
La sombra del pecado.
26
– 12 - 2017
He
estado tanto tiempo en la oscuridad
que
cuando el rayo de luz me alcanza
me
deslumbra y quedo ciego,
cierro
los ojos y el rayo pasa
antes
de contemplar su belleza,
el
jardín de luces que encierra,
los
brillos hermosos de su estructura.
El
rayo pasa y me mira, incluso se para un poco
por
ver si yo abro los ojos.
Pero
yo no me acostumbro a los rayos amorosos,
mil
cien y más heridas en mi alma
han
dejado cicatrices,
señales
ya de por vida.
Rayos
de filos perversos rasgaron mis inocencias
y
mis ojos se cerraron,
se
cerraron para siempre,
se
cerraron por no ver esas miradas perversas
escribiendo
con borrones en albas páginas puras
las
sombras de los pecados.
Y
pasaron muchos años, muchos,
tantos
que las manchas que dejaron
aquellos
borrones negros,
aquellas
sombras oscuras,
en
el blanco inmaculado de ingenuas inocencias,
ya
no se notan tanto, ya apenas ni se aprecian,
confundidas
con la gris indiferencia
con
que nos viste la vida para salir en escena
y
hacer bien nuestro papel:
el
de ovejitas sumisas que suministran la lana
y
la carne de sus hijos para servir unas mesas
donde
se asienta el pecado
entre
laureles de triunfos,
doradas
coronas regias,
entorchados
y medallas ganadas en cien mil guerras.
He
estado tanto tiempo en la oscuridad,
que
aborrezco la verdad para no enfrentarme a ella,
que
cierro los ojos al ángel que se me queda mirando,
esperando
que los abra para subirme en sus alas,
y
elevarme hasta las nubes.
Pero
yo cierro los ojos para no ver esa
sombra,
La
sombra de mis pecados.
Y
con los ojos cerrados,
busco
las alas del ángel que me recoge amoroso
mientras
remonta su vuelo,
y
juntos nos elevamos en busca de nuestro sueño,
más
allá de aquellas sombras que oscurecieron el alma
que
mancharon la inocencia de un niño que estaba solo.
Francisco
Murcia.
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