domingo, 17 de septiembre de 2017

El vestido verde

La belleza de la inocencia y también, la fuerza de la inocencia. A veces me pregunto si hacerse mayor no es una maldición.

El vestido verde.
1 – 07 - 2016

La niña del vestido verde. No he dejado de pensar en ella desde aquel día en que la conocí. Habitaba en mi mente sin yo saberlo, nunca había reparado en ella, ni siquiera sabía que existiera. Pero he aquí que una causalidad, una sugerencia caída como del cielo, hizo que me detuviera en ella, que la observara, que sintiera en mi corazón toda la ternura de su corazoncito de niña, de su inocencia inmaculada. Entonces la vi sonreír, la sonrisa más limpia, diáfana y clara que yo haya visto nunca. Desde entonces, hablo a diario con ella.

Ella es una niña de rizos amarillos,
relámpagos de luz cuando el sol los acaricia;
si, lleva muletas.
Algunos, en nuestro mundo cruel,
le dirían cojitranca;
sin embargo,
es la luz que alumbra los rincones más oscuros de mi mundo imaginado.

Ella aparece y,
ya está,
todo se vuelve alegría,
todo se vuelven canciones,
una ola de inocente algarabía
inunda los personajes no natos encerrados en mi mente.

De pronto,
abandona sus muletas,
sus brazos son alas de una infinita belleza,
como esbelta mariposa se remonta con la brisa
y nos regala colores que ningún pintor a imitar se atrevería.

Es la niña del vestido verde,
la que va con las muletas,
la de los rizos de oro,
la de las alas doradas que se remonta en la brisa.

Yo creo que en su corazoncito se condensa toda la inocencia del mundo, un espejo donde los adultos no queremos mirarnos por no ver la realidad de nuestra perversa mediocridad. Y sin embargo, ella extiende sus alas, abandona sus muletas, y se remonta en la brisa. Ahí quedan las muletas, en el suelo, como recuerdos amargos que se quedan olvidados, como trastos inútiles que impiden coger el vuelo.

Y veo en esas muletas,
olvidadas en el suelo,
los pecados capitales que inundan a los mayores;
todos ellos:
la soberbia y la lujuria,
la ira y la envidia,
la avaricia y la pereza;
en fin,
todos quedan olvidados porque la niña voló,
desplegando las alas de su inocencia.

La niña del vestido verde, esa bella mariposa que surca, de horizonte a horizonte, las autopistas del cielo, porta los siete colores entre sus alas divinas y con ellos viste el mundo, el mundo que hay en mi mente. Y cuando ella aparece, todo es luz y es alegría, todo es inocencia y belleza, todo ternura y amor. Por eso cuando estoy triste, siempre espero a esa niña, la niña del vestido verde, la que alumbra mi universo.


Francisco Murcia

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