
Una extraña desazón
6 – 11
- 2019
Por qué
tanta desazón por algo que, en realidad y pensándolo fríamente, nada de
importancia tiene que ver con mi vida real, tan sólo fue un sueño, una nube de
esas que en un otoño ya avanzado, pasan más como la añoranza de un pasado ya
remoto, que como un vestigio de esperanza, de esos que suelen anunciar un “se
acabó” y antes de que se instale, exhibe apenas un último asomo de rebelión que
no hace sino rubricar que, efectivamente, ya no quedan más estaciones que cumplir,
más anhelos que intentar ni proyectos que alumbrar. Y sin embargo,
inopinadamente, por la ventana que los recuerdos dejaron abierta, se ha colado
la claridad de una nube extraviada que pasaba por ahí, sin destino, tan sólo
llevada por la brisa de un cielo sin paisajes, de un respirar sin razón que no
encuentra sosiego para esa desazón que la corroe por dentro. Y de pronto, he
aquí que le ha parecido ver en esa ventana abierta algo distinto, se ha
detenido a mirar, y se ha encontrado de frente con la misma soledad, la misma
ausencia, los mismos anhelos de un susurro, la misma angustia por los momentos
perdidos. Ha sonreído y desde dentro le ha respondido la mueca de otra sonrisa.
Y se paró esa nube, tomó el pincel de esa sonrisa, y perfiló en su cielo innumerables paisajes de
amaneceres y ocasos, y dibujó una luna hablando con los luceros.
Pero
sólo fue un segundo. Todo pasó como una ráfaga de viento solano, cuyos fuegos
alumbraron ilusiones como fantasmas, nacidos de los destellos de los postreros
momentos en que ya todo termina. Y tan es así, que ya todo terminó, como
terminan los sueños en las frías sábanas de las noches solitarias. No era más
que una nube, algo etéreo, apenas un “siesnoes”, el pétalo perdido de una rosa
convertido en mensajero de mis postreros momentos que, mecido por las ondas
azarosas de acasos imprevisibles, se cruzó por mi ventana y contempló su propia
soledad, pintada en las arrugas donde se esconden mis días, y mil historias
escritas en la mirada perdida de unos ojos ya cansados. He aquí, debió pensar,
una soledad como la mía, un cielo sin paisajes, un camino que ya no persigue
horizontes. Y se sentó a conversar y compartir soledades.
Tejimos
con los segundos una membrana en el tiempo y ambos pensamos que, por fin,
habíamos encontrado el conjuro que nos haría fluir por los arcanos de los
inciertos futuros. Por fin, una mirada amorosa; por fin, las delicias de un
susurro; por fin, un amanecer dichoso y un ocaso mensajero de penumbras donde
esconder los pecados que habían sido olvidados en los pliegues de otros
tiempos.
Pero ya
lo he dicho antes, tan sólo fue un destello, la luz cegadora de un flas, la
extraña claridad de una nube perdida en un cielo monocromo, sin paisajes ni
horizontes. Tan sólo fueron los restos de un sueño que se perdió en una noche
que no espera amanecer. Pero algo debió ser, algo más que fantasmal ilusión,
algo más que las esquirlas que deja la soledad en penumbras, algo más debió de
ser, porque no puedo explicar esta extraña desazón.
Francisco
Murcia.
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