miércoles, 31 de octubre de 2018

Muerte y vida se fueron en silencio

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Muerte y vida se fueron en silencio.
30 – 10 - 2018

Inspirado en el poema  “LA MUERTE PREFERIBLE”, de Eduardo Hunter, publicado en facebook con fecha 30 – 10 - 2018


¿Estás seguro que haya alguien
que se pregunte qué ha pasado
más allá de los silencios de la vida
cuando la muerte es un grito?

Quizás sea el último grito,
quizás el último aliento de un deseo:
el comenzar otra vida donde mueran los silencios.

No hubo pócima que matara la esperanza,
no hubo embriaguez de los sentidos.

Tal vez fue todo distinto,
tal vez esos sentidos,
afilados en el buril de los silencios,
se aguzaron
hasta extremos que trocearon el alma,
robaron los sentimientos
y redujeron la vida a un eterno silencio.

Los sueños escaparon por la herida
y la razón se perdió en ese vacío
donde se hundieron los ecos de ilusiones
que no llegaron a nacer.

Y la muerte,
esa amiga inseparable vestida con nuestra sombra,
avanzó,
se puso delante,
y nos invitó en silencio
a traspasar esa puerta de la que no vuelve nadie.

Y así,
muerte y vida se fueron en silencio,
tal como habían venido.


Francisco Murcia.

domingo, 28 de octubre de 2018

La soledad

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La soledad
27 – 10 - 2018

Que extraño es esto de la soledad,
debo poner la tele para que no pese demasiado.
Si supieran los de la pantalla que no los escucho,
se enfadarían,
se sentirían ninguneados,
para qué hablar tanto, pensarían,
si no nos escucha.

Lo cierto es
que la soledad no es un mar tranquilo,
no es un espejo
donde riela la luna y navega un romántico pirata;
más bien es un río,
un torrente de palabras que se quedan en el aire,
sin terminar de caer,
ahí paradas, indecisas,
preguntándose unas a otras
como vestir las ideas que llueven como neblina,
sirimiri gris donde se pierden los pensamientos,
mariposas heridas que no remontan el vuelo.

No es la soledad el paraíso,
ese lugar escondido donde,
heridos de indiferencia, nos refugiamos,
o tal vez nos escondemos,
huyendo de una verdad que nos persigue con saña.

Y sin embargo
recorremos con delicia sus intrincados vacíos,
escarbamos sus recovecos desenterrando los duendes,
imaginados fantasmas donde podemos vengarnos.
Porque no debemos olvidarlo, al final,
la soledad es ese espacio vacío
donde rugen las tormentas,
la fuente de los anhelos que cabalgan  entre sueños,
es el quiero y el no puedo,
es el fuego que nos abrasa por dentro.

Dice Becquer en un velatorio incierto:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Y yo aquí, en mi escritorio,
mientras escucho la tele,
me pregunto si la muerte sigilosa me está llamando
en medio de mis silencios,
o es la palabra incierta que se ha quedado en el aire
para no ser pronunciada 
y espera la luz de planta y ser escrita en la luna,
 mi amiga y mi confidente
y la notaria que escribe los nombres de mis fantasmas.
No es la soledad ese mar de la canción del pirata,
y en él no riela la luna, 
es una mar arbolada de tormentas y de furias
que a través de la palabra
quiere encontrar esa calma que le niega su verdad.

No busco en la soledad la calma de mis pesares,
y bendigo los torrentes de palabras que se quedan en el aire,
busco la soledad para gritar en silencio,
abrazar la libertad
y perderme entre mis sueños.


Francisco Murcia.

sábado, 27 de octubre de 2018

Mujer


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Mujer.
26 – 10 - 2018

Mujer,
no sé quien eres,
no sé qué destino te puso ante mi,
pero al cruzar me miraste,
y yo me miré en tus ojos,
y en tus ojos me encontré.

Porque yo andaba perdido,
pasos y pasos sin rumbo,
soledad en los caminos y a mi lado,
soledad,
tiempo y espacio vacíos
devorando la burbuja donde guardaba mis sueños.

No sé, mujer, quien eres,
pero me veo en tus ojos,
brillante castaño oscuro que fulmina mis tristezas,
bailan mis ilusiones al ritmo de tus caderas
y entonan cantos de gloria mis decaídos anhelos.
Subo al rayo que reflejan tus ojos castaño oscuro, 
y me remonto hasta el cielo,
mientras dibujo en tus alas el mapa de mis deseos.

Aunque no sepa quien eres,
mujer,
tú ya eres parte de mi,
son mis secretos los tuyos,
y son tus lágrimas las mías
que mojan las escrituras del tiempo
ya grabadas en mi piel,
Son mías tus ilusiones que se morían de sed,
y son míos tus secretos.

Por eso ya te conozco,
mujer,
porque he leído en tus ojos,
porque te has visto en los míos,
y en medio de los silencios hemos escrito un “tequiero”
sin habernos conocido.

Ahora sí te conozco
y sé que si te lo pido,
tu serías mi mujer.


