martes, 31 de octubre de 2017

Adoro mi libertad

Aire Caliente, Globo, Valle, Cielo


Libertad, divino tesoro.



Adoro mi libertad
31 – 10 - 2017

Cuánto lloramos, amiga, en nuestros versos,
cuán pequeños nos vemos,
cuán ínfimos
y que grande el sufrimiento.

Elevamos a los vientos el aullido solitario,
de un lamento prolongado.
¿Qué buscamos?
¿A qué aspiramos? me pregunto.
¿Acaso a que nuestras lágrimas
iluminen los caminos,
como rutilantes estrellas,
de las almas peregrinas
y lloren con nuestras penas?

Yo no me siento excremento,
y mis lamentos reparto en frecuentes altibajos
de penas y desengaños.
Pero huyo del aullido de aquel lobo solitario
que en claras noches de luna
lametea sus heridas.

Me levanto cada día y miro al sol,
orlado con su collar de sedosas nubes finas,
y me olvido de los sueños
entre sábanas vacías,
y bendigo la caricia de la brisa al despertar,
aspiro con fruición los aromas de la casa,
de mi calle y de mi plaza,
tomo un sabroso café y salgo de madrugada,
recorriendo ese dosel que me regala La Rambla.

No, no me siento un excremento,
simplemente porque un alma
ha rechazado mi mano en la ruta de la vida.
Me siento reconstruido al despertar cada día,
miro la cama y me digo:
ahora ya puedo soñar.
Y me dispongo a vivir los avatares diarios,
sabiendo que por la noche hallo la cama vacía.
No es un sueño, soy libre,
¡y adoro mi libertad!


Francisco Murcia

lunes, 30 de octubre de 2017

El viejo que hablaba con un mechón de su pelo

La siguiente ficción le puede suceder a cualquiera.


El viejo que habla con su mechón de pelo.

Regreso a casa. El vendaval ha barrido las hojas y la lluvia ha lavado las calles. Un hombre ya viejo habla en voz alta en un idioma desconocido para mi. No se dirige a nadie, tan solo habla porque sí, para oírse la voz, para convencerse de que aún sigue existiendo, de que aún puede hablar, como el último gancho al que se aferra una vida que se va disolviendo en la nada desde hace ya años, desde el momento en que se encontró una maleta en la puerta de su casa con unas letras garabateadas en un papel de estraza: “No vuelvas”. Entonces levantó su puño con la intención de golpear la puerta, pero no llegó a hacerlo, no tenía sentido. En silencio, recogió su maleta, salió a la calle y tomó posesión del primer banco que encontró.

Hace cinco años,  siempre en silencio, una pieza más fundida con el paisaje de bancos, de árboles y de plantas. Sus ojos azules de mirada acuosa ya no contemplan la calle. Perdidos en un horizonte desconocido, parecen mirar otro mundo. Su piel, cetrina por el sol, el tabaco y el vino, oculta un ser del que nadie sabe nada. Entre la jungla de voces que le llegan, no hay una sola que se dirija a él: -Hola.. ¿Cómo está Vd.? ¿Cómo se llama? Unas simples preguntas que, de pronto, lo elevarían al plano de la existencia como ser humano.

El viento juega con un ralo mechón de pelo canoso que le cruza el rostro de vez en cuando, y el viejo se dirige a él en su lenguaje extraño, hasta le sonríe, parece agradecerle la molestia que indudablemente le produce el revoloteo permanente ante sus ojos de  ese resto colgante que queda de algo que fue hace ya mucho tiempo, de una indudable juventud enterrada en lo más profundo de sí mismo, donde buscan esos ojos perdidos y acuosos que solo emergen por unos instantes para hablar con ese mechón rebelde.

Hace fresco, el aire es húmedo y paso sin fijarme en su ropa, sin atreverme a mirar su cara que en esos momentos insinúa un gesto que no sé descifrar, entre el inicio de una sonrisa o la contracción involuntaria provocada por el frío. Ahí sigue, sentado en el banco, con la maleta a su lado y un tetrabrik de vino barato al alcance de la mano, sacando de entre sus sueños algo a lo que agarrarse para seguir siendo humano.

