lunes, 15 de octubre de 2018

Un momento de silencio


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Un momento de silencio.
13 – 10 - 2018-10-13

Después de darle a mi cuerpo un disgusto de más de ocho kilómetros de marcha y regalarle la delicia de una ducha templada, he decidido que es el momento de ocuparme del espíritu, así que me he sentado ante la pantalla, he buscado en youtube a Beethoben, y las fuentes de su sensibilidad están manando a través de las teclas de un piano, maravillosamente acariciado por alguien que para mi resulta anónimo o anónima, pero a quien desde mi mesa, apenas levemente contrariado por el suave rumor que viene de la calle, agradezco estos minutos de viaje por la nube de los sueños. Las notas se suceden en cadencias alternantes, contrapuntos de graves y agudos, ora rápidos y delicados éstos, moderados por el deambular más lento, pero perfectamente acompasado, de aquéllos.

Mi cuerpo está sentado ante la pantalla, dejando que el espíritu viaje por los paisajes que le sugieren las notas, rocío de perlas que brillan en los albores de una esperanza, lluvia que refresca los ardores de una realidad no deseada. Resbalan blandamente por las transparencias de mi alma que suspira, recordando los aromas de una musa que se pierde en la hojarasca. El compás de los graves acelera y yo, mi espíritu, acelera el paso aferrándose a los agudos que llueven en torrente acompasado, tratando de llenar esos fugaces silencios que quedan entre la seriedad grave de los sonidos profundos, más melancólicos, pero más certeros y poderosos a la hora de marcar los tiempos.

Me siento volar sumergido en la vaporosa neblina de aromas que se pierden en el recuerdo, deambulo por paisajes bucólicos que solo existen dentro de mi, y me siento lejos de la prosaica realidad que discurre a solo unos metros, tras los cristales de mi ventana, abarcando las infinitas distancias donde juegan mis ilusiones y trenzan lazos de sonrisas las esperanzan que aún moran dentro de mi.

No me llegan los murmullos de los ruidos inconexos que me vienen de la calle, no los percibo. Mi espíritu está viajando aunque mi cuerpo esté aquí, sentado, y mis dedos se precipiten en cadencias alocadas sobre un teclado incapaz de absorber el torrente de palabras que surgen del manantial de mis emociones. Tengo que volver atrás muchas veces, las letras se tropiezan unas con otras, se mezclan en una algarabía que mi espíritu, sumergido en la suave brisa de las ondas, pasa por alto. Un delicioso momento de preciosa tranquilidad, donde los recuerdos de mi musa emergen de algún lugar desconocido y se manifiestan en toda su intensidad. Y claro, me la imagino a mi lado escuchando este piano, sonriendo al dejarse llevar por la delicada cadencia de las notas, construyendo conmigo, al cruzar nuestras miradas, ese mundo de ensueño que solo existe en la nube donde ambos viajamos alguna vez; al menos, eso me dicen mis duendes, insobornables archiveros de los momentos pasados.

Siguen cayendo las notas, ora blandas, delicadas, llovizna que bebe el aire y suaviza las formas; ora rápidas, empujando emociones para llenar sentimientos que crecen, olvidando el murmullo de lamentos que se filtran a través de los cristales que me aíslan de la calle. Huyen de entre las notas los cavernosos ecos de tambores y timbales, pues no se trata de un himno para levantar los muertos; se trata del discurrir, silencioso y escondido, de la savia que alimenta este árbol, ya viejo, que aún revive con las notas aquellos minutos que ya están en el recuerdo.

Oh dedos anónimos que acariciáis esas teclas, que cabalgáis presurosos saltando sobre el teclado, ¡no paréis, no detengáis vuestro paso!, leed fielmente el libreto, recorred los sentimientos del creador al componer los arpegios que le salían de alma, convertida en una nube, un rocío de sonidos con que regar el silencio, y recordarle a los vivos que los muertos también hablan, también tienen sus secretos.



Francisco Murcia 

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