Francisco Murcia.   

miércoles, 24 de octubre de 2018

En mis recuerdos.


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En mis recuerdos.
24 – 10 - 2018-10-24

Que poco tiempo ha transcurrido desde aquel momento en que los hados cruzaron nuestros caminos. Creo que ambos estábamos cansados, fatigados de pasos y pasos iguales, de andares sin sorpresas, de matorrales sin flores que adornaran las veredas, mil veces transitadas, donde nuestras vidas se consumían entre gestos de sonrisas obligadas y agonías ocultas en las profundidades del alma. Qué poco tiempo, y sin embargo, ya bullen las añoranzas, ya quedan para el recuerdo palabras y más palabras que compusieron los versos de dos corazones heridos por los silencios, De verdad que ya no son estos días como aquellos días primeros cuando, juntos, cruzamos la frontera de los sueños y, cogidos de la mano, inventamos lejanos horizontes, y dejamos que las nubes dibujaran los paisajes de cielos imaginados.

Qué poco tiempo ha pasado y ya solo son recuerdos. Esos versos, esas palabras susurradas, los gestos imaginados de besos flotando en el aire, las promesas que firmamos escritas en la mirada. ¿Dónde quedó todo eso? En ausencia de roció flota el polvo en el camino, y el polvo cubre las huellas, borra los horizontes y confunde nuestras nubes, las nubes de nuestros sueños, con simples nubes de polvo que borran toda promesa. Ciertamente son estos días distintos, son distintas las maneras y distintos son los gestos, menos claros, más lejanos, ya no se visten los versos como se vestían antes: de flores y de alboradas, de confidencias guardadas en noches de luna llena, de perlas donde se mira el primer rayo de sol que escribía “buenos días” en las últimas penumbras de la noche. ¿Dónde queda el despertar derramando la dulzura de tus labios en los ecos de un “te quiero”?  ¿Dónde quedaron los sueños? ¿Por qué sigo respirando la soledad de mis noches? ¿Por qué te mando un “teamo” que ya no tiene respuesta? ¿Por qué?

Pero sabes que me gusta imaginarte, que me gustan esos sueños donde, arrobado, aspiro por la mañana la brisa de tu bostezo, y escribo con la mirada perfiles para el recuerdo. Porque no es cierto este vacío, porque me siento lleno de ti, no importa que estés muy lejos, yo seguiré respirando la brisa de ese bostezo, acariciaré la almohada imaginándome olas en los bucles de tu pelo, y beberé esos besos que encerré en el cuenco de mis manos.

Ya sé por qué sigo respirando entre oscuras soledades, porque no me siento solo, porque el polvo del camino no ha borrado tu figura,  y aunque te encuentres muy lejos, siempre estás en mis recuerdos.


Francisco Murcia.

martes, 23 de octubre de 2018

Yo creía que...

Escrito hace dos años y medio. Entonces los pensamientos se despeñaban por los abismos de la duda. Y sin embargo, nuevos albores trajeron rocíos nuevos que plantaron nuevas flores. Y el jardín volvió a brillar.

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YO CREIA QUE…
25 – 05 - 2016

Y yo que creía que…
Pero en fin,
pensamientos que son como nubes
y se desvanecen con el viento,
ilusiones,
sueños de un hombre despierto que desvaría,
que ha perdido la razón,
que ya no gobierna el timón del navío de su vida.

Y yo que pensaba que…
En fin,
nubes vaporosas,
fantasmas huecos sin cuerpo,
alevines de desastres que se agrandan con el tiempo,
castillos hechos de naipes
que los derrumba la brisa por más que sea suave.

Y yo que me imaginaba….
En fin,
pura imaginación,
yo lo sé, pero…
¿acaso es pecado agarrarte a una ilusión,
a las velas de tu sueño,
para seguir respirando,
para esperar otro sol,
otro amanecer y otro ocaso,
para mirar a la luna
aunque yo me crea que…
 y que no sea un fracaso?


Francisco Murcia

domingo, 21 de octubre de 2018

Solo


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Solo
20 – 10 - 2018

Está solo, observa la cocina, el fregadero donde aún están aparcados los últimos platos con restos de fideos pegados, secos, ya no se acuerda cuánto tiempo lleva ahí, observando esos restos, mirando su sombra ya encorvada mientras suena en su mente una canción: “Échame a mi la culpa de los que pasa / cúbrete tú la espalda con mi dolor”. El murmullo de la TV, que nunca apaga simplemente para recordarse a sí mismo que aún sigue vivo, suena muy lejos, en algún lugar de la casa que ahora mismo se le antoja a kilómetros de distancia. Su sombra encorvada, quieta, le recuerda aquel poema de Gustavo Adolfo Becquer, el poeta del romanticismo cuyas rimas encendieron ilusiones en su juventud; ahora, frente a ese fregadero conteniendo los últimos restos de su indiferencia por la vida, solo recuerda aquello de: “¡Dios mío! qué solos se quedan los muertos”, y aquel otro verso: “la luz, que en un vaso ardía en el suelo / al muro arrojaba la sombra del lecho”