Siento pena, pero sigo mi camino. Llego a casa: “-Ha llegado papá –Hola, cariño” Y me olvido de aquel viejo que habla con su mechón de pelo con palabras extrañas, palabras que no comprendo, o tal vez no las entiendo porque nunca me he parado a escucharlas. Solo debo pararme, detenerme un momento, darle los buenos días y dedicarle una sonrisa. Si lo hiciera, aquel viejo comenzaría a ser alguien. Pero sigo mi camino porque no quiero que mi vida se complique, y dejo que aquel viejo, que habla solo en voz alta, descienda los escalones de la existencia desde alguien a algo, y de aquí a no ser nada, ni siquiera un motivo en el paisaje.


Francisco Murcia.

  

sábado, 28 de octubre de 2017

Aunque ya estemos muy lejos

El tiempo no lo borra todo. ¡Afortunadamente!


Aunque ya estemos muy lejos.
10 – 12 - 2016

Debajo de cada lamento, hay un sentimiento,
detrás de cada tristeza, hay un recuerdo,
detrás de cada recuerdo
hay un trozo de vida,
una luz que brilla en el fondo de una sima
donde quedaron enterrados los amores de otro tiempo,
las dulzuras de una boca
cuyos labios se perdieron
entre palabras y gestos,
inoportunas las unas
y los otros, a destiempo.

Detrás de cada lamento,
detrás de cada tristeza,
se han escondido los días que nos vieron sonreír,
se han detenido los vientos
donde cabalgan las hojas
que adornaron nuestro lecho.
Ahora, ya inmóviles en el suelo,
el polvo las va cubriendo.
Debajo de cada hoja queda enterrado un lamento
que se apaga día a día,
que ya casi ni lo siento.

Por eso limpio las hojas
con la brisa del recuerdo.
No, no importa que tus labios,
sonrían para otros labios,
no importa que tus ojos reflejen otras pupilas,
lo único que me importa es que vuelves a reír,
lo único que yo espero
es que vivas mi recuerdo,
que añores esos momentos
en que ambos nos amamos
sin importarnos el tiempo,
sin ver otro mundo que el nuestro,
y en ese mundo los hijos.
Por ellos siempre sabremos
que un día nos quisimos,
y que ahora aunque muy lejos,
todavía nos queremos,
y hasta el final de los días,
nos seguiremos queriendo,
aunque sea de otro modo,
aunque ya estemos muy lejos.


Francisco Murcia.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Charlas con mi yo escondido.

Por hablar de algo
23 – 10 - 2017

Bien, heme aquí, como tantísimas veces, con el deseo, más bien el vehemente anhelo, de escribir, no importa el qué, ni el cómo, ni de qué; tan solo importa abrir la puerta de mi mente para que sus goznes no se oxiden, para que entre el aire fresco y ventile ese ambiente en el que, a fuerza de permanecer ocultas, las ideas se van degenerando. Porque a las ideas le pasa lo que al vino mal envasado: de principio coge grados, se asienta y aparece de un cristalino bermellón y hasta sienta bien al paladar; pero si lo dejamos demasiado tiempo, al estar mal envasado, se pica, se pone ácido y al final, se convierte en eso que llamamos vinagre, indispensable para adornar algunos sabores, pero repelente como bebida. Así que aquí estoy, ante el teclado sin que, por el momento, las musas se hayan dignado tocar a mi puerta. El único que ha llamado ha sido el cartero, que debe tocar en todos los timbres a la vez por eso de no perder tiempo, y lo hizo justamente en el momento en el que me pareció barruntar, entre mis brumas mentales, la presencia de alguna forma que podría parecerse a una idea, pero al sonar el timbre, se disolvió en la neblinosa atmósfera del mar de los olvidos, donde flota todo ese enjambre de ocurrencias que se marchitan casi antes de surgir, y que no hacen otra cosa que ocultar los ocasionales frutos que podrían madurar, si las sombras de tanto follaje inútil no se lo impidieran.

