viernes, 6 de julio de 2018

Ya no lloraré más


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Ya no lloraré más
 5 – 07 - 2018

Ya no lloraré más, ya no tengo motivos. Aún me quedan lágrimas, pero ya mi alma se ha endurecido tanto, tanto, que no me quedan motivos para llorar. He cerrado los ojos para conservar mis últimas lágrimas, no sea que las vaya a necesitar en ese momento en que el ocaso anuncia una noche sin auroras. Entonces, mis ojos abiertos verterán la última lágrima, bañaré con ella todos mis recuerdos y florecerán, construyendo los peldaños que me lleven hasta ese cielo que aún no sé lo que es, que ni siquiera sé si creo algo en él, pero que ya lo presiento y lo deseo, pues ya está próxima la palabra fin en la última página. No quedan más que unas pocas líneas donde desgranar tan solo un par de certezas y un océano de dudas, donde he flotado sin brújula, sin horizontes, sin más puertos que el fugaz acaso prestado por el azar.

Certezas, he dicho, un par de certezas nada más: la fugacidad de la vida y la evidencia de la muerte. He aquí las certezas únicas. Todo lo demás, un sueño que duele durante el día, que pesa, que seca las fuentes de los sentimientos, que pinta de colores opacos los intersticios del alma. Y durante la noche, vierte su última lágrima, envuelve con ella las penas y las esconde. Entonces abre sus alas y vuela, vuela hasta el infinito, sin horizontes ni tiempo; vuela buscando unos ojos, devorando las delicias de una sonrisa soñada, regalando el corazón por una sola mirada de un hada que, sumergida en la noche, también envolvió sus penas, las dejó bajo la almohada y desplegando sus alas, surcó la orilla del mundo, se internó en el universo y se encontró con mis ojos. Me agarré a esa mirada como náufrago a su tabla y juntos, secuestramos un trozo de eternidad y la encerramos en ese lugar del alma donde se encierra los sueños, ese oasis cuyas fuentes siempre manan, mientras exista la noche y los rigores del alba.

No, no lloraré más, aunque aún me queden lágrimas. No le prestaré al dolor ni una victoria más. ¡Me niego! Ya tengo en el cofre de mi alma la mirada deseada, ya tengo esa sonrisa que los sueños de la aurora me negaron, ya he escondido mis penas en los pliegues de la almohada y entre penumbras de alcoba, despliego libre mis alas, engaño al dios de las horas, y buscando en mis recuerdos, encuentro aquella mirada que me ofrece el corazón. Entonces ya nada importa. Volemos, volemos; pues le he robado las horas al reloj de nuestros días y en nuestra alma he guardado un trozo de eternidad.

Ya no hay por qué llorar, ya no nos importa el tiempo. Y aunque venga la alborada y nos cambie el escenario, nunca nos podrá quitar la felicidad vivida en el mundo de los sueños.

Francisco Murcia

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