martes, 27 de agosto de 2019

Nací para morir

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Nací para morir.
27 – 08 - 2019

Nací para morir, lo tengo claro; lo que no tengo tan claro es por qué no he muerto ya, desde el mismo momento en que los hados,- esos entes donde colgamos la mochila de nuestras excusas y que no sé quiénes son ni cuál puede ser su oficio-, dispusieron que naciera, que yo fuera algo; pero  se olvidaron de dotarme de esa sombra, penumbra de lo eterno, bajo la cual somos alguien. Así que me quedé tal como vine al mundo, desnudo y siendo algo sin llegar a ser un alguien. Y hay aquí una gran diferencia, pues algo no requiere de un alma para ser; cosa de la que no puede prescindir quien está llamado a ser alguien: el alma, ese resto de penumbra de lo eterno bajo la cual se esconde el insondable secreto del ser, por muy insoportable que llegue a ser su levedad, tan indefinidamente impreciso, como nítidamente humano. Recuerdo a Borges, -cierto que lo cito muchas veces y aún creo que no son suficientes, debido a la profundidad de su sabiduría y su genio- un humano cualquiera, un don nadie, ese alguien que ha aprendido a agradecer los modestos regalos de los días: el sol, la brisa y una sonrisa perdida que cazó así, de paso, sin saber de quien venía. Pues al fin, no nos hagamos ilusiones, ninguna sonrisa es nuestra y las que cazamos, son más sombras de deseos que de verdades ocultas.

Así que tengo claro que nací para morir, pero nadie me aclaró que morir cuesta trabajo, nadie me aclaró que siendo la muerte el descanso, prefiramos los días, uno a uno, mes a mes y año a año, plagados de sufrimientos, de sinsabores amargos que se suceden con la misma inevitabilidad con que tienen lugar las noches, las corrientes de los ríos o las mareas del mar. Nadie me quiso decir que el vivir era un morir a plazos, lentamente, contando la sucesión de amaneceres y ocasos, torciendo a veces la boca en una sonrisa cierta y otras, en una mueca espantosa de dolor y sufrimiento. Me gustaría gritarle a ese mundo ¡BASTA!, ya he cumplido, dejadme marchar tranquilo, pues nadie me ha dicho aún por qué esta incierta penumbra que arrancaron de lo eterno hubo de nacer así, como algo indefinido que apenas puede ser alguien, en permanente agonía; buscando un hueco en su tiempo donde guardar la sonrisa que cazó al cruzar la calle de un rostro anónimo, uno cualquiera de tantos, uno más de ese mar plagado de indefinidos pronombres cuyos nombres se pierden en el asfalto, cada cual a su rutina, cada alguien al albur de algún azar que le haga sonreír.

Borges lo tenía muy claro, y nos dibujó a ese alguien sin nombre, ese cualquiera que cualquiera puede ser, que se conforma con los modestas limosnas de los días: una paloma en la acera, un banco bajo una sombra, el rumor de la brisa cuando charla con las ramas o las amables disputas cuando se alteran las fichas y perdemos la partida. Un cualquiera que juega con las nubes, haciendo del cielo un lienzo donde pintar el cabello, esos ojos y esa boca que ha guardado en la memoria. Un cualquiera que dialoga con el tiempo, serenamente, sabe que debe cumplir los plazos y agradece ese momento bajo la sombra del árbol. Piensa que los plazos que le ha exigido la muerte, esa amable compañera, no han sido muy severos, y la da las gracias, mientras mira las palomas que revolotean alegres picoteando a su lado. Al final soy uno más en ese mar de cualquieras que nacimos para morir; pero es una muerte a plazos y mientras llega el final, por qué no, aún podemos sonreír.

Ecos de dulces arrullos me ocultaron la verdad. Me pregunto si habrá en el mundo un momento de mayor felicidad que la que siente el bebé mientras succiona el pezón y su carita descansa en el pecho de mamá. Oh, maravilla de un momento. Aún gozamos de la luz de la infinita inocencia. Comenzaremos a morir un poco más tarde, cuando la luz de los días se abra a nuestros ojos y la sombra de la vida comience a tejer su manto, un collage antojadizo de risas y de desdichas que se irán sumando con los días, la tela de Penélope que teje y desteje engañándose a sí misma. Pero espera, contra toda esperanza, espera, sin darse cuenta que muere un poco más cada día. Tejemos y tejemos, día y noche, noche y día, y al final, sin darnos cuenta, se ha terminado el hilo, hemos llegado al final, ya no existe más camino. ¿Qué importa lo que yo fui? Lo que importa es que al final he encontrado ese tiempo que quiero para morir.


Francisco Murcia.

jueves, 22 de agosto de 2019

Besos escondidos

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Sonetos para un adiós

Los besos escondidos.
Soneto libre XXVIII
21 – 12 - 2018

Besa mi memoria los besos escondidos,
aquellos que en la umbría de aquel parque,
te robe bajo la sombra del árbol más grande,
sentados en ese banco que limpié con mi pañuelo.
Y yo guardé el tesoro de tus besos en ese lugar
donde guardo los suspiros de mis sueños y quedaron
como quedan las almas inocentes en el limbo,
sin saber si fueron algo o solamente existieron
en la nube vaporosa de etéreas frustraciones,
dibujando la tristeza en ese azul infinito donde duermen los luceros.
Besa la memoria aquellos besos porque no quiero olvidarlos
y en el hueco de la almohada deposito cada noche
los besos que te robé, sentados en aquel banco,
los besos que yo guardé mientras te ibas alejando.