“Y allá en el otro mundo”. Todo está en silencio, salvo un murmullo lejano que ya no sabe de dónde viene, y sin embargo, dentro de él siguen aquellas notas que retumban como truenos que le estremecen el alma. En el fregadero, un brillo metálico, un fogonazo que golpea su mirada absorta, perdida en los recovecos de imaginados paisajes de hojas secas, de otoños devorados por un gélido y eterno invierno. “En el otro mundo”, y el fogonazo se hizo presente con maligna claridad. Sí, tal vez, pensó, y la idea quedó flotando en el aire, una nube que se evapora en medio de la niebla, un amago de realidad que se disuelve en las oscuras penumbras de una pesadilla. Pero ahí estaba él, respirando sin saber por qué, ni para qué ni para quién, y fuera de él, el brillo metálico esperándolo, como la última puerta a los abismos del olvido.

“Que en vez de infierno encuentres gloría” La gloria, ¿qué era eso de la gloria? De pequeño había escuchado algo que el párroco explicaba con un catecismo en la mano: un lugar de felicidad infinita, decía, un lugar donde nada te duele, no hay enfermedades y todo el mundo se quiere. Al pasar esta idea por su mente, un amago de sonrisa tensó ligeramente sus labios. Sí, sinceramente le deseaba la gloria, al fin y al cabo él tenía la culpa de todo. Perdió la gloria el mismo día, en el mismo momento en que los gestos hablaron y él no entendió el mensaje, no leyó los “tequiieros” escritos en los detalles. Los detalles, esos detalles ardieron en la pira de la ignorancia, y sus cenizas frías alimentaron el mar de la indiferencia. Una orquídea surgía entre la bruma de sus recuerdos, una flor hermosa, evocadora, uno de esos detalles con un mensaje que creyó grabado en el sagrario del alma. Y de pronto la orquídea se precipita por el abismo de extraños resentimientos. Gloria o infierno, ¿no hay puntos intermedios, estaciones donde descansar, reponer las exiguas existencias de serenidad y recomenzar la ruta? El destello metálico se ofrece como una maligna invitación.

“Y que una nube de tu memoria me borre a mi” Revolvió esta frase en sus entrañas, vio la nube tragándolo, disolviéndolo entre sus átomos que se perdían en un vacío infinito. Y esa nube en perfiles difusos dibujaba su figura, la figura de ella, la misma en la que se sumergió tantas y tantas veces, la misma de donde bebió el néctar de la vida, la misma que alumbró las penumbras de tantas y tantas noches entre arrullos de cortejos y susurros de “tequieros”. Y hora la nube se alejaba dejando atrás el rocío donde escribió su nombre, borrando el torrente de segundos con los que había construido la ilusión de un infinito que terminó antes de tiempo. Antes de tiempo, pensó, y el reflejo metálico que yacía al fondo del fregadero, como esperándolo, se le antojó como la única puerta por la que huir de su agonía. Qué lejos quedaba aquella orquídea con su tarjeta y su firma, qué lejos aquella sonrisa y aquel gesto de sus labios dejando un beso en el aire.

“Sabes a ciencia cierta que me fallaste”. No, no es cierto, pensó, mientras su mano, en  un movimiento del que no era consciente, acarició con suavidad aquella hoja metálica. No, no es  cierto, debía ser sincero consigo mismo, ella no le falló, solo quiso seguir siendo ella y se negó al corsé del ideal que él llevaba en sus sueños. ¿Cómo era el ideal con el que ella soñaba cuando le daba la espalda? Se preguntó muchas veces cómo era él en realidad en la mente de ella, cómo lo veía, lo pensaba y lo sentía. Se conformaba con cualquier detalle, cualquier gesto que asumía como un signo de que las cosas iban bien, que estaba en el corazón de ella aunque fuera como uno de esos muebles, ya ajados, que estamos acostumbrados a verlos en el mismo lugar siempre, como una pieza de un paisaje que ya no aspiramos a cambiar y que, por tanto, asumimos como una condición natural de nuestro entorno. Debía asumir que no fue ella la que le falló, sino él mismo, el que, autoinvestido de un paternalismo asfixiante, paulatinamente fue yugulando cualquier síntoma de emancipación más allá de los estrechos límites del hogar.

