domingo, 3 de noviembre de 2019

Robando palabras


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Robando palabras.
2 – 11 - 2019

Sentado ante la televisión, aburrido, estaba zapeando de un canal a otro y de pronto, me encuentro con una película: “El ladrón de palabras”. No sé bien de qué iba, algo sobre un soldado que, como cosa insólita en el medio en el que se encontraba, devoraba los libros sin importarle el tema o materia que desarrollaran. En fin, yo estaba aburrido y pasaba de una canal a otro: conflictos familiares, de pareja, fantasías imposibles, etc., etc. Entonces me dio por preguntarme: ¿Alguien puede robar las palabras? Y comencé a pensar que quien acumulara una gran cantidad de palabras verdaderamente tendría un tesoro; tendría la posibilidad de nombrar todas las emociones, de calificar todos los sentimientos, de inventar verbos capaces de expresar cualquier acción imaginable. Verdaderamente sería rico, porque ninguna cualidad del ser humano, ninguna vivencia posible o imposible, ningún ser o cosa creada caería fuera del ámbito de las palabras.

En algún libro de esos que quedan en el olvido cubriéndose de polvo, prendidos a una memoria que ya va disolviéndose en el pasado por una sola frase o un título, leí que las cosas no existen hasta que no son nombradas, primero es el nombre, y sólo cuando existe el nombre puede comenzar la existencia de lo nombrado. Recordad lo que dice La Biblia, el libro más leído y más cuestionado de todos cuantos se hayan escrito: “En un principio fue el Verbo” y “El Verbo se hizo carne”. Es la palabra la esencia y nada puede existir que no pueda ser nombrado. “Hágase la luz, y la luz se hizo”, primero fue la palabra, después fue la luz.

Sí, robaría palabras, es decir, las estoy robando constantemente. Entro en mi particular biblioteca PDF, busco a esos amigos míos que lo hubieran sido si me hubieran aceptado como tal cuando existieron, cabalgo sobre sus letras, me introduzco como ladrón en sus poemas, merodeo por los paisajes de sus cuentos y leyendas, y de vez en cuando, les robo alguna palabra. Algo brilla entonces dentro de mí, abro una página en blanco y dejó que el  leve arroyuelo de mi verbo que comienza a fluir, se extienda por ella y se extasíe cantando el vuelo de las mariposas, el zig-zag caprichoso de una liviana libélula o el retumbar bronco y duro de un cañón ante las hordas del mal. Todo es posible en el jardín de las palabras y no me extraña que aquel soldado, sordo al trueno del misil, prefiera un rincón apartado, una esquinita olvidada  o un penumbroso recoveco entre las rocas para acumular palabras. A veces tengo la impresión de que las almas de aquellos que las usaron, las inventaron, las escribieron y generosamente las regalaron, siguen ahí, vigilantes, para conocer el uso que de ellas se hace. Tal vez por eso pesan las palabras cuando han sido pronunciadas, porque algo dentro de nosotros nos dice: -¡cuidado!, has dicho tal cosa y eres rehén de lo que has dicho, si juras en vano, el peso de la palabra te aplastará.

Conviene pues que sepamos que cuanto decimos y hablamos queda grabado en los ecos del tiempo y de alguna forma, en algún momento, una voz nos recordará todo aquello que dijimos.

Francisco Murcia.


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  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...