En fin, por hablar de algo, me vienen a la mente las preguntas que me hago ante las evidencias de una realidad estrambótica, desquiciada, de cuerpo contrahecho, de ontogénesis contranatura.  Una realidad que ha medrado en el campo de las imposturas, abonado con el estiércol de los egoísmos y la incomprensión, y cosechada con la guadaña de la intolerancia. Qué bien nos sentimos cuando acarician nuestra autoestima, ocultándonos las sombras que nuestra realidad proyecta, y qué felicidad la que nos invade cuando se nos halaga. –Tú no eres como esos que hablan por hablar y no saben lo que dicen, ni tampoco como aquellos, pobres ignorantes, que no saben hacer otra cosa que despilfarrar estúpidamente el tiempo que la vida les ha dado; tú eres diferente, porque tú eres especial-. ¡Oh, qué bien suena!, tanto, que comienzas a repetírtelo a ti mismo una y otra vez, lo necesitas para que tu autoestima no se precipite por los abismos de la nulidad. Y es que todos queremos ser más, necesitamos ver constantemente el escalón inferior para no sentirnos en el puñetero suelo, en lo más bajo, donde ni siquiera llega la mirada de la compasión. Sí, como dice la canción: “todos queremos más”, pero no solamente dinero, que es meramente circunstancial, esa capa dorada con la que vestimos nuestras iniquidades; queremos más dignidad, pero… ¿qué tipo de dignidad deseamos?

Ya sé que me dirán que todos no son así, es más, la mayoría de las personas no son así. Y yo les digo: -no se lo crean, las apariencias engañan- Y verdaderamente creo que las apariencias engañan porque lo veo, desde el que pretende imponerse a su interlocutor en una discusión de barra de bar, pasando por el intelectual encumbrado, por el político comprometido o el profesor que, subido a su tarima declamatoria, proyecta su aparente sabiduría sobre unos alumnos ensimismados. No le den más vueltas, en toda escalera, cada escalón debe estar apoyado en el inmediatamente inferior, de lo contario, no existiría. Evidentemente, el ropaje que nos impone la puesta en escena de este gran teatro del mundo modifica sustancialmente las conductas, de modo que están “mal vistos” ciertos comportamientos hirientes para la dignidad que consideramos humana, aunque no sepamos muy bien los límites del marco donde se pinta ese paisaje al que llamamos dignidad, si bien todos reclamamos nuestro espacio en él. ¡Ah!, pero la dignidad propia no es la que tú te otorgues a ti mismo, sino la que te otorga tu entorno según la valoración de tu conducta. Y de aquí surge la fuente que riega la planta de todas las desigualdades, porque cada cual es digno para su entorno en la medida en que su conducta es acorde con el estatus social  o de creencias de ese entorno, siendo discriminado, incluso expulsado, si tal conducta se considera inapropiada, indigna o simplemente no está a la altura del grupo donde se desarrolla.

Y es aquí donde podemos encontrar las raíces de todos esos “ismos”: cristianismo, islamismo, comunismo, capitalismo, etc., etc.,, y por supuesto, todos los nacionalismos, que no dejan de ser una manifestación de la suma de los egoísmos individuales, una divinización del nosotros en oposición al vosotros, en la que el ellos no existe más que como una entelequia lejana. Ahora mismo estamos viviendo las consecuencias de una realidad retorcida hasta extremos grotescos, que condiciona la convivencia y el futuro de millones de personas, una realidad que surge como subproducto de la manipulación de la intolerancia, cosechada en los campos de la incomprensión, abonados con el estiércol de los egoísmos.

¡Caramba!, esta musa no ha venido cargada con las rosas de la concordia ni lo aromas de los jazmines, sino con las espinas de una verdad desagradable. Tal vez, lo mejor será dejarla pasar y esperar a que Afrodita nos regale una invitación firmada por el propio Eros en cuyos oscuros abismos pereceremos ahogados, pero de felicidad. Así al menos, si hemos de morir, muramos felices.


Francisco Murcia.  


domingo, 22 de octubre de 2017

Corazón dividido


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Corazón partido.
19 – 10 - 20017

Paseo en la tarde, al filo del último rayo de sol,
pincel divino que pinta las últimas nubes,
vaporosa comitiva que acompaña al astro rey,
de rojos y rosas brillantes y de encendidos naranjas.

El horizonte está lejos, muy lejos,
allá donde cielo y suelo se confunden,
donde se funden en un amistoso abrazo,
y escriben los cirros altos el epitafio del día,
de sudores y agonías con que discurre la vida.

