sábado, 30 de septiembre de 2017

Casi un adolescente.


Seguro que todos guardamos algún recuerdo de esos momentos confusos en los que navegamos entre la niñez y la adolescencia. Podríamos titularlo: El despertar de la fuerza.


Casi un adolescente.
30 - 09 - 2017

Se veían tan altas, tan distantes, tan inalcanzables.
Adoraba los reflejos de su pelo,
el gesto inocente de sus risas cuando eran inocentes,
chiquillas bulliciosas,
alegres mariposas jugando con sus alas,
mientras el viento travieso se  enreda entre sus faldas.

Los ojos, ya casi adolescentes,
a hurtadillas miran,
 procurando no ser visto, en ese furtivo intento
de otear imaginados misterios
en los paisajes que el viento descubre entre sus faldas.
Después vuelve a sus cuentos
donde él, el príncipe,
rescata a la princesa de la torre de marfil.
Casi un adolescente,
pero sigue siendo un niño que aún ama a Blancanieves.

Francisco Murcia


jueves, 28 de septiembre de 2017

Tu libertad es la mía

Pensamientos de un jubilado.

Tu libertad es la mía.
25 - 09 - 2017

No hubo despedidas emocionadas, no hubo homenajes ni palabras amables, tampoco hubo un adiós, que le vaya bien, que tenga suerte; ni siquiera esas frases vacías con las que rellenar esos espacios que separan al conocido del amigo: -ahora a disfrutar, que ya no tienes que preocuparte por llegar a la hora-. Se fue sin pena ni gloria; bueno, algo de pena si que tenía, pero no por la despedida de lo que había sido su lugar de trabajo durante los últimos treinta años de su vida, sino por ese poso de amargura que había dejado en él la separación de Marta, su mujer, sin que pudiera vislumbrar motivo alguno que justificara esa decisión. Después estaban sus hijos, Isabelita y Jorge, la fuente verdadera de la que extraía la ilusión suficiente como para enfrentar un trabajo que ya le estaba resultando tedioso, después de haberlo practico con entusiasmo y dedicación durante veinticinco años. Pero vino la separación y todo en él se derrumbó; los hijos, pendientes cada cual de sus cosas, inmersos en un mundo que a él le resultaba ajeno, no podían ni siquiera intuir el terremoto emocional por el que estaba pasando; Isabelita ocupada en intentar colocar las piezas del puzle de su vida, que hasta ahora estaban desperdigadas en momentos felices e infelices sin conexión alguna; Jorge, viéndose como ciudadano del mundo, lo recorría saltando de un país a otro, buscándose a sí mismo.

De esto hacía cinco años. Heliodoro -Helio para los amigos y Don Helio para sus alumnos y alumnas-, desgranaba sus recuerdos mientras esparcía migajas de pan a su alrededor, sentado en Reyes Católicos, a la sombra del árbol más grande y frondoso, y provocando a su alrededor un remolino de aleteos, carreritas y runruneos de palomas que se le subían a las rodillas y alguna hasta permitía un ligero roce a modo de caricia. Esas palomas y su perro eran los únicos seres vivos que compartían los minutos que su afición a la lectura y la escritura le dejaban libres, amén, lógicamente, del tiempo dedicado a sus quehaceres domésticos y a prepararse la comida, porque a Helio no le gustaba eso de comer en los bares, además, el último esfuerzo en favor de los hijos lo había dejado exhausto económicamente y no se podía permitir según qué lujos, y el menú del bar que tenía bajo su casa, aunque barato, para él era eso: un lujo.

