martes, 17 de diciembre de 2019

Mi navidad de niño

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Mi navidad de niño
6 – 12 - 2019

Calientan con sus gritos la gélida brisa de invierno.
Los pies casi descalzos, apenas una sandalias,
dos calcetines raídos y un pantalón remendado mil veces,
sabañones en los pies, sabañones en las manos,
y sin embargo, una sonrisa en los labios,
y unos ojos juguetones desafiando al invierno.

Tú tienes que perseguirme, porque yo soy el ladrón.
Yo quiero ser el ladrón, no quiero ser policía.
Rápidos como el viento cruzan las calles y plazas
y se ocultan ateridos en un rincón escondido.

Son días de Navidad y no hay que ir a la escuela,
no hay que rezar el rosario con las rodíllas
hincadas en ese suelo de tierra,
ya no te dan con la vara en la punta de los dedos
por no saber la lección.

Lánguidas lenguas de fuego
calientan unos pucheros con cuatro papas y un huevo,
lo del huevo cuando es fiesta, porque si es día de diario,
viudas las papas se quedan.

Pero hoy es Nochebuena  y mañana es Navidad,
y los mayores entonan:
“Saca la bota, María, que me voy emborrachar”
Y nosotros, los pequeños,
pegaditos junto al fuego,
olemos la pepitoria que ha preparado mamá,
porque hoy es Navidad,
y aunque sea por un día,
hoy no hay papas en la mesa,
hay sopa sabrosa de caldo y gallina en pepitoria.

Yo todavía soy niño y creo en los Reyes Magos,
y quisiera ser muy malo
y que trajeran carbón, mucho carbón,
para calentar los pies, para calentar las manos, 
aunque me duelan y piquen los malditos sabañones.

Solo quiero el calor de esa llamita de hogar
donde hierve ese puchero,
un “tequiero” de mamá,
y recorrer todo el pueblo siendo en mi juego el ladrón,
y que me busque mi amigo que hace de cancerbero.  


Francisco Murcia.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Antes de salir el sol

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Sonetos para un adiós.

Antes de salir el sol.
Soneto libre XXXIV
18 – 04 - 2019

Camino con pasos perdidos sin saber dónde me llevan,
caminos no elegidos que me obligan a dar pasos
y más pasos a los que no hallo sentido;
contemplar bellos ocasos sin una mano en la mía,
añorando mi reflejo dibujado en sus pupilas.
Oh, qué hermosas aquellas nubes que dicen adiós al sol,
algodonales que el cielo nos regala donde busco su figura,
y espero, componiendo con mis dedos siluetas imposibles,
donde colocar sus ojos, donde colocar su boca,
donde mandar esos besos que ya no encuentran destino y espero,
espero la noche donde no encuentro la luna
Susurro entre penumbras su nombre y lo escribo
en el hueco vació de la almohada donde peiné sus cabellos
donde ella escribió su adiós antes de salir el sol.


Francisco Murcia


lunes, 2 de diciembre de 2019

Un viejo olivo

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Un viejo Olivo
26 – 11 - 2019

Hay un olivo al que le tengo cariño,
es de tronco viejo, retorcido,
está a la vera del camino y me ofrece su sombra,
poca,  porque sus frondas
ya no tienen el esplendor de pasadas primaveras
y el sol parece sonreírle cuando los rayos esquivan sus hojas
y dibujan en el suelo caprichosas formas
que a veces semejan letras que van cambiando,
como escribiendo ocultas historias,
tantas como han quedado grabadas
por el buril de los tiempos en su arrugada corteza.

Me gusta sentarme a su lado,
recostar mi espalda en su tronco
mientras trato de leer en las sombras de las hojas
las esquirlas de las huellas que el tiempo ha ido dejando.

Se trata de un olivo abandonado,
un don nadie entre olivares altivos,
un pobre desposeído ahíto de sed y de años,
que a la vera del camino, humilde,
ofrece su sombra y un par de frutos amargos,  
que solo son el recuerdo de años mil que ya pasaron.

Está en un altozano donde el camino se quiebra
y doblega su cerviz para bajar hasta el valle.
Tiene en el tronco una antigua cicatriz, muy antigua,
 en forma de corazón, muy profunda,
pues la sangre de su savia resbala aún
como lágrimas del alma por los surcos de mi cara.