Que plana, que ancha, que grande es mi tierra.
Me vienen a la memoria otros paisajes,
otras tierras más abruptas, menos planas,
más ariscas, pero no menos hermosas,
de otras gentes orgullosas de sus montañas y rocas,
de sus angostos barrancos,
de su eterna primavera
y de ese negro mar de lava en eterna marejada.
Parece que lo estoy viendo,
paseando los caminos de mi tierra castellana,
entre luces y penumbras de nubes
que visten de cálido rojo y de oscuros escarlatas.

Cuando mi cuerpo está allí,
respirando los aromas de polvorientos caminos,
mi mente transita barrancos,
ríos eternos de lava,
y acaricia tajinastes en las laderas del Teide.
Y si estoy en Las Cañadas admirando la alta cima,
veo mecido en la brisa el trigo de mi ancha Castilla,
y observo las amapolas acunadas por las ondas
de un mar inmenso de verde,
gotas de un rojo brillante adornando la esperanza
que se refleja en el rostro de esforzados labradores.

No hay duda,
tengo el corazón partido,
divido entre mi tierra, la de anchos horizontes,
y la eterna primavera,
donde se alzan montañas tan altas,
que desafían los cielos,
donde brilla el tajinaste
y los hermosos dorados de las humildes retamas,
donde resuenan los ecos del recio cante canario,
donde el timple y la bandurria,
la guitarra y el laúd,
escriben el pentagrama de la noble alma canaria.

Cuando estoy en la montaña,
sueño en valles y alamedas,
y a la orilla de mi Duero sueño con el poderoso Teide,
alzándose impetuoso hasta tocar esos cielos.


Francisco Murcia.



viernes, 20 de octubre de 2017

Al final, tal vez podamos sonreír

Dedicados a todos aquellos que ya contemplamos la vida desde una ventana, la que nos separa de una calle que cada vez transitamos menos y cuyos transeúntes semejan máscaras que ya no nos dicen nada. 

Al final, tal vez podamos sonreír.
20 – 10 - 2017

Sin nada más interesante que hacer, tras los estores traslúcidos de mi ventana, contemplo una calle que no es la mía, aunque ya llevo transitándola todos los días contenidos en unos larguísimos treinta años. Los mismos bares, las mismas gentes; bueno, casi las mismas, porque los negocios van cambiando de dueño de tanto en tanto, a medida que se van sucediendo los fracasos, y la necesidad de encontrar un hueco donde meterse aguijonea a una juventud que se ve bastante perdida. Hace tiempo que ya no veo a vecinos que antes eran figuras frecuentes en las aceras de mi entorno. No somos amigos, tan solo vecinos que encuentran una fuente de autoestima dedicando una afectada y ridícula indiferencia a otros que, a su vez, responden exactamente de la misma forma. En fin, pequeñas y estúpidas sutilezas que crecen en el campo de la mediocridad. Y es que necesitamos esas gotitas de soberbia como el buen guiso necesita de la hoja de laurel, que nada tiene que aportar ni siquiera al sabor, pero otorga un cierto aroma que anima el apetito. Asimismo, la autoestima requiere de un cierto nivel mínimo que nos haga sentir menos vulnerables, y disimule esa patética imagen que, casi siempre, proyectamos sin darnos cuenta.

Digo que no es mi calle, naturalmente. Tan solo poseo en ella ese rincón que llevo pagando con mi vida y que, un poco pomposamente, llamo mi vivienda. Mi calle, mejor dicho, mis calles son otras: pocas, antiguas, cortitas, de edificios terrosos, sucias de excrementos de animales, pero plenas de vida, de risas, de carreras alocadas, de felicidad en el más puro sentido de la palabra. Tan plenas de alegría, que ni siquiera nos acordábamos de ir a comer. De pronto, cuando estábamos a punto de descubrir el escondrijo de los ladrones, sonaban las voces desgañitadas de las madres llamando a sus hijos. -¡¡A comer!! -¡¡Ñooo, ahora a comer!! No tengo hambre ma-. –Como no vengas a comer enseguida te quedas en ayunas, y cuando venga tu padre te vas a enterar. -¡Ñoo!  Tonete, que sé donde estás, que estás detrás del trillo, después me toca a mi de ladrón-.