Desplegó el periódico, leyó el titular como quien ya está a la vuelta de todo y nada le asombra:  LA GENERALITAT PODRÍA DECLARAR DE FORMA UNILATERAL  LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA. En principio no le dio importancia. Sumergido como estaba en ese océano de apatía e indiferencia en que se encontraba, todo esto estaba resultando para él como un déjàvu vivido hacía veintitantos años con los vascos. Entonces, después de muchas zozobras y sufrimientos, al final todo había quedado en nada, tan solo en un mar de lágrimas gratuitas que podían haberse evitado con solo haberse sentado frente a frente en una mesa, haberse mirado a los ojos y haber tenido la humildad suficiente como para intentar entender al otro. Entonces él, alentado por las noticias que desgranaban los medios diariamente, había satisfecho su afición a la escritura cabalgando sobre las publicaciones de los periódicos o las imágenes de la TV. Lo de ahora, comparado con aquello, le parecía un juego de niños caprichosos que no saben el poder del juguete que tienen en sus manos. Además, él ya estaba jubilado, y la jubilación es un seguro que mantiene la cohesión de un estado; no había de qué preocuparse. No obstante, y a tenor de ese lastre que dejan todas las dictaduras en el alma, un cierto atisbo de temor, como el eco lejano de tiempos pasados, venía a incomodarle mientras alimentaba a las palomas. ¿Y si los militares de hora se tomaban en serio eso de que el ejército es la columna vertebral que mantiene la unidad de España? Sus labios se estiraron levemente en un gesto de sonrisa irónica. Había crecido en una España de posguerra bajo el vacío eslogan de UNA, GRANDE y LIBRE, y las notas del "Cara al sol con la camisa nueva" al final de las clases, y esos pensamientos venían a ser la sombra alargada de un miedo que, a fuerza de tenerlo presente, terminó por formar parte de uno mismo, como el color de la piel o el tipo de pelo. El pasado estaba muy lejos, el sufrimiento causado por las esencias idealistas de los pueblos había sido mucho, y ahora, cuando España parecía escarmentada después de tan durísimas lecciones, aquí estamos, jugando al borde de los mismos abismos y con el mismo grado de imprudencia y ausencia del sentido de la responsabilidad, con el mismo egoísmo y la misma estupidez arañando la piel de toro que nos sustenta. En un gesto mecánico, sus ojos se posaron en el grueso tronco del gigantesco árbol que le servía de dosel y pensó en Europa. Ahora sus labios dibujaron una sonrisa abierta en su rostro, acarició levemente a una paloma que se había pasado en su rodilla, pensó en sus hijos y la lucha que estaban librando por encontrar su lugar en la vida, en Marta, la mujer que le abandonó después de haberlo sido todo el uno para el otro, abrió su libreta y escribió: Tu libertad es la mía, ojalá ambos seamos capaces de usarla sin hacernos daño.

Francisco Murcia.




domingo, 24 de septiembre de 2017

Soy buena persona

Soy buena persona
24 - 09 - 2017

¿Por qué me imaginé unos cipreses, dos a cada lado de la puerta de un cementerio nuevo, uno que ya no tiene ese aroma a muerte, a recuerdos enterrados, a hierba alimentada por los efluvios de los cuerpos sepultados. Este es nuevo, las cruces de mármol indican que los vivos de ahora son más ricos que los deudos de antaño, cuando la sopa de ajo era plato principal por ser el único. Pero sigo haciéndome la misma pregunta: ¿por qué imagino esos cipreses a las puertas del nuevo cementerio, no del viejo, si nunca un ciprés ha apuntado con su copa al cielo en este bendito pueblo? No sé por qué. Me vino a la mente así, de pronto, sin quererlo ni buscarlos ni desearlo, la imagen de muros ensangrentados, de unos hombres maniatados que apenas pueden tenerse en pie y cuyos ojos han sido cegados con jirones de tela sucia, y otros hombres apuntan con sus fusiles, como en un cuadro trágico de Goya, y esperan la orden: "Fuego". Un trueno al amanecer, y después todo en silencio, el silencio de los muertos, el silencio de las almas de los vivos que sienten el peso terrible de la vida que acaban de quitar. Los veo en mi imaginación y observo un gesto de cínica sonrisa, un rictus indefinible tras el que se esconde el miedo interior que anida, ese que los ha convertido en segadores de vidas por no ver segada la propia. ¿Por qué imagino yo esos cipreses tan a destiempo, tan fuera de lugar, y en un lugar tan desierto y triste como es el cementerio?

La brisa mece las copas de los cipreses, que parecen estar escribiendo su propia historia en las páginas del cielo, cárdeno en la hora de la muerte, la estúpida muerte sin sentido que unos se dan a otros, y que, por alguna extraña ironía, se produce justamente cuando el día nace, cuando las flores se enhiestan para recibir al sol, cuando los cielos se visten de rojo antes de ese inmenso azul donde cabalga el sol diáfano, limpio, espléndidamente hermoso; sí justamente cuando el sol anuncia su nacimiento, los hombres que siegan vidas recogen su tétrica cosecha. Después es el silencio, el sol transita los cielos y el silencio ahoga la tierra, silencio en las calles desiertas, en las casas, hasta en los campos la vida se detiene, no se atreve a dar un paso, pues nunca sabes dónde va a segar la hoz.