Terminó de enjabonar perola, platos y cubiertos, y aquel brillo metálico desapareció bajo la espuma. Aire, solo aire encerrado en evanescentes burbujas. Ellos dos, en su burbuja, sin atreverse a romperla. Poco a poco se hizo irrespirable. Se ahogaban sin que ninguno de ellos se atreviera a dar el primer paso. Ambos pertenecían a la generación esa que creció bajo la consigna de: “hasta que la muerte los separe”, y parecía que la muerte sería lo único que podría terminar con la agonía de unos ojos que ya no se miraban, de un silencio donde agonizaban sentimientos y deseos,

“Que lo que prometiste se te olvidó”. Las promesas, aquellas semillas sembradas bajo los pinos al calor de una intimidad entregada, iban decayendo bajo el tórrido estío de las inercias, fuentes de donde emana la mortal indiferencia. Ella no olvidó sus promesas, tal vez las dio por cumplidas y entendió que ya no había más que hacer. Él, herido por la abulia de una vida sin sorpresas ni objetivos, se dejaba ir, como los restos de un naufragio flotando sobre las olas. Dentro de la burbuja el aire se hizo irrespirable. Por fin, ella rompió la burbuja. El brillo metálico volvió a aparecer con maligna insistencia al fondo del fregadero. Aquellas promesas en las que cabalgaron felizmente durante muchos años se habían convertido en un peso imposible de soportar. Sin embargo, al mirar adelante intentando buscar un horizonte más allá de la burbuja, solo se veía un abismo, una sima oscura, el final.  

Un timbrazo prolongado y el reflejo metálico desapareció entre las burbujas del fregadero. Se secó las manos y fue a abrir. Soy yo, escuchó por el interfono. Íntimamente se alegró. Era su voz. Esbozó una sonrisa mientras pulsaba el botón que habría la entrada del portal. Pensó que, por fin, la veía en su realidad, tal como era, con sus capacidades a tope, sus ilusiones y su infatigable lucha buscándose a sí misma. Sintió un enorme aprecio por ella, un poco oscurecido por una tenue sombra de culpabilidad. Mentalmente le dio las gracias por haberle salvado la vida dos veces: con el primer sí y con el último no.

-¿Qué tal estás?
–Bien, ¿Y tú?
–Me alegro. Bien, me encuentro bien.

Al fin y al cabo, las promesas, aunque lejas, aún seguían viéndose en la distancia. Aclaró los platos, y se dispuso a ver el partidazo por la tele. Pensó en el reflejo metálico, bebió un sorbo largo de vino, y rió con ganas para sí mismo mientras, en su mente, seguía el brillo de aquellos ojos que un día fueron suyos.


Francisco Murcia.  

sábado, 20 de octubre de 2018

Si yo pudiera

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Si yo pudiera
19 – 10 - 2018

Si yo pudiera,
colocaría una sonrisa eterna en tu rostro,
en cada gota de rocío
dibujaría tus ojos,
y en el cuenco de mis manos
llevaría tus aromas.

Si yo pudiera,
oh si yo pudiera,
te pondría una corona de luceros,
y le diría a la luna que escriba nuestros secretos
y se los cuente a la noche,
que escuche bien los susurros en medio de los silencios.

Si yo pudiera,
envolvería tu cuerpo en la caricia de un beso,
te llevaría conmigo a los confines del tiempo y allí,
preguntaría a ese Dios
por qué me hizo sin ti,
por qué te creó tan lejos,
por qué escribió en mis cimientos tu nombre,
por qué dibujó tus ojos en mis tardíos reflejos,

Preguntaría a ese Dios
en qué tiempo te creo,
por qué no lo hizo antes,
por qué dejó impresa en mis sueños
la ilusión de ver un ángel sin poder creer en él,
si no podía encontrarte.

Oh, si yo pudiera,
le diría a mi reloj que caminara hacia atrás,
y a mis pasos que volvieran por senderos recorridos,
y pediría a los vientos que llevaran mi mensaje allí,
al pie de tu nacimiento,
para dejar en tu piel la dulce brisa de un beso.

Oh si yo pudiera decirte las cosas que llevo dentro.



Francisco Murcia.

viernes, 19 de octubre de 2018

¿Qué pienso?

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¿Qué pienso?
16 – 10 - 2018

¿Qué pienso?
Claro que no te lo voy a decir,
tan solo la espuma
que flota sobre el universo profundo de mis pensamientos
puede ofrecerse a la vista de ojos extraños,
solo la superficie,
porque el fondo, el abismo
donde quedan sepultadas esas criaturas
deformes
que conforman mis universos
siempre permanecerá oculto,
excepto para aquella mirada franca,
sincera, dulce
que no me pregunta nada,
simplemente no se aparta
cuando yo escribo en mis ojos el anhelo de un “tequiero”
que se perdió entre las ondas

Esto si lo puedo decir:
claro que pienso en ella,
claro que cada día al salir el sol,
estudio las nubes y sus colores,
husmeo la brisa
para cazar los aromas que poblaron las horas de mi sueño,
quiero cazar esos rayos,
los primeros que nos ofrece el despertar de la aurora,
enhebrarlos en un haz
y rogarle a los vientos que te los haga llegar,
que iluminen las penumbras de tu alcoba
y te lleven el mensaje que a mi me niegan las ondas.

No me veo caminando por tu cuerpo,
no me veo profanando tus secretos;
me veo bebiendo una lágrima  
nacida de las fuentes de tu miedo,
me veo rompiendo con besos la aridez de tus mejillas,
y escribiendo en tu mirada
las mieles de una sonrisa.