Deambulo por la ruta de mis recuerdos, tranquilamente, deleitándome con aquellos que están más lejanos, en el inicio de los primeros descubrimientos de la vida. Nada presagiaba entonces lo que habría de venir después, o éramos tan niños que vivíamos cada momento como si en él estuviera concentrado todo el tiempo del universo. La ausencia de los padres emigrados, las infantiles espaldas doblegadas bajo el peso de los haces de leña,  el fuego abrasador en los rastrojos, el frío aterrador en los inviernos y la vara del maestro, golpeando las yemas ateridas de nuestros dedos. Y sin embargo, cuando nos dejaban libres un momento, esas calles cortitas, malolientes, de achaparrados edificios de tierra, se convertían por arte de magia en el campo de batalla del Capitán Trueno contra esos malandrines sarracenos. Nadie quiere ser el malo, todos quieren rescatar a la princesa de las garras del malvado padre, que la mantiene cautiva en la torre del castillo. Hay disputas y peleas, pero al fin, se impone un momento de tregua y se echa a suertes el lugar de cada cual. -¡¡Niños, a comer!! -¡¡Ñoo, ahora que me tocaba ser el Jabato!!

Qué lejos están todavía los primeros exámenes, las primeras miradas picaronas, y aún más, mucho más, el primer beso, la primera locura, la primera noche, la primera hipoteca. En fin, aún quedan lejos aquellos kilómetros que nos van a hacer sudar, a veces nos harán llorar y, con suerte, al final, sentados ante la ventana de una calle cualquiera, tal vez podamos sonreír.



Francisco Murcia. 

jueves, 19 de octubre de 2017

Sueños de la luna





Sueños de la luna.
(Soneto).
16 – 10 - 2017

Apaga sus confines en la tarde
la aurora que ardía en la mañana,
derramando la luz que del sol mana,
mientras busca las sombras la cobarde

luna, que aguarda oculta hasta el ocaso,
y envuelta en sombrías sutilizas,
apenas puesto el sol, se despereza,
y en la bóveda estrellada inicia el paso.

Ufana va, cegando las estrellas,
haciendo de la noche la más bella
antesala de sueños olvidados,

Esconde sus fulgores al poniente
el sol, señor del día omnipotente
y a los sueños quedamos convidados.


Francisco Murcia.


domingo, 15 de octubre de 2017

¡Por fin, llueve!

Recordando bajo la lluvia la lágrimas que manan de un sol inclemente que no nos da tregua.

¡Por fin, llueve!
15 – 10 - 2017

¡Llueve, por fin llueve!
Cómo se emborracha el aire con el perfume a humedad.
Por fin se ha cubierto de tonos grises el cielo,
Las hojas, casi secas,
de plantas ya casi muertas,
hace tiempo que lo estaban esperando.
Los vientos traen de lejos efluvios casi olvidados,
mensajeros de la vida, cuando la vida
escapaba en nubes de seco polvo.
La tierra, sedienta con sed de  siglos,
bebe el aire que evapora las pocas gotas de lluvia
con las que el cielo se anuncia.

Y de pronto viene el viento y llueve,
llueve a cántaros,
y la tierra bebe y bebe,
y las plantas, casi muertas, visten el traje de gala
de hermoso verde esmeralda.

Es bonita la música de la lluvia,
y cuánto la añoramos cuando la lluvia nos falta:
el suave tintineo que se convierte en rumor
que se extiende hasta lo lejos,
susurros quedos de amor entre la tierra y el cielo.
Por fin se ha escondido el sol,
por fin se ha ido el calor,
y las pompas en los charcos con su fugaz existencia
escriben en sus reflejos el mensaje de la vida,
danza de espejos curvos
cuyos rayos irisados se deshacen en el aire
para caer en los charcos.

Tamborilea la lluvia empañando los cristales,
difumina los paisajes que veo por mi ventana,
tamborileo en la mesa acariciando el teclado,
mientras vienen a mi mente recuerdos, ya muy lejanos,
de pies pequeños descalzos chapoteando en los charcos,
de sandalias y katiuskas,
de remiendos empapados
y del fuego mortecino donde se secan los trapos;
de paseos atrevidos
contando los goterones que caen de los tejados,
de carreras alocadas saltando entre los regatos,
atravesando los charcos como si los mares fueran
de osados piratas de cuentos,
de aventuras y de juegos.