Un niño padece bajo las ruinas de un derrumbe, grita de pánico ante la proximidad de las llamas; un perro aúlla arrastrándose con un pata rota. Entonces viene ese hombre o mujer, ese ser humano que arriesga su vida por salvar al niño, que se compadece de los sufrimientos de ese animal, esencia de la inocencia más absoluta, pues no se puede atribuir responsabilidad a sus actos. Todo lo estamos viendo en la TV o por los múltiples canales que nos ofrece internet. Le damos ánimos al héroe, sentimos la misma tensión, la misma emoción viendo los ojos que recobran la vida a través de los suyos, y todos estamos mirándonos en los ojos de esa niña, o de ese perrito que aullaba de dolor. ¡Oh, Dios, qué gran desgracia!, un huracán ha devastado todo a su paso: viviendas, campos, escuelas, fábricas; no parece sino que el mismísimo infierno se haya desatado sobre las gentes. De inmediato, de entre los escombros, comienzan a surgir los supervivientes, sus miradas atónicas buscan otros seres humanos a quienes aferrarse, a quienes ayudar, con quienes llorar juntos la desgracia, con quienes rezar a Dios o maldecirlo. La noticia se extiende y las televisiones vomitan las tomas más dramáticas. Y nosotros sentimos la desgracia retrepados en nuestros cómodos sillones, hasta es posible que se nos escape alguna lágrima ante tanto sufrimiento. Queremos ver reír a esa niña rescatada de las llamas, acariciar a ese perrito con su patita rota, volver a ver el cielo diáfano después del huracán desatado y cómo surgen de nuevo las casas, las calles van tomando forma y nuevamente los tejados se elevan desafiando los vientos. Mande Vd. el mensaje "ayuda" a tal número, coste de la llamada: 2, 3 ó 4 €, y en un gesto mecánico como aquel que repetimos todas las mañanas al asearnos, escribimos el mansaje y lo mandamos al número indicado. No está mal, ya sabemos que es poco, pero muchos pocos hacen posible cosas que parecen imposibles. Así lavamos nuestra conciencia tal como nos lavamos la cara. Pero nos sentimos buenas personas al compadecernos de nuestros semejantes lejanos. No los conocemos de nada, no son amigos ni compañeros ni paisanos; tan solo son nuestros semejantes.

Cientos de rostros anhelantes, rostros oscuros, rostros de sufrimiento; cientos de manos buscando donde aferrarse. ¡Por fin, la salvación! Muchos de ellos han perdido la conciencia, otros no saben muy bien donde se encuentran; demasiados días flotando sobre las aguas, demasiados días bajo un sol abrasador, demasiadas noches soportando el húmedo frío del mar. Algunos cuerpos no se mueven ni volverán a moverse nunca, ahí, arrinconados entre el piso y los flotadores para dejar sitio a los vivos que miran con aprensión los huecos que van quedando. También eso lo vemos en TV, también esos son seres humanos sobre los que gravita una catástrofe que los está aniquilando. Claro, en este caso no se trata de un huracán, no se trata de un perrito lastimero que agita nuestras conciencias de buenas personas; se trata de esos negros que vienen a quitarnos nuestro trabajo, de esos morenos que vienen a invadirnos, de esos desarrapados capaces de hacer, por un euro la hora, los trabajos más indignos, se trata de defender nuestro territorio, nuestra civilización, nuestra cultura, nuestras costumbres y en definitiva, el pan nuestro de cada día. ¡Defendámonos de esta plaga!, claman abiertamente esas almas que se apiadaron del perrito con su pata rota. ¡Qué los manden a su tierra!, claman los mismos que lloraron viendo los ojos aterrados de la niña, mientras reflexionan sobre las últimas tendencias de la moda o el coche más adecuado a unas necesidades inventadas. Mientras se repasa mentalmente las firmas más afamadas, la TV arroja la noticia de un incendio en unos talleres de costura de Bangladesh que se ha cobrado la vida de más de mil trabajadoras. Más tarde nos enteraremos que muchas de esas trabajadoras que no conocemos, en las que nunca hemos pensado, son las que hacen posible que compremos nuestros modelitos a precios muy baratos para nosotros; para quienes los fabrican, el precio puede ser muy caro, hasta la propia vida.

Henos aquí compartiendo el sufrimiento de esa niña atrapada entre los escombros de un terremoto; henos aquí compadeciéndonos por la patita rota de un animalito; henos aquí, indiferentes ante las tragedia de las guerras; henos aquí construyendo muros, patrullando los mares con nuestra naves de guerra, buscando peligrosas y atiborradas pateras que vienen a quitarnos el trabajo; henos aquí atiborrándonos de propaganda y asumiendo las guerras como un mal inevitable. Pero eso sí, mandando un mensaje cada vez que nos suministran la ración de humanidad mínima necesaria para que sigamos siendo buenas personas.

Y yo pienso en los cipreses, y en que ya no quedan cementerios donde enterrar tantos muertos, ni tumbas lo suficientemente profundas que puedan contener tanta hipocresía. Las copas de los cipreses, mecidas por la brisa, seguirán escribiendo la historia de nuestra vida, la que cabalga sobre las tumbas de los desheredados. Suena el trueno de una descarga, los cuerpos caen al suelo, los desheredados siguen poniendo su sangre, siguen perdiendo la vida cuando la estaban buscando. Cojo el móvil, escribo la palabra ayuda y mando el mensaje al número indicado. Me siento buena persona. ¡Goooollllll! Y además gana mi equipo. En el móvil un mensaje, la ONG me da las gracias por mi contribución, una prueba de mi bondad. Sigo viendo el partido. ¿Para quién pedían la ayuda? Ya ni me acuerdo, pero soy buena persona.