Juntos, él, viejo de años mil, y yo,
un viejo de pocos días que ya ha vivido mil años,
hablamos y conversamos,
y él me cuenta que ha visto pasar los siglos
y ha vivido mil tormentas,
pero ninguna, me dice, ninguna
ha quebrantado su fuerza ni doblegado su ánimo.

Ay! Cuánto diera, viejo amigo,
por un corazón de árbol,
un corazón de madera que ardiera
bajo el tórrido desierto de soledades inmensas
y en cenizas,
disolviera entre la brisa las burbujas de mis sueños.
Ay! cuánto diera, viejo amigo,
por llevar un corazón grabado en mi piel,
que sangrara por amor y latiera junto al mío
bajo tu sombra serena, estimado y viejo amigo,
aquí, en este altozano donde se quiebra el camino.

Francisco Murcia.



miércoles, 27 de noviembre de 2019

Ya sabéis de quien os hablo

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Ya sabéis de quien os hablo.
25 – 06 - 2019

Transitando los oscuros senderos de las horas muertas,
cuando nuestros pasos flotan en las nubes de los sueños
sin una huella que dejar en la memoria,
entonces surge ella, ese acaso
que escribe una bella historia en el libro de tu vida.

Piensa uno que el destino es un vacío,
un horizonte fingido para seguir caminando,
y de pronto,
esa flor de pétalos delicados, ahí,
como esperando tu paso,
diciéndote que su tacto se lo ha secuestrado el tiempo,
pero su aroma, ¡oh, su aroma!
ni lo siglos podrán borrar de los vientos
la fragancia de sus versos,
ni a su mirada quitarle el brillo
del arco iris con que ilumina su cielo,
y el nuestro,
y mitiga las penumbras de las horas solitarias
y la aridez del silencio,
donde se ahogan los ecos de aquellas voces amadas
que se llevaron los cielos.

No parecía real,
la vi menudita entre las otras, y sus pasos
cortitos, como acariciando el suelo,
como pidiendo permiso
por si al quebrar el silencio
algún verso  se escapaba y se hundía
en ese limbo donde se gesta la nada.

Sí, os hablo de Dña. Elsa,
la persona menudita cuya humildad
le pide permiso al viento para seguir respirando,
al suelo para que aguante sus pies,
y a las mariposas les pide que no se ofendan
por los ecos del murmullo que va dejando en la brisa.
Porque son sus versos lluvia que alimenta soledades,
que en el rincón de los sueños,
siembra los más hermosos jardines.
En ellos crecen las rosas,
pintan galas en sus alas gorriones y colibríes,
crecen las madreselvas y perfuman los jazmines.

En sus estrofas
salta la vida de verso en verso,  
cabalga entre sus acentos y al final,
explota en torrentes de alegría
y mares de sentimientos que son tan de ella,
pero sentimos tan nuestros,
que sin poderlo evitar,
los reímos o lloramos como niños,
los llevamos a los sueños para contarle a los duendes
que un hada los escribió, que no tenía varita,
que era pequeña y menuda,
que brillaba como el sol
y en su corazón guardaba ese amor
que ilumina las penumbras.

Os hablo de Dña. Elsa,
Esa fuente menudita de aguas claras
donde saciamos la sed los que amamos
y sentimos como sienten los poetas.


Francisco Murcia.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Si yo fuera humano.

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Si yo fuera humano
16 – 11 – 2019
Hace mucho tiempo circulaba por el muro un monólogo que se me antojó precioso. Un muñeco de trapo, con gorra, bigote muy poblado y aspecto de persona simple de gran corazón y mucho sentido común, se lamentaba de no ser humano. –Si yo fuera humano-, comenzaba y seguía enumerando todo aquello que soñaba, todo aquello que amaría y le gustaría hacer o que simplemente sucediera, desde degustar un caramelo de chocolate a cambiar el corazón de las personas, y construir un mundo más amable. Uno de los deseos de ese muñeco de trapo que me quedó grabado, decía: “si yo fuera humano, les diría a todos los que quiero que los quiero”. Ese muñeco, en su corazón de trapo, albergaba todo el amor del mundo, y en su mente imaginada sabía lo importante que es decir: “TE QUIERO”, lo pongo con mayúsculas porque esa frase significa una entrega sin reservas, un desnudarse del alma, una forma de ser en otro ser, de existir dejando de ser tú, para ser tú y yo, dos en uno, cuyos cuerpos separados compartirían el alma, convirtiéndola en una sola que se proyecta al infinito.