Respiro hondo y suspiro,
y aspiro con fruición los aromas de esos vientos
que, como duendes,
se cuelan por mi ventana,
trayéndome a la memoria los recuerdos de mi infancia.

¡Llueve, por fin, llueve!
Y suenan los goterones en compases disonantes,
acompañando el rumor quedo y enamorado
del tintineo de lluvia que le dedica a la tierra
el cielo que viste de gala,
con ropajes de gris plata
y perfume de humedades.

¡Por fin, llueve!
y recupero mi infancia entre charcos y regatos,
cual aguerrido pirata,
calzado con mis sandalias.




Francisco Murcia.

viernes, 13 de octubre de 2017

¿Qué es la patria?

Siempre he desconfiado de los ardores patrióticos.

¿Qué es la patria?
13 – 10 - 2017

No entiendo de amores patrios,
no entiendo lo que es la patria.
¿Qué es la patria?
¿El rincón donde nací por pura casualidad?
¿La lengua que aprendí a hablar
porque así me habló mi madre,
y mi padre, y los demás?
¿Es ese trozo de tierra que se tragó mi inocencia,
donde se quedó mi infancia
perdida entre las banderas?
¿Es esa heredad que es de otros, que no es mía
y que quieren que defienda dando por ella mi vida?
 ¿Acaso mi sangre cambia porque cambie de lugar?
¿Qué tiene de mi la patria, sino mi esfuerzo y sudor?
¿Por qué pides, patria, mi sangre;
por qué me causas dolor?

No quiero llorar por ti,
porque tú hiciste llorar a mis humildes ancestros,
porque hubieron de vagar por territorios inciertos
buscando el trozo de pan que tú negaste a sus hijos.
No creo en amores patrios
ni en grandiosos sentimientos,
abomino de banderas que sin haber dado nada,
me exigen hasta la vida,
y me cantan maravillas
que han de quedar en la historia
como recuerdo perenne, orgullo de mi familia.

Falacias de cuentos vanos,
ilusos sueños de niños que con el paso del tiempo,
asentarán los cimientos de futuros desengaños,
esperanzas fenecidas y odios acrisolados.
Por eso, patria, abomino de toda enseña y bandera
que entre cánticos de gloria me conducen a la guerra.
Héroes pretendidos y tunantes redomados,
huir de mi, no os quiero,
me niego a escuchar las notas de clarines y tambores
pues veo gotas de sangre en vuestro falso estandarte.

Que no suenen los clarines,
que el recio paso marcial de jóvenes engañados
no empañe una sola nota del Himno de la Alegría,
que el redoble de tambores no me arrebate mi sueño,
no me robe ese paisaje donde retozan mis hijos,
donde dos trozos de cielo me reclaman cada día.

Grandes patriotas, ya podéis iros con Dios.
Sé que me diréis traidor
y tal vez, hasta me quitéis la vida,
pero la daré con gusto si la doy por mi familia.
Jamás me perdonaría perderla en una aventura
persiguiendo un sueño extraño que ni siquiera es mi sueño.
El mío me lo robaron
el día que me envolvieron en la enseña de una patria
donde perdí mi inocencia,
donde se enterró mi infancia entre cánticos de guerra
cuando apenas era un niño.


Francisco Murcia 

martes, 10 de octubre de 2017

Cuando ya no queden huellas

Cuando el camino de la vida avanza hacia el crepúsculo.

Cuando ya no queden huellas.
9 – 10 - 2017

Tierra serena, llana,
acumulando la fatiga de siglos,
descansa en un paisaje amable
que se despereza a veces, acá y allá,
en suaves lomas y altozanos
donde no se ve la áspera brusquedad
de un escalón rocoso,
de una falla o una grieta en cuyo fondo
suenen los ecos de jóvenes gotas saltarinas.

Aquí son los rosas brillantes al despuntar la alborada,
y los naranjas candentes al acercarse el ocaso;
aquí es todo paz y sosiego,
y horizontes infinitos,
donde la tierra y el cielo se disputan los espacios,
se confunden y se abrazan
mientras que yo los contemplo,
recogiendo en mis sandalias el polvo de los caminos,
y en mi mente, la experiencia que me regalan los siglos.