Francisco Murcia.


miércoles, 20 de septiembre de 2017

Soñar despierto

Los llamamos soñadores, pero no sueñan, solamente viven ilusiones que crean en su mente con retazos de vidas ajenas que enlazan, componiendo un cuadro al que se incorporan para buscar en él ese amor que la vida real les niega.

Soñar despierto
20 - 09 - 2017

Yo vivía en la noche suspirando entre mis sueños,
 vivía y moría al mismo tiempo,
porque no tenía unos ojos en los que posar los míos,
porque no tenía un aliento mezclándose con mi aliento,
porque no había un susurro que me dijera al oído:
-Yo soy tuya y tú eres mío,
y me entrego toda a ti, hasta el final de los siglos-.

Yo me moría en la noche temiendo venir el día,
y para sobrevivir, comencé a soñar despierto,
y empecé a verte en las rosas,
y en las flores de los jardines al paso,
 y aguantaba porque soñaba despierto,
y aguantaba hasta que entraba la noche,
y me sentía morir compartiendo con la almohada
historias que no existieron,
amores que nunca fueron,
quimeras siempre inventadas que la vida me negaba.
Y me sentía morir por no tener un amor
que compartiera mi almohada.

¡Oh, almohada de mis secretos!
Si tú fueras el reposo de los cabellos de oro
con los que yo juego en sueños,
si en tus blondas reposaran los luceros que imagino,
y escuchara en la penumbra el susurro de un te quiero,
no moriría en la noche entre sueños imposibles,
no soñaría despierto al venir el nuevo día,
pasearía con ella entre las  flores del parque,
degustaría con ella el aroma de las rosas,
desgranaría mi vida día a día.
Y cuando el sol se apagara sobreviniendo la noche,
sumergido en la penumbra,
despediría a mis sueños.
-Ya no os quiero conmigo-, les diría,
ahora ya tengo en mi almohada aquellos cabellos de oro,
el aliento y los luceros con los que he soñado siempre.
No tendría más secretos que contarte,
ya no habría humedades de lágrimas solitarias.

Pero no puedo engañarme,
ni engañarte a ti, mi almohada,
Cabellos de oro, luceros y el suspiro de un te quiero
siguen siendo una quimera, habitantes de mis sueños.
Por eso temo la noche,
porque me quedo contigo y no te puedo engañar,
a ti no, querida almohada, a ti no,
que conoces de mis secretos, y quién sabe,
tal vez encuentre mi sueño caminando por el parque,
mientras contemplo las flores
y voy soñando despierto.


Francisco Murcia. 

martes, 19 de septiembre de 2017

A ti no te canto yo

De pronto, un día nos miramos, y nos damos cuenta de que hace tiempo que ya no nos hablamos con la mirada, que nuestra vida se ha convertido en una sucesión de gestos repetidos, tediosa y eternamente repetidos. Y nos damos cuenta de que, cuando pensamos en el amor, es otra imagen la que habita nuestros sueños. Aquella que nos elevó hasta el cielo desapareció entre las brumas de la rutina y el tiempo.

  A ti no te canto yo
5 – 08 - 2016

Si ya no te canto a ti,
¿a quien le canto mis penas?
Pero a ti ya no te canto,
porque tú no eres aquella por la que me abrí mis venas,
ya tu boca no es la misma,
y la fresa de tus labios, la cosechan otros labios,
y tu piel la acarician otras manos.

Por eso guardo mi canto para que llegue hasta ella,
aquella niña preciosa,
aquellos ingenuos labios
que en la oscuridad de un cine me enseñaron a besar,
aquella mata de pelo,
aquella melena rubia que brillaba como el sol,
aquella niña bonita que mirándome a los ojos,
me entregó su corazón.
Es a ella a la que canto,
a la que me dio su amor.
Aquella niña bonita que guardo en mi corazón,
aquella niña murió.

Tú ya no eres aquella,
pues no veo en ti aquellos ojos,
ni reconozco los labios
que en la oscuridad de un cine me enseñaron a besar,
son distintos los ecos de tu voz,
son otros tus ademanes y gestos,
no son los de aquella niña.
A ti no te canto yo.

Francisco Murcia

domingo, 17 de septiembre de 2017

Un águila cruza el cielo


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Hay tantas cosas hermosas que nos pasan desapercibidas y tantos mensajes de la naturaleza que no escuchamos.