Aquel monólogo lo compartí porque fue como si mi alma hubiese ocupado aquellos miembros flácidos, aquella cabeza fofa con su gorra, aquellos ojos simulados, pero vivos. La voz grave, intencionadamente cadenciosa, desgranaba las sentencias como si salieran de lo más profundo de mi propio ser: la humildad, el respeto, la dignidad,  la belleza de lo simple, la hermosura de una sonrisa inesperada, la felicidad del niño que juega con la pelota. Aquel muñeco, en su alma de trapo, encerraba todo lo bueno que pude ser el humano, y la frustración de ser encerrado en la oscuridad de su maleta al terminar la función, sabiendo que el mundo seguirá siendo el que es, no porque él sea un muñeca, sino porque el humano es una marioneta manejada por los hilos de su instinto.

“Si yo fuera humano, les diría a todas las personas que quiero, que las quiero”. Yo no soy ese muñeco, yo sí soy un ser humano y puedo decirle a las personas que quiero que las quiero. Porque un “TEQUIERO” es tan importante, que su ausencia deja heridas que no cicatrizan nunca.


Francisco Murcia. 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Qué sé yo de ti

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Qué sé yo de ti?
5 – 11 - 2019

Qué sé yo de ti.
apenas nada.
Que tienes ojos de ágata,
pelo de terciopelo
y nariz de esfinge delicada,
de Fidias o Rodin,
 que tu voz
me suena al trinar del ruiseñor,
que tus caderas escriben el mapa de mis deseos,
que tus dedos delicados
trenzan los arpegios de tu voz
en amable escala de gestos.

Pero… aparte de eso,
qué sé yo de ti,
por qué paisajes discurren los andares de tus sueños,
qué pupilas han reflejado tu imagen
que no hayan sido las mías.

Me susurras al oído
y el mundo se hace líquido,
se me escapa por los intersticios de mis momentos,
y siento que te adueñas
de las esquirlas del tiempo que aún me quedan.

Qué sé yo de ti,
si al escribir en tu piel
ya todo yo soy tu ser,
nada me corresponde,
nada queda de mi.

Pero… aparte de eso,
que más puedo yo querer
que ser todo entero tu ser,
que vivir por siempre,
por siempre dentro de ti.


Francisco Murcia.

martes, 12 de noviembre de 2019

Los mensajes del silencio

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Sonetos para una adiós.

Los mensajes del silencio
Soneto libre XXXIII
23 – 01 - 2019

No volverá a vagar mi corazón entre cantos de sirenas,
no volverán los fantasmas del amor
con suspiros a mi puerta,
ya no verán mis ojos en otros ojos,
esos mensajes escritos en el silencio.
Volveré a vagar por estériles desiertos,
aunque mi corazón siga amando,
enamorado sin saber si de alguien o de algo,
derramando lágrimas secas,
pues ya no hay flor que regar
ni pétalo que guardar en mis páginas perdidas
que siguen quedando en blanco.
Ya mis ojos no tendrán otros ojos donde escribir
los mensajes que me dictan mis silencios.  

Francisco Murcia.



viernes, 8 de noviembre de 2019

Una extraña desazón

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Una extraña desazón
6 – 11 - 2019

Por qué tanta desazón por algo que, en realidad y pensándolo fríamente, nada de importancia tiene que ver con mi vida real, tan sólo fue un sueño, una nube de esas que en un otoño ya avanzado, pasan más como la añoranza de un pasado ya remoto, que como un vestigio de esperanza, de esos que suelen anunciar un “se acabó” y antes de que se instale, exhibe apenas un último asomo de rebelión que no hace sino rubricar que, efectivamente, ya no quedan más estaciones que cumplir, más anhelos que intentar ni proyectos que alumbrar. Y sin embargo, inopinadamente, por la ventana que los recuerdos dejaron abierta, se ha colado la claridad de una nube extraviada que pasaba por ahí, sin destino, tan sólo llevada por la brisa de un cielo sin paisajes, de un respirar sin razón que no encuentra sosiego para esa desazón que la corroe por dentro. Y de pronto, he aquí que le ha parecido ver en esa ventana abierta algo distinto, se ha detenido a mirar, y se ha encontrado de frente con la misma soledad, la misma ausencia, los mismos anhelos de un susurro, la misma angustia por los momentos perdidos. Ha sonreído y desde dentro le ha respondido la mueca de otra sonrisa. Y se paró esa nube, tomó el pincel de esa sonrisa, y  perfiló en su cielo innumerables paisajes de amaneceres y ocasos, y dibujó una luna hablando con los luceros.