En fin, eso si lo puedo contar,
y hasta lo puedo gritar sin importar que los vientos
se lleven este mensaje a los confines del cielo,
donde las ondas esquivas que me niegan un “tequiero”
recojan entre sus pliegues la hondura de mis lamentos.

¿Y aún me preguntas qué pienso?
A ti te lo voy a decir, a ti
que me castigas infame con sus terribles silencios.


Francisco Murcia

lunes, 15 de octubre de 2018

Un momento de silencio


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Un momento de silencio.
13 – 10 - 2018-10-13

Después de darle a mi cuerpo un disgusto de más de ocho kilómetros de marcha y regalarle la delicia de una ducha templada, he decidido que es el momento de ocuparme del espíritu, así que me he sentado ante la pantalla, he buscado en youtube a Beethoben, y las fuentes de su sensibilidad están manando a través de las teclas de un piano, maravillosamente acariciado por alguien que para mi resulta anónimo o anónima, pero a quien desde mi mesa, apenas levemente contrariado por el suave rumor que viene de la calle, agradezco estos minutos de viaje por la nube de los sueños. Las notas se suceden en cadencias alternantes, contrapuntos de graves y agudos, ora rápidos y delicados éstos, moderados por el deambular más lento, pero perfectamente acompasado, de aquéllos.

Mi cuerpo está sentado ante la pantalla, dejando que el espíritu viaje por los paisajes que le sugieren las notas, rocío de perlas que brillan en los albores de una esperanza, lluvia que refresca los ardores de una realidad no deseada. Resbalan blandamente por las transparencias de mi alma que suspira, recordando los aromas de una musa que se pierde en la hojarasca. El compás de los graves acelera y yo, mi espíritu, acelera el paso aferrándose a los agudos que llueven en torrente acompasado, tratando de llenar esos fugaces silencios que quedan entre la seriedad grave de los sonidos profundos, más melancólicos, pero más certeros y poderosos a la hora de marcar los tiempos.

Me siento volar sumergido en la vaporosa neblina de aromas que se pierden en el recuerdo, deambulo por paisajes bucólicos que solo existen dentro de mi, y me siento lejos de la prosaica realidad que discurre a solo unos metros, tras los cristales de mi ventana, abarcando las infinitas distancias donde juegan mis ilusiones y trenzan lazos de sonrisas las esperanzan que aún moran dentro de mi.

No me llegan los murmullos de los ruidos inconexos que me vienen de la calle, no los percibo. Mi espíritu está viajando aunque mi cuerpo esté aquí, sentado, y mis dedos se precipiten en cadencias alocadas sobre un teclado incapaz de absorber el torrente de palabras que surgen del manantial de mis emociones. Tengo que volver atrás muchas veces, las letras se tropiezan unas con otras, se mezclan en una algarabía que mi espíritu, sumergido en la suave brisa de las ondas, pasa por alto. Un delicioso momento de preciosa tranquilidad, donde los recuerdos de mi musa emergen de algún lugar desconocido y se manifiestan en toda su intensidad. Y claro, me la imagino a mi lado escuchando este piano, sonriendo al dejarse llevar por la delicada cadencia de las notas, construyendo conmigo, al cruzar nuestras miradas, ese mundo de ensueño que solo existe en la nube donde ambos viajamos alguna vez; al menos, eso me dicen mis duendes, insobornables archiveros de los momentos pasados.

Siguen cayendo las notas, ora blandas, delicadas, llovizna que bebe el aire y suaviza las formas; ora rápidas, empujando emociones para llenar sentimientos que crecen, olvidando el murmullo de lamentos que se filtran a través de los cristales que me aíslan de la calle. Huyen de entre las notas los cavernosos ecos de tambores y timbales, pues no se trata de un himno para levantar los muertos; se trata del discurrir, silencioso y escondido, de la savia que alimenta este árbol, ya viejo, que aún revive con las notas aquellos minutos que ya están en el recuerdo.

Oh dedos anónimos que acariciáis esas teclas, que cabalgáis presurosos saltando sobre el teclado, ¡no paréis, no detengáis vuestro paso!, leed fielmente el libreto, recorred los sentimientos del creador al componer los arpegios que le salían de alma, convertida en una nube, un rocío de sonidos con que regar el silencio, y recordarle a los vivos que los muertos también hablan, también tienen sus secretos.



Francisco Murcia 

sábado, 13 de octubre de 2018

Me asusta el silencio


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Me asusta el silencio
11 – 10 - 2018

Me asusta el silencio de las calles
porque sus ecos apagan el fragor de mis silencios,
me asustan las calles desiertas,
ausentes de algarabía,
donde muere el horizonte que me mantiene con vida.

A través de mi ventana respiro el baile del ramaje con el viento,
danzo con los gestos de las damas
que prestan con sus caderas
ilusiones ya perdidas en el tiempo,
paseo con esos viejos de paso ya vacilante
y me siento como un joven,
hincho de aire mi pecho y caminando con ellos,
tomo asiento bajo el árbol y les cuento
que los años solo degradan los huesos
y nos arrugan la piel,
y nos traen los recuerdos de aquellos cuentos de antaño.