Un águila cruza el cielo
17 - 09 - 2017

Y veo en ese azul infinito
ingrávida y majestuosa
un águila.
Y pienso que me ofrece una primicia,
con sus alas desplegadas como dos velas al viento,
y hasta el viento se detiene,
y hasta la brisa se para,
y me paro yo en el suelo,
extasiado ante el vuelo,
sereno y majestuoso,
de esta bella mensajera
que sin un solo aleteo
está escribiendo en el cielo
el mensaje de la vida.

Cómo puede volar tan sin esfuerzo,
cómo puede navegar sin movimiento de alas
 ese águila preciosa
que escribe en la bóveda azul la plegaria de la vida.

Mira cómo gobierna en los vientos,
observa la placidez de su vuelo,
lee el mensaje que escribe en los azules de agosto,
en los inmensos espacios  de estos cielos mesetarios,
y piensa que tal vez tus hijos, o tus nietos,
 jamás podrán contemplar la belleza de ese vuelo,
porque no hemos comprendido el mensaje de la vida,
porque nos creemos dioses,
porque cerramos los ojos
al vuelo majestuoso de esa águila perdida.


Francisco Murcia. 




El vestido verde

La belleza de la inocencia y también, la fuerza de la inocencia. A veces me pregunto si hacerse mayor no es una maldición.

El vestido verde.
1 – 07 - 2016

La niña del vestido verde. No he dejado de pensar en ella desde aquel día en que la conocí. Habitaba en mi mente sin yo saberlo, nunca había reparado en ella, ni siquiera sabía que existiera. Pero he aquí que una causalidad, una sugerencia caída como del cielo, hizo que me detuviera en ella, que la observara, que sintiera en mi corazón toda la ternura de su corazoncito de niña, de su inocencia inmaculada. Entonces la vi sonreír, la sonrisa más limpia, diáfana y clara que yo haya visto nunca. Desde entonces, hablo a diario con ella.

Ella es una niña de rizos amarillos,
relámpagos de luz cuando el sol los acaricia;
si, lleva muletas.
Algunos, en nuestro mundo cruel,
le dirían cojitranca;
sin embargo,
es la luz que alumbra los rincones más oscuros de mi mundo imaginado.

Ella aparece y,
ya está,
todo se vuelve alegría,
todo se vuelven canciones,
una ola de inocente algarabía
inunda los personajes no natos encerrados en mi mente.

De pronto,
abandona sus muletas,
sus brazos son alas de una infinita belleza,
como esbelta mariposa se remonta con la brisa
y nos regala colores que ningún pintor a imitar se atrevería.

Es la niña del vestido verde,
la que va con las muletas,
la de los rizos de oro,
la de las alas doradas que se remonta en la brisa.

Yo creo que en su corazoncito se condensa toda la inocencia del mundo, un espejo donde los adultos no queremos mirarnos por no ver la realidad de nuestra perversa mediocridad. Y sin embargo, ella extiende sus alas, abandona sus muletas, y se remonta en la brisa. Ahí quedan las muletas, en el suelo, como recuerdos amargos que se quedan olvidados, como trastos inútiles que impiden coger el vuelo.

Y veo en esas muletas,
olvidadas en el suelo,
los pecados capitales que inundan a los mayores;
todos ellos:
la soberbia y la lujuria,
la ira y la envidia,
la avaricia y la pereza;
en fin,
todos quedan olvidados porque la niña voló,
desplegando las alas de su inocencia.

La niña del vestido verde, esa bella mariposa que surca, de horizonte a horizonte, las autopistas del cielo, porta los siete colores entre sus alas divinas y con ellos viste el mundo, el mundo que hay en mi mente. Y cuando ella aparece, todo es luz y es alegría, todo es inocencia y belleza, todo ternura y amor. Por eso cuando estoy triste, siempre espero a esa niña, la niña del vestido verde, la que alumbra mi universo.


Francisco Murcia

viernes, 15 de septiembre de 2017

Antes de ti.
8 – 07 - 2016

Antes deti yo era sombra,
alma en pena
caminando  entre las calles desiertas,
amante de soledades,
sibarita de silencios,
observador de la luna,
contándole mis secretos.

Antes de ti yo era sombra,
a solas con los fantasmas que pululan en mi mente.
Antes de ti yo era muerte,
respirando y caminando,
pero sin saber a dónde,
sin encontrarle sentido a los pasos que voy dando.

Antes de ti ¿qué era yo?
Era un inmenso vacío,
era una fuente sin agua,
un caminante sin huellas,
un camino sin destino.
Era el grito que se ahogaba
en un silencio infinito.

Antes de ti,
solo una pizca de nada
que por error se hizo cuerpo,
que por error se hizo algo,
indefinido e incierto.

