viernes, 8 de noviembre de 2019

Una extraña desazón

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Una extraña desazón
6 – 11 - 2019

Por qué tanta desazón por algo que, en realidad y pensándolo fríamente, nada de importancia tiene que ver con mi vida real, tan sólo fue un sueño, una nube de esas que en un otoño ya avanzado, pasan más como la añoranza de un pasado ya remoto, que como un vestigio de esperanza, de esos que suelen anunciar un “se acabó” y antes de que se instale, exhibe apenas un último asomo de rebelión que no hace sino rubricar que, efectivamente, ya no quedan más estaciones que cumplir, más anhelos que intentar ni proyectos que alumbrar. Y sin embargo, inopinadamente, por la ventana que los recuerdos dejaron abierta, se ha colado la claridad de una nube extraviada que pasaba por ahí, sin destino, tan sólo llevada por la brisa de un cielo sin paisajes, de un respirar sin razón que no encuentra sosiego para esa desazón que la corroe por dentro. Y de pronto, he aquí que le ha parecido ver en esa ventana abierta algo distinto, se ha detenido a mirar, y se ha encontrado de frente con la misma soledad, la misma ausencia, los mismos anhelos de un susurro, la misma angustia por los momentos perdidos. Ha sonreído y desde dentro le ha respondido la mueca de otra sonrisa. Y se paró esa nube, tomó el pincel de esa sonrisa, y  perfiló en su cielo innumerables paisajes de amaneceres y ocasos, y dibujó una luna hablando con los luceros.

Pero sólo fue un segundo. Todo pasó como una ráfaga de viento solano, cuyos fuegos alumbraron ilusiones como fantasmas, nacidos de los destellos de los postreros momentos en que ya todo termina. Y tan es así, que ya todo terminó, como terminan los sueños en las frías sábanas de las noches solitarias. No era más que una nube, algo etéreo, apenas un “siesnoes”, el pétalo perdido de una rosa convertido en mensajero de mis postreros momentos que, mecido por las ondas azarosas de acasos imprevisibles, se cruzó por mi ventana y contempló su propia soledad, pintada en las arrugas donde se esconden mis días, y mil historias escritas en la mirada perdida de unos ojos ya cansados. He aquí, debió pensar, una soledad como la mía, un cielo sin paisajes, un camino que ya no persigue horizontes. Y se sentó a conversar y compartir soledades.

Tejimos con los segundos una membrana en el tiempo y ambos pensamos que, por fin, habíamos encontrado el conjuro que nos haría fluir por los arcanos de los inciertos futuros. Por fin, una mirada amorosa; por fin, las delicias de un susurro; por fin, un amanecer dichoso y un ocaso mensajero de penumbras donde esconder los pecados que habían sido olvidados en los pliegues de otros tiempos.

Pero ya lo he dicho antes, tan sólo fue un destello, la luz cegadora de un flas, la extraña claridad de una nube perdida en un cielo monocromo, sin paisajes ni horizontes. Tan sólo fueron los restos de un sueño que se perdió en una noche que no espera amanecer. Pero algo debió ser, algo más que fantasmal ilusión, algo más que las esquirlas que deja la soledad en penumbras, algo más debió de ser, porque no puedo explicar esta extraña desazón.

Francisco Murcia.


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