Ellos sonríen conmigo,
yo sonrío con ellos,
mientras la vista se pierde en horizontes lejanos.

Me asusta el silencio de las calles,
me asusta el desierto donde los vientos secretos
remueven emociones olvidadas,
me asustan esas aceras silenciosas, vacías,
que contemplo a través de los cristales
porque el tiempo no se para,
porque sigue caminando
y veo como corre la vida persiguiendo esos paisajes
que ya solos son fantasmas.

Prefiero estar bajo el árbol
contando mil historietas,
aunque muchas san falsas,
no importa;
escuchar embelesado los arrullos de palomas
mientras el viejo de al lado me cuenta su propia historia.

Y saben por qué me gusta,
porque me siento con vida,
y aunque me engañen los sueños,
prefiero las ilusiones de las mentes soñadoras,
prefiero trenzar locuras en mundos de fantasía, 
que admitir esa derrota que nos impone la vida.

Me asusta el silencio que evoca la soledad de los nichos,
prefiero el rumor del viento,
los ecos de voces gastadas
que me llegan a través de mi ventana,
las mil historias de viejos aunque todas sean falsas
y el rumor de las palomas que siguen con su cortejo.


Francisco Murcia.

jueves, 11 de octubre de 2018

La sospecha de un adiós

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La sospecha de un adiós.
9 – 10 - 2018

Me imagino un cuadro, la realidad va introduciéndose en él, mejor dicho,  el cuadro la va absorbiendo  en un paisaje algo fantasmagórico, irreal, un amago de pesadilla que no termina de concretarse; cielo y tierra se mezclan en la nada de un gris sin horizontes, un vacío que parece tragarse la propia existencia. La realidad absorbida deja sus paisajes atrás llevándose consigo personas, sentimientos y emociones que desaparecen envueltos en la bruma donde mora el no ser, donde ser es no ser nada. La nube gris parece absorberlo todo, arrebatando el ser y el sentir de todo lo que cae en ella. Me fijo en el título: “El Olvido”, y por un momento intento recuperar  trozos de vida que ni siquiera estoy seguro de que existieran, pero sí, ahí están las canicas y la peonza, las chapas, el aro y las miradas que hicieron sangrar mi alma infantil. No, no es eso lo quiere el cuadro, él quiere mis íntimos secretos, me roba tus ojos entornados por la caricia de un beso, me roba aquel hola, ya incierto, que se quedó sin adiós y se lleva los “tequieros”  que se pierden en las brumas de un horizonte sin tiempo, promesas de eternidad ahogadas en la fugacidad de un momento que camina hacia el olvido.

Mi sueño se disgrega en átomos que se alejan perdiéndose entre las brumas del cuadro, la ventana hacia la nada donde el hada de mis sueños disuelve su figura, convirtiéndose en nube que me presta su rocío para regar mis recuerdos, los suyos se van con ella y se pierden en el fondo gris sin horizontes, donde se van disolviendo los perfiles del pasado y el presente solo es una sucesión de momentos sin futuro. Aún escucho a este lado del cuadro los apagados ecos de susurros que se quedaron colgados en el aire, que respiro con cuidado para que no se me pierdan, para hacerlos míos, encerrarlos en mi pecho y escuchar cada latido de los míos como si fueran los tuyos que se van quedando lejos, sumergidos en la bruma del fondo sin horizontes, gris y frío. Y veo que te alejas, que ni siquiera vuelves el rostro para ofrecer un último gesto. Pienso que cuando abrace la almohada, que acaricié entre mis sueños como si fuera tu pelo, que sentí entre mis dedos la solidez imposible de una imposible realidad, ahora notaré un vacío y una ligera humedad que habrán dejado mis ojos, y que yo en mi desvarío atribuiré a los tuyos, como si esos ojos que se pierden en la neblina del tiempo aún siguieran conmigo.

Oh, mi mariposa querida que con tus alas adornas mis sueños. De pronto veo que el cuadro te llama, que quiebras la brisa y te introduces en él, que vuelas y vuelas hacia ese horizonte fantasma donde ni el cielo es el cielo ni la tierra es la tierra, tan solo una masa gris, devoradora de sueños, donde el ser deja de ser y el antaño se disuelve en el olvido, el presente queda roto y el futuro no es posible porque ya no hay horizontes que buscar, porque detrás de ese gris, mi mariposa querida, ya no hay brisa para sostener tus alas, no hay paisajes que adornar ni flores donde libar el néctar de la ilusión. Las lágrimas se evaporan y se pierden entre nubes que devoran añoranzas. Y detrás no queda nada, tan solo el gris primigenio donde una causalidad planto las semillas de mis sueños. Te veo batir las alas en pos de esos horizontes, y tu figura se pierde en difusas lontananzas, mientras me quedo observando a este lado del abismo el mensaje de la aurora que me saca de mi sueño. Miro la almohada a mi lado y el hueco de mis anhelos sigue ausente, noto que estás muy lejos y pienso en la mariposa que vuela hacia un horizonte donde no hay tierra ni cielo, donde la imagen se pierde en los abismos de indefinibles espejos. 