Pero un día me miraste,
y al otro me sonreíste,
y yo comencé a ser alguien,
y a traicionar a la luna contándote mis secretos,
y abandoné esas calles de penumbras solitarias,
y le sonreí al mundo
porque hiciste de mi alguien,
porque descubriste algo que yo llevaba en secreto:
el deseo de un amor
que me quemaba por dentro.



Francisco Murcia

jueves, 14 de septiembre de 2017

Ciertas reflexiones del pasado se hacen más y más pertinentes a medida que pasa el tiempo. La siguiente reflexión, de hace veinte años, hoy sigue siendo de plena actualidad.

FINAL DE UN CICLO.

23-03-97

Por mucho que nos empeñemos en no reconocerlo, el hecho cierto es que la situación actual de Rusia, Albania y los demás países de la órbita comunista no es el resultado del capitalismo salvaje, sino la imposibilidad de encontrar un terreno adecuado en el que las instituciones democráticas puedan funcionar y la iniciativa privada pueda arraigar. Es como si el terreno social y político hubiera sido esterilizado por el paso de un tifón de lluvia ácida. No podemos hacer otra cosa que reconocer que ha sido la más desastrosa experiencia de un centralismo aniquilador de cualquier cosa que pudiera ser entendida como iniciativa personal. No solamente se eliminó la propiedad económica, sino que también se aniquiló la propiedad intelectual, y con ella, también la capacidad de pensar.
Ahora se están viviendo los últimos momentos de regímenes que, huyendo de la quema, han dado un viraje importante a sus timones y se orientan por las sendas del capitalismo. Pero, ¡ojo!, no es ésta la solución que debemos esperar para el futuro de una humanidad que está reclamando a gritos soluciones imaginativas que permitan la continuación de la especie humana en el planeta sin liquidarlo; que están reclamando a gritos soluciones para la injusticia de un reparto desigual en el que unos pocos gestionan los recursos de todo el planeta; que están lazando las voces de alarma en contra de la pérdida de poder de los estados en beneficio de poderosas multinacionales que indican las políticas en cada rincón de la tierra y también los hombres que han de ocupar los puestos de dirección. No son pocas las personas que están haciendo saltar las alarmas acerca de la cosificación de la humanidad, de la pérdida de valores, de la confusión existente.

No lo olvidemos: el poder es el poder, y el dinero es poder. Si el fin del comunismo estaba programado por su propia ausencia de mecanismo de control del poder, el fin del capitalismo puede estar también programado por el mal uso de ese poder.

miércoles, 13 de septiembre de 2017


“A QUIEN LEYERE”
22 – 01 - 2017

Ante mi, un grueso tomo: Obras completas, Jorge Luis Borges, y leo al inicio “A QUIEN LEYERE / Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.

Intento penetrar en la mente de este genio de la palabra y del pensamiento, porque ambos, palabra y pensamiento, van unidos como la cara y la cruz de la misma moneda. No que sean contrarios, como a veces da a entender esta expresión, sino que no se conjugan en los mismos tiempos y que difieren en su contenido, pues el pensamiento es la raíz, y la palabra son las hojas, los frutos son el mensaje que transmiten. Pero así como el árbol no es consciente del sabor de sus propios frutos, el escritor tampoco lo es de los efectos que sus palabras producen en el lector. Lector y escritor están unidos por el mensaje de la palabra, el hecho de que uno la pronuncie o la escriba y el otro la escuche, la interprete y la integre en sí mismo, es circunstancial y, como dice Borges, algo fortuito que se dio en un sentido por pura casualidad.

Y pide perdón como si se tratara de un ladrón de sentimientos, de un salteador que se apropia de las emociones ajenas para plasmarlas en un cuadro que siente que no le pertenece, que está hecho de retales de vidas anónimas que un día se cruzaron en su camino. Tal vez por eso el poeta, cuando se sumerge en su propia alma, descubre en ella esa marejada de emociones que ha ido acumulando a medida que ha ido viviendo y apropiándose de sentimientos que no le correspondían. Pero a pesar de eso, de ser sentimientos foráneos a sí mismo, han enraizado tanto, que ha terminado por asumirlos como propios. Por eso, llora cuando lloran sus hermanos, y conoce el sabor salado de las lágrimas vertidas por tantos y tantos desgraciados que caminan por el mundo siendo menos que nada, a la intemperie de los abusos del poder que sobre ellos gravita, sorbiéndole cada minuto de la vida. Claro que llora el poeta, claro que sufre, aunque su sufrimiento se asiente en sentimientos prestados. Jorge Luis Borges vuelve a tener razón: los versos están en la vida, quien los escriba es algo circunstancial cuya trivialidad no merece ser tenida en cuenta; lo importante es el sentimiento que encierran, la raíz en la que se alimentan; quien los cante no tiene demasiada importancia. Por ello, el poeta, al abrir las puertas de su alma, no está mostrándonos la esencia de su ser, sino el fuego que lo devora, alimentado por el torrente de emociones que le proporciona el río de la vida por el que navega. No es él cuando canta ese dolor, es el mundo entero el que llora, el que grita con su voz.

