumbras con esa luz pálida,
fantasmal,
que
borra los colores del paisaje
y
guarda los secretos de corazones amantes.
Me
consuela saberte tan cerca que casi puedo tocarte.
En
cambio los otros,
esos
puntitos brillantes están tan lejos,
tan
lejos,
que
mil vidas no bastarían ni siquiera para iniciar el camino.
Es
tan grande el universo
y
nosotros tan chiquitos,
tan
chiquitos.
Mañana
he de madrugar
y
he de tirar de la cuerda,
surco
a surco,
arriba,
abajo,
cien
veces y doscientas.
Ya
queda poco,
el
sol se acerca al ocaso.
Esta
noche volveré
y
contaré las estrellas,
y
le preguntaré a Dios
el
porqué de todo eso.
Francisco
Murcia.
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