Francisco Murcia

miércoles, 10 de octubre de 2018

Forastero

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Forastero
7 – 10 - 2018

Forastero he sido casi siempre,
siempre me he sentido forastero,
nunca ha importado de donde viniera,
ni nunca importó dónde fui;
siempre fui forastero
de simiente y de raíz.

Nací en un lugar distante
que apenas me vio crecer,
me hizo sentir extranjero,
como una brizna olvidada en un extraño jardín,
como una hormiga perdida que se apartó de la hilera
y huérfana,
deambula por la vida sin saber a dónde ir.

¿Qué vientos hincharon las velas que me trajeron aquí?
¿En qué brisas navegaron tus aromas para llegar hasta mi?
Forastero soy en tu puerta
y en tu corazón, extranjero.
Así soy yo de raíz:
forastero en cualquier sitio,
extranjero en tu sentir.

Y sin embargo ya ves,
oso llamar a tu puerta,
robarte un hola cortés,
secuestrar esas palabras escritas en tu mirada,
y endulzar con tus aromas la brisa que me acaricia.

Porque yo soy forastero
y he de partir otra vez,
y quiero cargar mi mochila con la miel de tu sonrisa,
con la imagen de tu pelo,
con el tacto de tu mano que he robado al saludarme,
con el brillo de tus ojos y la ilusión de tu rostro.
He de robarte los sueños para cargar mi mochila,
pues sé que soy forastero
y he de seguir el camino.

Tal vez encuentre algún día ese paisaje anhelado
donde no ser extranjero.


Francisco Murcia.

domingo, 7 de octubre de 2018

Caminando por la Rambla

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Caminando por La Rambla.
5 – 10 - 2018

Caminaba por La Rambla haciendo mi kilometraje mañanero y de pronto, me sorprendió un ¡hola! Eran las siete y media de la mañana, aún el sol se estaba vistiendo para hacer su aparición y las nubes comenzaban a teñirse de tonos rosas para recibirlo; los restos de la oscuridad de la noche se estiraban en penumbras que se iban disolviendo por segundos; los árboles carecían de sombra y sus gigantescos perfiles se elevaban en una enmarañada, rala e hirsuta cabellera. Miro a un lado, nada; miro a otro lado, nada; detrás me sigue una figura que no acierto a distinguir, por la distancia, si se trata de un chico o una chica; delante, unas caderas cimbreantes parecen tener prisa y se mueven tan rápido, que la cola de caballo que corona la espalda parece tener vida propia.

¡Hola! escucho. Vuelvo a mirar a mi alrededor, me paro, pongo atención, escucho detenidamente cualquier susurro; pero nada. De pronto, dentro de mi, vuelve a sonar ese hola. Ahora ya lo entiendo: ella se ha despertado, me ha dicho adiós en su sueño y, abriendo la ventana, ha dejado un hola en el viento para que llegue hasta mi. Sonrío, me acerco a uno de esos árboles gigantescos de bonachona apariencia, le susurro un ¡hola! y le añado el delicado gesto de un beso. Los árboles tienen conciencia universal, según leí en alguna parte, transportan los mensajes fuera del espacio y del tiempo, y nunca se equivocan. Es posible que ella se haya acercado a un geranio de hermosas flores rojas y le haya confiado el hola que ha llegado hasta mi. Se estará duchando y el agua hará que mi beso resbale por su mejilla y que el murmullo de un hola se deslice en sus oídos. Si, estoy seguro: ella me ha mandado un hola y yo le mando mis buenos días.

Y sigo caminando. Ahora mis pies tienen alas, mi cuerpo flota bajo el dosel de los árboles, mientras estos reconstruyen su sombra en alargados, alargadísimos penachos, fantasmas de amables penumbras que se contraen lentamente, hasta convertirse en sombras protectoras que alivian los rigores con que nos amenaza el día. Y camino y camino. La Rambla se va poblando. Chicos, chicas, mayores y pequeños; todos presurosos arriba y abajo. Los veo a todos, pero no miro a nadie. Veo la cabellera suelta que juega con el viento y veo las caderas que despiertan los deseos. Pero yo no miro a nadie. Mi mirada, tú lo sabes, está dentro de mis sueños. Caminando por la Rambla yo recorro mis paisajes, donde no hay semáforos ni coches ni estridentes vocinazos; solo un perfecto silencio donde me llega el mensaje de un “Hola, ¿Cómo estás?” transmitido para mi por uno de esos gigantes cuyas sombras me protegen. Ya ves –te contesto- volando estoy en mis sueños, tratando de alcanzar tu imagen. Y se lo cuento al gigante de ramaje enmarañado para que lleve el mensaje, acompañado de un beso, hasta el geranio de tu ventana, y éste se lo preste al viento, y el viento, aprovechando un bostezo, lo deposite en tus labios.

