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Un
viejo Olivo
26 – 11 - 2019
Hay un olivo al que
le tengo cariño,
es de tronco viejo,
retorcido,
está a la vera del
camino y me ofrece su sombra,
poca, porque sus frondas
ya no tienen el
esplendor de pasadas primaveras
y el sol parece
sonreírle cuando los rayos esquivan sus hojas
y dibujan en el
suelo caprichosas formas
que a veces semejan
letras que van cambiando,
como escribiendo
ocultas historias,
tantas como han
quedado grabadas
por el buril de los
tiempos en su arrugada corteza.
Me gusta sentarme a
su lado,
recostar mi espalda
en su tronco
mientras trato de
leer en las sombras de las hojas
las esquirlas de
las huellas que el tiempo ha ido dejando.
Se trata de un
olivo abandonado,
un don nadie entre
olivares altivos,
un pobre desposeído
ahíto de sed y de años,
que a la vera del
camino, humilde,
ofrece su sombra y
un par de frutos amargos,
que solo son el
recuerdo de años mil que ya pasaron.
Está en un altozano
donde el camino se quiebra
y doblega su cerviz
para bajar hasta el valle.
Tiene en el tronco
una antigua cicatriz, muy antigua,
en forma de corazón, muy profunda,
pues la sangre de
su savia resbala aún
como lágrimas del
alma por los surcos de mi cara.
Juntos, él, viejo
de años mil, y yo,
un viejo de pocos
días que ya ha vivido mil años,
hablamos y
conversamos,
y él me cuenta que
ha visto pasar los siglos
y ha vivido mil
tormentas,
pero ninguna, me
dice, ninguna
ha quebrantado su
fuerza ni doblegado su ánimo.
Ay! Cuánto diera,
viejo amigo,
por un corazón de
árbol,
un corazón de
madera que ardiera
bajo el tórrido
desierto de soledades inmensas
y en cenizas,
disolviera entre la
brisa las burbujas de mis sueños.
Ay! cuánto diera,
viejo amigo,
por llevar un
corazón grabado en mi piel,
que sangrara por
amor y latiera junto al mío
bajo tu sombra
serena, estimado y viejo amigo,
aquí, en este
altozano donde se quiebra el camino.
Francisco Murcia.
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