El vestido verde.
1 – 07 - 2016
La niña del
vestido verde. No he dejado de pensar en ella desde aquel día en que la conocí.
Habitaba en mi mente sin yo saberlo, nunca había reparado en ella, ni siquiera
sabía que existiera. Pero he aquí que una causalidad, una sugerencia caída como
del cielo, hizo que me detuviera en ella, que la observara, que sintiera en mi
corazón toda la ternura de su corazoncito de niña, de su inocencia inmaculada.
Entonces la vi sonreír, la sonrisa más limpia, diáfana y clara que yo haya
visto nunca. Desde entonces, hablo a diario con ella.
Ella es una niña de rizos amarillos,
relámpagos de luz cuando el sol los acaricia;
si, lleva muletas.
Algunos, en nuestro mundo cruel,
le dirían cojitranca;
sin embargo,
es la luz que alumbra los rincones más
oscuros de mi mundo imaginado.
Ella aparece y,
ya está,
todo se vuelve alegría,
todo se vuelven canciones,
una ola de inocente algarabía
inunda los personajes no natos
encerrados en mi mente.
De pronto,
abandona sus muletas,
sus brazos son alas de una infinita
belleza,
como esbelta mariposa se remonta con
la brisa
y nos regala colores que ningún pintor
a imitar se atrevería.
Es la niña del vestido verde,
la que va con las muletas,
la de los rizos de oro,
la de las alas doradas que se remonta
en la brisa.
Yo creo que
en su corazoncito se condensa toda la inocencia del mundo, un espejo donde los
adultos no queremos mirarnos por no ver la realidad de nuestra perversa
mediocridad. Y sin embargo, ella extiende sus alas, abandona sus muletas, y se
remonta en la brisa. Ahí quedan las muletas, en el suelo, como recuerdos
amargos que se quedan olvidados, como trastos inútiles que impiden coger el
vuelo.
Y veo en esas muletas,
olvidadas en el suelo,
los pecados capitales que inundan a
los mayores;
todos ellos:
la soberbia y la lujuria,
la ira y la envidia,
la avaricia y la pereza;
en fin,
todos quedan olvidados porque la niña
voló,
desplegando las alas de su inocencia.
La niña del
vestido verde, esa bella mariposa que surca, de horizonte a horizonte, las
autopistas del cielo, porta los siete colores entre sus alas divinas y con
ellos viste el mundo, el mundo que hay en mi mente. Y cuando ella aparece, todo
es luz y es alegría, todo es inocencia y belleza, todo ternura y amor. Por eso
cuando estoy triste, siempre espero a esa niña, la niña del vestido verde, la
que alumbra mi universo.
Francisco Murcia
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