Pero sólo fue un segundo. Todo pasó como una ráfaga de viento solano, cuyos fuegos alumbraron ilusiones como fantasmas, nacidos de los destellos de los postreros momentos en que ya todo termina. Y tan es así, que ya todo terminó, como terminan los sueños en las frías sábanas de las noches solitarias. No era más que una nube, algo etéreo, apenas un “siesnoes”, el pétalo perdido de una rosa convertido en mensajero de mis postreros momentos que, mecido por las ondas azarosas de acasos imprevisibles, se cruzó por mi ventana y contempló su propia soledad, pintada en las arrugas donde se esconden mis días, y mil historias escritas en la mirada perdida de unos ojos ya cansados. He aquí, debió pensar, una soledad como la mía, un cielo sin paisajes, un camino que ya no persigue horizontes. Y se sentó a conversar y compartir soledades.

Tejimos con los segundos una membrana en el tiempo y ambos pensamos que, por fin, habíamos encontrado el conjuro que nos haría fluir por los arcanos de los inciertos futuros. Por fin, una mirada amorosa; por fin, las delicias de un susurro; por fin, un amanecer dichoso y un ocaso mensajero de penumbras donde esconder los pecados que habían sido olvidados en los pliegues de otros tiempos.

Pero ya lo he dicho antes, tan sólo fue un destello, la luz cegadora de un flas, la extraña claridad de una nube perdida en un cielo monocromo, sin paisajes ni horizontes. Tan sólo fueron los restos de un sueño que se perdió en una noche que no espera amanecer. Pero algo debió ser, algo más que fantasmal ilusión, algo más que las esquirlas que deja la soledad en penumbras, algo más debió de ser, porque no puedo explicar esta extraña desazón.

Francisco Murcia.


miércoles, 6 de noviembre de 2019

Se hace de noche


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Se hace de noche.
5 – 11 - 2019

Se hace de noche, el ocaso es el día que se acaba y es el toc-toc de la soledad que llama a nuestra puerta reclamando su espacio, una espacio de silencio, un volumen vacío donde ya no hay horizontes, una burbuja que hasta los sueños se traga. Se hace de noche y mella la melancolía el filo de mi vivir. Y me pregunto por qué y me pregunto para qué, y le pregunto a la luna la razón de su existencia, porque de la mía no tengo razón ninguna, no me quedan argumentos que den sentido a esta vida.

Contemplo una gota de roció pendiente de una brizna quebradiza, ya mustia, y, oh maravilla, veo reflejado el mundo que a mi me falta en esa sutil burbuja, donde el tiempo deja escritos los mensajes para seguir respirando, hasta que llegue el ocaso y me diga que todo tiene un final, incluso la noche aciaga, y que el sol, creador y destructor de luces y oscuridades, otra vez más lucirá y devolverá a mis ojos los paisajes que me ha robado la noche.

Toc-toc, otra vez la soledad está llamando a mi puerta, y yo me dejo llevar escuchando los silencios donde se ahogaron los versos que nunca verán la luz. Hay en ellos destellos cegadores de momentos rutilantes, hay penumbras donde nacen los fantasmas de mis sombras y hay oscuridad y rumores de dolor y de tormento. Y nunca verán la luz, porque ellos son mi vida y esa vida,  tuvo una luz que la alumbró, y gustó los sabores de la miel al llegar la madrugada. Pero eso ya fue hace tiempo, el que he vivido a la sombra de unos ojos que me prestaron su brillo, al arrullo de unos labios susurrando en mis oídos, al murmullo de los versos que se quedaron flotando en un vacío sin tiempo, donde se ahogó la esperanza sin que nos diéramos cuenta.