Vuela rasante una alondra que dormitaba en el suelo,
allí mismo, en el camino,
entre pajas y guijarros.
Paro mis pasos quedos,
detengo el rumor suave de mis gastadas sandalias
y observo con embeleso los rápidos aleteos
de aquel cortísimo vuelo que se pierde en los rastrojos,
mientras el sol, ya cansado,
dispensa el último rayo
y los naranjas y rojos visten de gala el ocaso.

Tímida al otro lado se asoma la pálida luna
mientras el último rayo
se sumerge en la penumbra,
y proyectan esas lomas oscuras sombras de tumbas
que se extienden por el valle.
Rasga el silencio en la noche
la canción desesperada de algún grillo solitario,
cri-cri, cri-cri, canto con él para que escuche mi amada;
el grillo no halla respuesta,
y mis lamentos se pierden en un vacío sin nombre,
mientras me alumbra la luna con luz pálida de plata
y el silencio de la noche, amable recoge mi alma,
y deja caer un susurro de la bóveda estrellada:
-Sueña, me dice la noche, -
aplaca ya esas voces de tu alma atormentada,
fíjate en esa alondra apostada en el camino
que se fue en vuelo rasante
y se posó en el rastrojo persiguiendo su destino.

-Eleva tu propio vuelo,
aletea en los abismos de la inmensidad oscura,
alumbra con ilusión el camino de tu vida,
recorre en vuelo rasante las huellas que vas dejando,
y verás que aquella alondra llevaba mucha razón
al buscar entre rastrojos su natural condición.  
Aplaca pues ya tu ira,
arrójala a los abismos del silencio de la noche,
y susúrrale a la luna de pálida luz de plata
tus más íntimos secretos,
Confíale tus lamentos,
y ya sabes que es de noche,
que estás solo en este cielo,
que una lágrima furtiva no te hace menos hombre,
que el polvo de tus sandalias no es el mejor pergamino
donde escribir esta historia
ni el final de tu camino-.

Y al despertar la alborada,
guarda silencio la noche,
queda en la brisa el susurro de la penumbra estrellada.
Respiro hondo y me digo: -solo es una ilusión-,
pero nace un nuevo día y con los rayos del sol
firmo un nuevo contrato 
para obligarme a vivir otro día y otro sol,
y así mil noches y días,
pues mi historia está incompleta
y solo terminaré cuando ya no queden huellas
ni haya polvo en el camino
ni versos en primavera.

Francisco Murcia.



miércoles, 4 de octubre de 2017

¡Ay corazón, corazón!

¡Ay corazón, corazón!
8 -08 - 2017

Corazón, corazón,
cuántos males causas
adornando con falsas esperanzas,
ciegas ilusiones vanas.

Cuántas lágrimas derrama 
el mundo por tu causa,
por tu sinrazón,
por tus ansias de amores imposibles,
por tus cuitas de fuentes escondicas.

¡Hay corazón, corazón!
¿Por qué te engañas así?
¿Por qué nos haces sufrir
ofreciéndonos el cielo,
cuando sabes tú muy bien,
que nos espera el infierno?

Esos fuegos del amor que te consumen por dentro,
son incendios de tu cuerpo,
espesas nubes de humo que te nublan la razón.
Cuando ésta llama a tu puerta,
ahíto de ciego furor,
no la quieres escuchar.

–Vete de aquí, les dices,
-ya no me tortures más.
¿No ves que voy hacia el cielo?
Déjame el camino libre
que me conduce hasta el éxtasis
que esos ojos de topacio
me ofrecen con su mirada,
que ese rostro de deliciosa sonrisa
me promete.
Quiero perderme en sus labios,
quiero perderme en sus ojos,
quiero perderme en su cuerpo.

-No quiero que vengas tú
con tus frías ecuaciones,
y me apartes del amor
que me consume por dentro.
Si he de perecer,
perezco,
pero llevándola dentro-.

Así eres tú corazón,
todo fuego y todo amor,
la fragua donde se forjan los caminos de la gloria
y las sendas del infierno.

 Francisco Murcia.


Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...