lunes, 11 de septiembre de 2017

Tengo dificultades para discernir entre el dolor por la pérdida de un amor, o por la herida que deja una supuesta humillación. Porque a mi parecer, el orgullo herido sufre mucho y durante mucho tiempo, duele siempre y nunca olvida. Entiendo que esos odios irreconciliables que quedan como remanente de una ruptura, son los rescoldos del orgullo herido que reviven al paso de una leve brisa. 

Aún duele.
11 - 09 - 2017

Aun duele.
¿Cómo es posible si yo ya me creía feliz?
De pronto, una foto, y en ella,
alguien ocupa un lugar que no le corresponde,
un lugar que yo dejé vacío.
Y la herida se abre.

El tiempo no lo cura todo,
como dicen los viejos.
 Por mucho que la gente hable
y diga cosas para darte aliento,
y fabrique con frases inventadas
disfraces de caras risueñas,
y te mires al espejo y sonrías,
mientras la pena te ahoga,
mientras la congoja anida ahí dentro,
en tu alma herida,
con una herida que el tiempo no cierra,
pues no hay sutura apropiada
que detenga la pena escondida;
por mucho que la gente diga
y aunque pase mucho tiempo,
sigue sangrando la herida.

Y reímos sí, ante el espejo,
en un gesto patético de fingidas alegrías,
mientras una lágrima resbala despacio, 
recorriendo una mejilla contraída
en un gesto que quiere ser de sonrisa,
y queda a medio camino entre la muerte y la vida.

Y yo me creía feliz,
hasta que vi esa foto, una más entre tantas,
donde ni siquiera existe el fantasma de mi presencia.
Contemplo el paisaje desde mi ventana,
hace un sol espléndido y la brisa
mece suavemente las ramas de una araucaria,
Pienso en lo efímera que es la eternidad del amor,
y siento dentro de mí la llamada de esa araucaria
resistiendo el paso del tiempo,
por miles de siglos,
y siento que me dice: levántate y anda.
Y yo me levanto.

Ya no miro aquel gesto en la imagen del espejo,
ya no ensayo esa sonrisa metáfora de la muerte,
sé que solo soy un fantasma en una foto perdida,
pero solo en esa foto,
solo es ese momento en que me hiere el recuerdo.
Después nada,
miro por la ventana,
escucho el rumor del viento
y recibo la llamada de la eterna araucaria,
que meciéndose en la brisa,
escribe en las olas del tiempo el mensaje de la vida.


Francisco Murcia 

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