
Ya no lloraré más
5 – 07 - 2018
Ya
no lloraré más, ya no tengo motivos. Aún me quedan lágrimas, pero ya mi alma se
ha endurecido tanto, tanto, que no me quedan motivos para llorar. He cerrado
los ojos para conservar mis últimas lágrimas, no sea que las vaya a necesitar
en ese momento en que el ocaso anuncia una noche sin auroras. Entonces, mis
ojos abiertos verterán la última lágrima, bañaré con ella todos mis recuerdos y
florecerán, construyendo los peldaños que me lleven hasta ese cielo que aún no
sé lo que es, que ni siquiera sé si creo algo en él, pero que ya lo presiento y
lo deseo, pues ya está próxima la palabra fin en la última página. No quedan
más que unas pocas líneas donde desgranar tan solo un par de certezas y un
océano de dudas, donde he flotado sin brújula, sin horizontes, sin más puertos
que el fugaz acaso prestado por el azar.
Certezas,
he dicho, un par de certezas nada más: la fugacidad de la vida y la evidencia
de la muerte. He aquí las certezas únicas. Todo lo demás, un sueño que duele
durante el día, que pesa, que seca las fuentes de los sentimientos, que pinta
de colores opacos los intersticios del alma. Y durante la noche, vierte su
última lágrima, envuelve con ella las penas y las esconde. Entonces abre sus
alas y vuela, vuela hasta el infinito, sin horizontes ni tiempo; vuela buscando
unos ojos, devorando las delicias de una sonrisa soñada, regalando el corazón por
una sola mirada de un hada que, sumergida en la noche, también envolvió sus
penas, las dejó bajo la almohada y desplegando sus alas, surcó la orilla del
mundo, se internó en el universo y se encontró con mis ojos. Me agarré a esa
mirada como náufrago a su tabla y juntos, secuestramos un trozo de eternidad y
la encerramos en ese lugar del alma donde se encierra los sueños, ese oasis
cuyas fuentes siempre manan, mientras exista la noche y los rigores del alba.
No,
no lloraré más, aunque aún me queden lágrimas. No le prestaré al dolor ni una
victoria más. ¡Me niego! Ya tengo en el cofre de mi alma la mirada deseada, ya tengo
esa sonrisa que los sueños de la aurora me negaron, ya he escondido mis penas
en los pliegues de la almohada y entre penumbras de alcoba, despliego libre mis
alas, engaño al dios de las horas, y buscando en mis recuerdos, encuentro
aquella mirada que me ofrece el corazón. Entonces ya nada importa. Volemos,
volemos; pues le he robado las horas al reloj de nuestros días y en nuestra
alma he guardado un trozo de eternidad.
Ya
no hay por qué llorar, ya no nos importa el tiempo. Y aunque venga la alborada
y nos cambie el escenario, nunca nos podrá quitar la felicidad vivida en el
mundo de los sueños.
Francisco
Murcia
No hay comentarios:
Publicar un comentario