Un dos, un dos, rápido, rápido. Mis pies casi no lo sienten y yo me siento volando. ¡Hola!, me ha dicho el árbol. ¡Buenos días!, yo le digo, para que lleve hasta ti el rumor de mis latidos.


Francisco Murcia

jueves, 4 de octubre de 2018

Anónima mariposa

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Anónima mariposa.
4 – 10  2018

Sabes, mi bella mariposa, ya me había acostado. De pronto me he dado cuenta de que hace mucho que no escribo para ti. En ese tiempo en el que el sueño aún está de camino, pero no termina de llegar, hablo contigo como si te tuviera a mi lado. Y me he dicho: tengo que escribirte algo bonito, algo que te haga sonreír cada vez que pienses en ello, que te haga flotar por el mundo de los sueños como el pétalo escapado de la flor danza jugando con la brisa. No, no se trata de decirte que te quiero, eso tú ya lo sabes, no es nada nuevo y, aunque te arranque un suspiro que dejas flotando en el viento, lo que yo quiero decir es otra cosa, lo que quiero dibujar con mis palabras es algo que no puede ser escrito, porque aún no se han inventado ni se han escrito las palabras que requiero.

Creo que no percibes cómo me sabe un “hola, ¿cómo estás?”, cómo saboreo cada palabra que sale de tus labios, cómo te busco en el mundo de mis sueños. Y cuando veo en la llamada tu nombre, entonces el corazón comienza a galopar por su cuenta, a lo loco, como si no hubiera límites a sus ansias desbocadas. Pero… sucede tan rara vez. Sin embargo, ya ves, esas gotitas de rocío no se secan a pesar del rigor de los silencios, esas gotita son suficientes para mantener abierta la puerta de la esperanza, como los ecos perdidos mantienen los recuerdos de tu voz y las penumbras conservan las señales de tu imagen.

Muchas veces me pregunto dónde está tu voz que no llega a mis oídos, dónde está tu mirada que no puedo escribir en ella el guión de mis deseos. Entonces en unos versos, con resignación desgrano melancólicos secretos. Sin embargo, no me verás triste, todo lo contrario. No te lo creerás, te parecerá una exageración, pero te juro que es cierto: cuando el silencio me abruma y comienzan a brotar crisantemos en mi jardín, solo tengo que pensar en ti, y al momento, en ese jardín aparecen margaritas, amapolas, rosas, y un tropel de mariposas comienzan a adornar la brisa. Sin darme apenas cuenta, si me mirara al espejo, vería una sonrisa dibujada en este serio y poco agraciado rostro, que bebe los vientos que me traen tus aromas y me regalan el paisaje de tus alas dibujando mil cabriolas en el aire. Mientras contemplo tu vuelo, te veo más y más lejos, hasta ser solo un punto vacilante al contraluz del ocaso. Y entonces me duermo tranquilo porque tú estás en mi sueño.

¿Qué quieres que haga? ¿Qué debe hacer el náufrago que flota agarrado a una tabla en medio de la noche cuando atisba la lucecita de un faro a lo lejos? Fijará la vista en esa llama y le parecerá un lucero, braceará con más fuerza, sacará energías de donde nunca creyó que existieran y remará y remará, aunque la luz, siempre en la lejanía, desaparezca al salir el sol. No importa, al llegar la noche la volverá a ver, y seguirá remando; porque mientras la luz esté ahí, él tendrá esperanzas, seguirá viviendo sólo por ver ese faro; seguirá alimentándose de esperanzas y no será en vano, pues cada día que pase es un día que habrá ganado a la derrota, es un día en que habrá sonreído, aunque sólo sea para sí mismo, aunque nadie le haya visto sonreír ante el espejo cuando, mirando su rostro, le diga al amo del tiempo: “Te he ganado otro día, y mañana ya veremos”

Francisco Murcia.

lunes, 1 de octubre de 2018

Dónde, dime, dónde

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Dónde, dime, dónde.
2/10/2018

Dónde está tu voz que no llega a mis oídos,
dónde tus ecos,
que se han perdido en el tiempo,
dónde tu mirada,
que no percibo su brillo,
que no puedo escribir en ella los guiones de mis sueños,

Dónde está ese perfume
que me ha robado la brisa,
dónde el mapa de tu piel
que yo dibujé con mimo
entre arrullos de paloma y montones de caricias.

Dónde, dime,
dónde escondiste las rimas con las que vibramos juntos,
dónde has perdido ese arpa
que contenía las notas
con los ecos del cariño que ambos nos prodigamos.

Dónde, dime,
donde quedó aquel silencio
con que ambos nos amamos.
dónde están aquellos pétalos donde escribimos el sí,
olvidando el no en los vientos
mientras la luna pasaba casi, casi a nuestro lado.

Dónde, dime,
dónde has perdido la horas
que yo guardo en mi sagrario con dos pétalos firmados,
un suspiro y un requiebro,
y el recuerdo de unos besos
que ahora queman en mis labios.

Francisco Murcia.



Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...