viernes, 23 de marzo de 2018

En ausencia de poesía


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En ausencia de poesía.

Ayer fue el día de la poesía y a mi me gusta escribir, mas por razones que no vienen al caso, nada pude decir, y mis sentires andaban perdidos por una prosaica cotidianeidad adversa, que casi hace naufragar la frágil canoa de mi sentido común en un turbulento mar de casualidades, cuyas caprichosas olas, animadas por unos vientos desconocidos y alocados de un devenir no imaginado, a punto estuvieron de hundirme en los abismos de la desesperación. Pero no lo consiguieron. En la cima de mis desventura pasajera, brillaba la luz que me ha hecho escalar las laderas de la sinrazón sin perderla en ningún momento, atravesando trochas oscuras, quebradas peligrosas donde las avalanchas de negros pensamientos me invadían y jugaban con las sombras de la noche.

Así fue y aconteció, que discurriendo en noche cerrada y sin luna por senderos ignotos para mi, mi amigo de cuatro ruedas me transporta raudo, horadando con sus ojos lacerantes la oscuridad de la noche. Le hablo amablemente, -bien-, le digo, condúceme veloz por estos páramos desiertos que no llego a vislumbrar, llévame en tus entrañas de metal, dame calor y seguridad. Y él, mi amigo de metal, ronronea complacido y devora las líneas amarillas como la gaviota las nubes surcándolas con sus alas. Ya estoy en el camino cierto, ya puedo estar tranquilo, -pienso-. Mas no bien mi pensamientos  se había insinuado, antes de que terminara de concretarse, mi amigo metálico dejó de obedecer mis mandatos, y me quedé sin control sobre él. Noche cerrada, en algún lugar de  un territorio que desconocía, me dejó tirado. -Mal amigo-, pensé yo mientras imploraba  ayuda inmediata. 

-¡Oh noche sin luna!-, me consolaba yo, -¡Que me has negado la luz! Gracias por haber desterrado a las nubes, gracias por haber prohibidos a los vientos que soplen sus frías brisas, gracias por haber deparado la presencia de un semejante con el que poder departir mientras pasan los minutos, muchos, hasta que llega la ayuda. Tan solo la luz prestada por la ciencia del humano alumbra un corto trecho, lo demás es noche oscura, de boca de lobo ansiosa de tragarme en su negrura. Y allí se queda mi coche, haciendo guiños a la noche con sus cuatro ojos en destellos que agotan su corazón de metal, lo queda exhausto, hasta que no puede más. Y cuando las manos expertas han colocado sus piezas, ni siquiera un parpadeo, su corazón ya ha muerto, solo quiere un funeral. Así llevamos en la grúa al inanimado cuerpo de mi coche, fenecido en medio de la noche oscura, hasta el hospital de hierros de piñones y metal, de cables, grasas y voces, de prisas y de carreras. Pero hay que ver con qué esperanza, con qué ilusión esperaba el regreso de mi amigo. Porque he de decir que su muerte tan solo es aparente, un síncope transitorio que me regaló, como forma de protesta por el abandono en que le he tenido. Lo comprendo. Sale del hospital de los hierros, runrunea suave, casi meloso; le acaricio su pedal, y me regala un bramido acompasado, repleto de energía, alegre; un bramido que me dice: -Ábreme ya las puertas, que la noche terminó y quiero rodar ligero para levarte a tu pueblo, y no me abandones más que si tu a mi bien me cuidas, yo sabré servirte bien, aunque sea de metal.

Francisco Murcia. 

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