Francisco Murcia.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Robando palabras


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Robando palabras.
2 – 11 - 2019

Sentado ante la televisión, aburrido, estaba zapeando de un canal a otro y de pronto, me encuentro con una película: “El ladrón de palabras”. No sé bien de qué iba, algo sobre un soldado que, como cosa insólita en el medio en el que se encontraba, devoraba los libros sin importarle el tema o materia que desarrollaran. En fin, yo estaba aburrido y pasaba de una canal a otro: conflictos familiares, de pareja, fantasías imposibles, etc., etc. Entonces me dio por preguntarme: ¿Alguien puede robar las palabras? Y comencé a pensar que quien acumulara una gran cantidad de palabras verdaderamente tendría un tesoro; tendría la posibilidad de nombrar todas las emociones, de calificar todos los sentimientos, de inventar verbos capaces de expresar cualquier acción imaginable. Verdaderamente sería rico, porque ninguna cualidad del ser humano, ninguna vivencia posible o imposible, ningún ser o cosa creada caería fuera del ámbito de las palabras.

En algún libro de esos que quedan en el olvido cubriéndose de polvo, prendidos a una memoria que ya va disolviéndose en el pasado por una sola frase o un título, leí que las cosas no existen hasta que no son nombradas, primero es el nombre, y sólo cuando existe el nombre puede comenzar la existencia de lo nombrado. Recordad lo que dice La Biblia, el libro más leído y más cuestionado de todos cuantos se hayan escrito: “En un principio fue el Verbo” y “El Verbo se hizo carne”. Es la palabra la esencia y nada puede existir que no pueda ser nombrado. “Hágase la luz, y la luz se hizo”, primero fue la palabra, después fue la luz.

Sí, robaría palabras, es decir, las estoy robando constantemente. Entro en mi particular biblioteca PDF, busco a esos amigos míos que lo hubieran sido si me hubieran aceptado como tal cuando existieron, cabalgo sobre sus letras, me introduzco como ladrón en sus poemas, merodeo por los paisajes de sus cuentos y leyendas, y de vez en cuando, les robo alguna palabra. Algo brilla entonces dentro de mí, abro una página en blanco y dejó que el  leve arroyuelo de mi verbo que comienza a fluir, se extienda por ella y se extasíe cantando el vuelo de las mariposas, el zig-zag caprichoso de una liviana libélula o el retumbar bronco y duro de un cañón ante las hordas del mal. Todo es posible en el jardín de las palabras y no me extraña que aquel soldado, sordo al trueno del misil, prefiera un rincón apartado, una esquinita olvidada  o un penumbroso recoveco entre las rocas para acumular palabras. A veces tengo la impresión de que las almas de aquellos que las usaron, las inventaron, las escribieron y generosamente las regalaron, siguen ahí, vigilantes, para conocer el uso que de ellas se hace. Tal vez por eso pesan las palabras cuando han sido pronunciadas, porque algo dentro de nosotros nos dice: -¡cuidado!, has dicho tal cosa y eres rehén de lo que has dicho, si juras en vano, el peso de la palabra te aplastará.

Conviene pues que sepamos que cuanto decimos y hablamos queda grabado en los ecos del tiempo y de alguna forma, en algún momento, una voz nos recordará todo aquello que dijimos.

Francisco Murcia.


domingo, 27 de octubre de 2019

A las orillas del tiempo

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A la orilla del tiempo
27 – 09 - 2018

Estoy a la orilla de algo,
no sé si ese algo es un principio
o es un algo que anuncia una despedida.
No lo sé,
estoy confuso.

Miro hacia atrás y veo
un mundo que se va hundiendo poco a poco
en las simas del olvido,
y si miro hacia delante,
ya no veo un horizonte,
cielo y tierra se confunden
y se abrazan,
y me llaman.
Escucho en la brisa sus ecos,
y busco en las ondas la promesa de unos besos
dibujados en el aire,
trato de descifrar los besos de bienvenida
de aquellos otros
que en la vida anuncian la partida inevitable.

Desde la orilla del tiempo,
contemplo el mundo
y me parece estridente su alocada algarabía,
y me parece terrible su dolor y su desdicha.

