FINAL DE UN CICLO.
23-03-97
Por mucho que nos empeñemos en no reconocerlo, el
hecho cierto es que la situación actual de Rusia, Albania y los demás países de
la órbita comunista no es el resultado del capitalismo salvaje, sino la
imposibilidad de encontrar un terreno adecuado en el que las instituciones
democráticas puedan funcionar y la iniciativa privada pueda arraigar. Es como
si el terreno social y político hubiera sido esterilizado por el paso de un
tifón de lluvia ácida. No podemos hacer otra cosa que reconocer que ha sido la
más desastrosa experiencia de un centralismo aniquilador de cualquier cosa que
pudiera ser entendida como iniciativa personal. No solamente se eliminó la
propiedad económica, sino que también se aniquiló la propiedad intelectual, y
con ella, también la capacidad de pensar.
Ahora se están viviendo los últimos momentos de
regímenes que, huyendo de la quema, han dado un viraje importante a sus timones
y se orientan por las sendas del capitalismo. Pero, ¡ojo!, no es ésta la
solución que debemos esperar para el futuro de una humanidad que está
reclamando a gritos soluciones imaginativas que permitan la continuación de la
especie humana en el planeta sin liquidarlo; que están reclamando a gritos
soluciones para la injusticia de un reparto desigual en el que unos pocos
gestionan los recursos de todo el planeta; que están lazando las voces de
alarma en contra de la pérdida de poder de los estados en beneficio de
poderosas multinacionales que indican las políticas en cada rincón de la tierra
y también los hombres que han de ocupar los puestos de dirección. No son pocas
las personas que están haciendo saltar las alarmas acerca de la cosificación de
la humanidad, de la pérdida de valores, de la confusión existente.
No lo olvidemos: el poder es el poder, y el dinero es
poder. Si el fin del comunismo estaba programado por su propia ausencia de
mecanismo de control del poder, el fin del capitalismo puede estar también
programado por el mal uso de ese poder.
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