Canta el poeta a su amada sin darse cuenta que lo que canta está en el centro del alma de millones de personas, de todas las almas que aman, que lloran si son rechazadas o ríen si son aceptadas. Pero el poeta lo canta como un sentimiento propio, como se canta la vida, como se canta el amor, como se llora el dolor, sintiéndose uno en el mundo, el punto donde confluye toda pasión. Y esto le lleva a frases altisonantes: mi amor está por encima del tiempo, el reloj no tiene horas suficientes para expresar mi lamento, más allá de la frontera de la vida yo te seguiré queriendo. En fin, da la impresión de que quieren acumular todo el dolor del universo en sí mismos, o que se sienten tan olvidados, que necesitan gritar en esos términos altisonantes que al final emborronan el mensaje, si es que contiene alguno.

Bienvenida sea la poesía de lo recoleto, de lo pequeño, del polvo de los caminos, del esfuerzo del obrero en su fábrica, de la voz baja y humilde, del Piyayo que rasca una vieja guitarra por unas pocas monedas. Basta ya de amores excelsos, de pasiones tormentosas, de camas con frías sábanas, de pasiones desatadas. Bajemos del pedestal y cantemos a la nada, pues como dice Borges, nuestras nadas poco difieren quizás no difieren nada.


Francisco Murcia.

martes, 12 de septiembre de 2017

Siempre las dudas anidan dentro y quedan como muescas que hieren la delicada piel de nuestras evanescentes certezas.

Tal vez
12 - 09 - 2017

Tal vez no estuve cuando debía de estar,
tal vez no estuve donde debía de estar,
tal vez no hablé cuando debí de hablar,
 o no dije lo que debía decir,
o tal vez no me quisiste escuchar,
o quizás estuviéramos tan lejos
que no oíste lo que querías oír,
ni llegaron hasta mí esas palabras
amables que el corazón anhelaba.
Los susurros de añoradas penumbras
quedaron en ominosos silencios,
el tic-tac retumba en la oscuridad,
la vida en sucesión de segundos
se escapa noche a noche, día a día.

Recuerdo a ese Alguien de Borges,
y me siento como él: anodino,
un ser de cuyo valor nadie se entera,
que espera la limosna de los días,
que bajo sábanas frías suspira,
preguntándose  por qué aún respira,
si hace tiempo que ya se siente muerto,
si hace tiempo que mira por mirar,
sin querer ver, porque ya nada le importa. 
Hace tiempo que las palabras se hundieron ,
enterradas quedaron en las simas
abismales de peregrinos orgullos,
bajo el peso lapidario del silencio.

Ya ves, como el Alguien del que te hablé,
agradezco las minucias cotidianas,
y no tengo tiempo para morirme,
tampoco para oír palabras vanas;
solo quiero, mujer, que pase el tiempo,
hundir en mi memoria tu figura,
recordar el silencio de la noche,
la ausencia de susurro en la penumbra
y hacerlo esbozando una sonrisa,
sin sentir una pizca de amargura.

Tal vez no supe estar donde debía,
tal vez no supe o no pude ser
lo que tú esperabas o querías,
tal vez tú tampoco pudiste ser
la mujer que yo veía en mis sueños,
y sin embargo, ya ves, hubo noches,
hubo días que, cogidos de la mano,
olvidamos el tic-tac, sumergidos
en penumbras  evocadoras de amor,
y envueltos en palabras y suspiros,
degustamos las frutas prohibidas,
devoramos nuestra vida en segundos
de noches de deliciosa pasión,
donde el tic-tac del reloj se funde
con ecos apagados de susurros
y brisas amorosas de suspiros.

Como ese Alguien de Borges, he aprendido
a vivir el recuerdo de esas noches
y añorar los minutos y los días
de otros tiempos en los que yo fui alguien
para ti, o al menos eso pensaba.
Ahora, que para ti no soy nadie,
me agrada la limosna de los días
y te puedo evocar sin amargura.
Tal  vez no supe estar cuando debía,
tal vez no supe estar donde debía,
tal vez equivoqué la melodía,
o qué sé yo, tal vez tú no quisiste
o no supiste escuchar mis agonías.
ahora tal vez, pero solamente tal vez,
convertida en un alguien anodino,
añores esas noches y sus días.