Aquí,
sentado a la orilla del tiempo,
veo la eterna corriente vigorosa del pasado,
cuando eran años los días,
cuando los días
demoraban sus ocasos entre penumbras de ensueño.

¡Oh, qué cruel es el tiempo!
Ahora que estoy parado,
repasando los despojos a su orilla,
veo pasar esos años
como si fueran los días que nos niegan los ocasos.

Yo ya no cuento las horas,
mi reloj se ha vuelto loco
y ha perdido los minutos.
No, yo ya no cuento mi tiempo,
mi tiempo no está conmigo,
solo estoy en sus orillas esperando,
pero no sé por qué espero.

Los aromas de esperanza
me dicen que hay un principio,
los recuerdos del pasado
me susurran el final.

Y mientras tanto las ondas,
de tarde en tarde
me traen los reflejos del los sueños
que son inmunes al tiempo.


Francisco Murcia.

viernes, 25 de octubre de 2019

Las deudas del pecado

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Las deudas del pecado.
(Soneto)
20 – 10 - 2017

Lejos ya de aquellos tiempos aciagos,
más cerca del final que del inicio,
me pregunto qué pecado o que vicio
cometí, que no hubo en el mundo pago

para saldar cuenta tan abultada
de reproches, lágrimas y amargos
momentos añadidos a mi cargo,
y a mi espalda la cuenta fue sumada.

Hoy me veo lejos de aquel pasado,
y creo que sí, que hubo pecados,
y aún no sé si tal pena merecían.

En el postrer momento al que he llegado
aún me sigo preguntando asombrado
qué deudas mis pecados te debían.

Francisco Murcia.




viernes, 11 de octubre de 2019

Por qué te sigo queriendo

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Sonetos para un adiós

Por qué te sigo queriendo.
Soneto libre XXXII
16 – 01 - 2019

Por qué te siento como te siento cuando sé,
pétalo escindido, que no son tus vientos los míos,
que al salir de tu capullo, miraste el cielo infinito
y alegre te remontaste en brisas equivocadas.
Si fue tu paso fugaz, relámpago de tormenta
que se quedó entre las ondas abrazada a un acaso,
por qué me siento tan solo escuchando tu silencio,
por qué esbozo una sonrisa y el dulce gesto de un beso
cuando abrazando la almohada, abro las puertas del sueño.
Por qué te sigo sintiendo si los ecos del adiós
se los llevaron los vientos a otra orilla, a otro puerto,
por qué sigue tu mirada prendida entre mis recuerdos.
por qué evocan las penumbras tu figura,
por qué te sigo queriendo si tú ya dijiste adiós.



Francisco Murcia.

martes, 8 de octubre de 2019

Sentido común

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Sentido común.
8 – 10 - 2019

La verdad es que tengo ganas de escribir y no sé muy bien por qué, porque tengo que decir que no encuentro mi espíritu tan necesitado de expansiones dialécticas ni de sonrisas equidistantes entre el aburrimiento y la desgana como para buscar refugio en la siempre condescendiente página en blanco que, como se sabe, aguanta todo lo que le echen. Y no sé sobre qué escribir porque, dicha sea la verdad, no es mi sabiduría tanta ni a tanto llega mi talento que puedan salir de esas fuentes más allá de cuatro palabras seguidas con un atisbo de sentido común, entendiendo por sentido común aquel que tenemos la mayoría de los mortales y que dejamos bien guardado en algún lugar recóndito de nuestras interioridades, no sea que de usarlo mucho se nos vaya a gastar y luego, cuando nos veamos en situaciones de auténtico peligro para la integridad de nuestro ego, no encontremos esa herramienta lustrosa y bien afilada para hacer frente a semejantes adversidades y perezcamos en las simas del más espantoso ridículo, donde encontraríamos el llanto y crujir de dientes del que alguien ya dijo que sería la pena de todos aquellos que, envalentonados por su inteligencia y derrochando el poco sentido común del que disponían, negaron la existencia de todas las divinidades, del más allá y del más acá, y se asentaron en el discutible hecho de que no había más cosa que las cosas que se podían observar a nuestro alrededor, lo que se podía ver y tocar. Así que, para no caer por el precipicio de la excesiva cordura, que no me conduciría más que a las oscuridades insolubles donde se ahoga toda racionalidad y fallan todos las leyes físicas conocidas y probablemente las que por conocer están, mejor dejar un resquicio por donde lo inexistente, lo no visto, tocado, gustado o sentido, tenga su oportunidad de ser, no del modo a como el sentido común del común de los  mortales estima y juzga la existencia de algo, sino al modo de cómo los soñadores crean sus mundos, etéreos, fantásticos, dinámicos y sobre todo luminosos, y curiosamente, los crea en las más profunda oscuridad de la noche, cuando el silencio se apodera del ámbito de la racionalidad y abre las ventanas de los antros donde se esconde ese yo, siempre oculto, siempre cohibido, siempre temeroso, que es la antítesis de ese sentido que está obligado a observar y que, para que no se diga de él, usa a su pesar en cuanto nota unos ojos que le observan, escucha unas voces cercanas o debe expresar su parecer acerca de si la vida es lo que es o puede ser otra cosa.

