La sospecha de un adiós.
9 –
10 - 2018
Me
imagino un cuadro, la realidad va introduciéndose en él, mejor dicho, el cuadro la va absorbiendo en un paisaje algo fantasmagórico, irreal, un
amago de pesadilla que no termina de concretarse; cielo y tierra se mezclan en
la nada de un gris sin horizontes, un vacío que parece tragarse la propia
existencia. La realidad absorbida deja sus paisajes atrás llevándose consigo
personas, sentimientos y emociones que desaparecen envueltos en la bruma donde
mora el no ser, donde ser es no ser nada. La nube gris parece absorberlo todo,
arrebatando el ser y el sentir de todo lo que cae en ella. Me fijo en el título:
“El Olvido”, y por un momento intento recuperar trozos de vida que ni siquiera estoy seguro de
que existieran, pero sí, ahí están las canicas y la peonza, las chapas, el aro
y las miradas que hicieron sangrar mi alma infantil. No, no es eso lo quiere el
cuadro, él quiere mis íntimos secretos, me roba tus ojos entornados por la
caricia de un beso, me roba aquel hola, ya incierto, que se quedó sin adiós y
se lleva los “tequieros” que se pierden
en las brumas de un horizonte sin tiempo, promesas de eternidad ahogadas en la
fugacidad de un momento que camina hacia el olvido.
Mi
sueño se disgrega en átomos que se alejan perdiéndose entre las brumas del
cuadro, la ventana hacia la nada donde el hada de mis sueños disuelve su
figura, convirtiéndose en nube que me presta su rocío para regar mis recuerdos,
los suyos se van con ella y se pierden en el fondo gris sin horizontes, donde
se van disolviendo los perfiles del pasado y el presente solo es una sucesión
de momentos sin futuro. Aún escucho a este lado del cuadro los apagados ecos de
susurros que se quedaron colgados en el aire, que respiro con cuidado para que
no se me pierdan, para hacerlos míos, encerrarlos en mi pecho y escuchar cada
latido de los míos como si fueran los tuyos que se van quedando lejos,
sumergidos en la bruma del fondo sin horizontes, gris y frío. Y veo que te
alejas, que ni siquiera vuelves el rostro para ofrecer un último gesto. Pienso
que cuando abrace la almohada, que acaricié entre mis sueños como si fuera tu
pelo, que sentí entre mis dedos la solidez imposible de una imposible realidad,
ahora notaré un vacío y una ligera humedad que habrán dejado mis ojos, y que yo
en mi desvarío atribuiré a los tuyos, como si esos ojos que se pierden en la
neblina del tiempo aún siguieran conmigo.
Oh,
mi mariposa querida que con tus alas adornas mis sueños. De pronto veo que el
cuadro te llama, que quiebras la brisa y te introduces en él, que vuelas y vuelas
hacia ese horizonte fantasma donde ni el cielo es el cielo ni la tierra es la
tierra, tan solo una masa gris, devoradora de sueños, donde el ser deja de ser
y el antaño se disuelve en el olvido, el presente queda roto y el futuro no es
posible porque ya no hay horizontes que buscar, porque detrás de ese gris, mi
mariposa querida, ya no hay brisa para sostener tus alas, no hay paisajes que
adornar ni flores donde libar el néctar de la ilusión. Las lágrimas se evaporan
y se pierden entre nubes que devoran añoranzas. Y detrás no queda nada, tan
solo el gris primigenio donde una causalidad planto las semillas de mis sueños.
Te veo batir las alas en pos de esos horizontes, y tu figura se pierde en
difusas lontananzas, mientras me quedo observando a este lado del abismo el
mensaje de la aurora que me saca de mi sueño. Miro la almohada a mi lado y el
hueco de mis anhelos sigue ausente, noto que estás muy lejos y pienso en la
mariposa que vuela hacia un horizonte donde no hay tierra ni cielo, donde la
imagen se pierde en los abismos de indefinibles espejos.
Francisco
Murcia
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