Francisco Murcia

lunes, 11 de septiembre de 2017

Tengo dificultades para discernir entre el dolor por la pérdida de un amor, o por la herida que deja una supuesta humillación. Porque a mi parecer, el orgullo herido sufre mucho y durante mucho tiempo, duele siempre y nunca olvida. Entiendo que esos odios irreconciliables que quedan como remanente de una ruptura, son los rescoldos del orgullo herido que reviven al paso de una leve brisa. 

Aún duele.
11 - 09 - 2017

Aun duele.
¿Cómo es posible si yo ya me creía feliz?
De pronto, una foto, y en ella,
alguien ocupa un lugar que no le corresponde,
un lugar que yo dejé vacío.
Y la herida se abre.

El tiempo no lo cura todo,
como dicen los viejos.
 Por mucho que la gente hable
y diga cosas para darte aliento,
y fabrique con frases inventadas
disfraces de caras risueñas,
y te mires al espejo y sonrías,
mientras la pena te ahoga,
mientras la congoja anida ahí dentro,
en tu alma herida,
con una herida que el tiempo no cierra,
pues no hay sutura apropiada
que detenga la pena escondida;
por mucho que la gente diga
y aunque pase mucho tiempo,
sigue sangrando la herida.

Y reímos sí, ante el espejo,
en un gesto patético de fingidas alegrías,
mientras una lágrima resbala despacio, 
recorriendo una mejilla contraída
en un gesto que quiere ser de sonrisa,
y queda a medio camino entre la muerte y la vida.

Y yo me creía feliz,
hasta que vi esa foto, una más entre tantas,
donde ni siquiera existe el fantasma de mi presencia.
Contemplo el paisaje desde mi ventana,
hace un sol espléndido y la brisa
mece suavemente las ramas de una araucaria,
Pienso en lo efímera que es la eternidad del amor,
y siento dentro de mí la llamada de esa araucaria
resistiendo el paso del tiempo,
por miles de siglos,
y siento que me dice: levántate y anda.
Y yo me levanto.

Ya no miro aquel gesto en la imagen del espejo,
ya no ensayo esa sonrisa metáfora de la muerte,
sé que solo soy un fantasma en una foto perdida,
pero solo en esa foto,
solo es ese momento en que me hiere el recuerdo.
Después nada,
miro por la ventana,
escucho el rumor del viento
y recibo la llamada de la eterna araucaria,
que meciéndose en la brisa,
escribe en las olas del tiempo el mensaje de la vida.


Francisco Murcia 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Sueña, poeta, sueña.

¿Qué es el poeta sin sus sueños? Cuando sueña, vive, y muere cuando deja de soñar.

Sueña, poeta, sueña.
6 - 09 - 2017

Crea en tu mente la acción,
crea en tu mente el paisaje,
haz nacer los personajes que inunden tu mundo extraño,
ese mundo aún nonato, el que no ha sido parido,
y sin embargo te mata,
y te matará mil veces mientras no lo hayas creado.

Más, ¿cómo puedo parir un mundo que está incompleto?
¿De dónde saco el paisaje,
dónde engendro personajes que quieran vivir en él?
Incompletos uno y otros, se buscan desesperados.
El paisaje está vacío,
vacío de contenido,
vacío de recovecos,
de rincones escondidos,
de rosales y caminos,
de montañas, valles y cimas,
de océanos, mares y ríos.
¡El paisaje está vacío!
Es un paisaje nonato y no tiene contenido.

Quiero plantar en él los claveles y las rosas,
quiero que vuele en su cielo la más bella mariposa,
y quiero sentarme en sus frondas,
y a mi lado,
¡oh, sí, a mi lado tus aromas!
Y en el paisaje tus ojos,
y en tus ojos ese mundo,
un mundo que he imaginado para que vivas en él
cuando yo te haya creado.


¡Oh, sí, amor de poeta!
Eres un amor creado,
un amor imaginado,
un amor que aún nonato,
ya está dirigiendo el mundo que aún está por nacer.
Y por eso tu infortunio,
y por eso tus desgracias,
y sigue siendo por eso por lo que buscas la luna,
para confiar a ella tu desgraciada fortuna.
Busca, poeta, busca;
sueña, poeta, sueña;
pero dentro de tu mundo,
ese que tú estás creando y que nunca está completo,
pues nunca hallarás en él esos ojos que te miren,
esos dedos que te toquen,
ese susurro meloso que ansías para tu oído.

Sueña, poeta, sueña,
pero no te olvides nunca
que incluso las mariposas vuelan en este mundo,
que los ojos con que sueñas se encuentran a este lado,
y los dedos que te toquen no se encuentran en tu mundo,
ese que estás creando.
Crea poeta en tu mente, y mientras sigas creando,
sabrás que aún estás vivo.
Que no te sorprenda la muerte en un ligero descuido,
en un segundo olvidado.
Sueña, poeta, sueña, y sabrás que aún sigues vivo.


Francisco Murcia   

Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...