Y eso hago: dejar esa rendija para que la locura se asome subrepticiamente, de cuando en cuando, sin pretensiones de protagonismos no buscados, a los bordes de la razón, de modo que venga a ser como esa voz interior que le dice, como el esclavo al emperador: “recuerda que eres un hombre” y como hombre no puedes conocer la razón y naturaleza de todo, porque tú mismo eres una consecuencia de la pizca de locura que algún dios se permitió, tal vez porque intuyó que al final, cuando ya no quedara nada que saber, que conocer, que discernir o que crear, se habría terminado su razón de ser.

Es por ello que, de tanto en tanto, me acerco a las nubes y juego con ellas, hago castillos con sus gotas, enlazo mis cuentos en un fugaz relámpago y escribo en el viento los cuentos que nunca contaré, cuentos de locos y locas.  Y no los voy a contar porque mi sentido común me lo impide, me llamarían demente, y yo de mente creo andar bien, son los otros los que, ahítos de razones y cargando con  las pesadas leyes de la lógica, incapaces de mantener a raya la tiranía del qué dirán, inscribirán mi nombre en la lista de los idos, siendo así que nunca me fui ni voy a ninguna parte, tan solo paso la noche, cuando se instala el silencio y la luna no hace sombras, atisbando la rendija por donde asoma esa pizca de locura que me mantiene tan cuerdo.

Francisco Murcia.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Una muerte que aún respira

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Sonetos para un adiós.

Una muerte que aún respira.
Soneto libre XXXI
09 – 01 - 2019

Pienso en lo grave que puede llegar a ser
la herida de una fugacidad apenas advertida,
que pasa rauda como la brisa
y escribe con la mirada paisajes de ensueño,
donde crecen promesas inventadas,
como pétalos de capullos no nacidos
que vuelan y vuelan en torbellinos,
desafiando la hierática quietud de la soledad,
construida con los fríos y sólidos cimientos de un ser
que se evapora consumido en tórridos deseos,
anhelos que se hunden en los abismos inmensos
del silencio de una muerte que aún respira
porque no ha encontrado el nicho donde derramar su cuerpo,
profunda y fugaz herida que me lleva con los muertos.

Francisco Murcia

lunes, 16 de septiembre de 2019

A la sombra de aquel árbol

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A la sombra de aquel árbol.
4 – 09 - 2019

Existió ese día,
ese momento,
esa sombra bajo el árbol,
ese banco y aquel parque,
pequeño y recogidito,
un ensanche de la calle
donde nos dimos un primer beso fugaz,
un adelanto furtivo del beso bajo aquel árbol.

Aquel si fue de verdad,
apasionado y sincero.
Estoy viendo ese lugar cada noche,
y me pregunto si aquello fue una ilusión
o si fue cierto que sentados en el banco
nos besamos bajo el árbol.

Ha pasado mucho tiempo
y no sé si lo pienso o lo sueño,
pero aún me veo en tus ojos
y me pierdo en tus aromas.
Ha pasado mucho tiempo,
pero creo que fue cierto.

Ya se desprenden los días
y hasta se caen los años,
las hojas del calendario se las va llevando el viento
y en ellas van escondidas mil historias,
las fatigas y agonías y la esperanza de un beso
que al final,
el viento se lo llevó
dibujado en una hoja que se posó entre los labios
bajo la sombra del árbol.


Francisco Murcia.

Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...