Francisco Murcia.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Tus reflejos en mi tiempo

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Tus reflejos en mi tiempo.
14 – 08 - 2019

Es curioso como nos puede embelesar el fugaz resplandor de una libélula que cruza rauda, en relampagueante zig-zag, las tranquilas aguas de una charca que ya no tiene corriente, que simplemente está ahí como resto de algo que fue y que ahí quedó, esperando que el tiempo beba la última de sus gotas. Nada perturba la suave serenidad del espejo de esas aguas que, tranquilas, se ofrecen en sacrificio al sol del día a día, ajenas a las tormentas. Tan sólo esperan en silencio, y su vida sólo es el reflejo de ese cielo donde juega con las nubes.

Y de pronto, un resplandor juguetón zigzaguea entre espadañas; se detiene, hiende suave su pico en el espejo del agua, y unos esbozos de ondas difuminan su figura y escriben entre la brisa los ecos de una pregunta ¿Me puedo quedar contigo?, pues me gusta lo que he visto al contemplar mi reflejo, el murmullo de los juncos arrulla mi soledad, y me gusta lo que veo cuando me miro en tus aguas.

Pasadas  son estas aguas,- le digo-, y quiero que lo comprendas, que ya no son las del río aquel que nació entre las peñas que sostenían las nubes, aquellas que descendía en cantarinas cascadas saltando de roca en roca, y hasta las rocas bebían el cristal de sus delicias. No, ya no son aquellas aguas las que tú ves en la charca, aquí  solamente hay días enterrados en el fago, ahí, en el fondo, donde no llega la luz y no se ven tus encantos. Sigue errática tu rumbo entre espadañas  y juncos, déjame seguir soñando mientras juego con las nubes y construyo yo mi mundo entre las pompas del charco. Son fugaces, son y no son a la vez, más veloces que tu vuelo, y su luz revolotea en tonos de mil colores disociando los segundos en infinitos momentos, tan inciertos, que apenas dejan de ser cuando ni siquiera son, pues yo dibujo mi mundo en las pompas de jabón. ¿Sabes por qué? Porque son como tu vuelo cuando se posó en mi charca, porque están hechas de viento y son los vientos aquellos quienes ordenan y mandan el ritmo de su existencia. Yo, querida libélula, tan sólo estaba esperando a que pasara ese tiempo, donde sólo los ocasos visten de gala los cielos y el cortejo de las nubes me anuncian la luz de un sueño. Yo, querida libélula, no te esperaba a ti, tan solo estaba jugando con el reloj de mi tiempo y mi tiempo me engañó cuando yo vi tus reflejos en las aguas de mi charco.

Francisco Murcia

domingo, 11 de agosto de 2019

Hay golpes

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Hay golpes.
16 – 12 - 2017

Hay golpes tan fuertes en la vida
que uno debe elegir si ser caña o ser encina,
si doblegarte a los vientos violentos o resistir,
como resiste la roca, inmóvil,
la ola gigante que la golpea con saña, 
diluyéndose en su furia en millones de partículas
que caen sobre el campo de los sentimientos
agostándolo todo,
dejando a su paso un erial,
una extensión de guijarros fríos, duros,
indiferentes a los pasos peregrinos de sentimientos perdidos.

Hay golpes tan fuertes en la vida,
que hasta la luz del día se apaga,
que hasta el sol se esconde para ocultar el dolor,
que solo la luna amorosa de la noche te ofrece
su luz de sudario blanco de plata
para que envuelvas tus penas, 
y abras las puertas del alma y le digas:
oh luna, tú que vives en la noche,
acógeme en el frío de tus alas,
y llévame más allá del horizonte,
donde el día no me encuentre,
donde el sol no pueda secar mis lágrimas,
donde pueda esperar a la vera del camino
hasta agotarse mi tiempo,
pues ya no puedo ni quiero,
ni tengo fuerzas, para seguir caminando.
Llévame, luna, contigo donde se oculta la noche,
y quedarme acurrucado, en silencio,
ahogando los gemidos mientras lamo mis heridas.
No quiero que venga el día y me golpee de nuevo.
Llévame luna contigo a visitar cementerios,
por ver si encuentro una tumba donde descansar mi cuerpo.

Pero hay noches donde brillan las estrellas,
luciérnagas bellas que adornan el firmamento.
Y la luna se oculta para no apagar su brillo,
nos libera del sudario de su luz blanca de plata y nos dice:
-mira el cielo, contempla la inmensidad de la obra celestial,
respira hondo y camina, pues tus días
no se acaban por duro que sea el golpe,
como no se acaba el cielo porque se apegue una estrella,
cuando se apaga una de ellas, otra nos deja su brillo.

No le tengas miedo al sol en la aurora que despunta,
acaba ya con tus penas,
pues un lucero se acerca para alumbrar tu camino-.

Y renace la esperanza al clarear la alborada,
la silueta de un ángel se dibuja en lontananza
y una suave sonrisa recibe los rayos del sol,
Todo a mi alrededor estalla en lluvia de estrellas,
el rocío de la noche recompone el universo al primer rayo de sol.
El ángel llega a mi lado y me susurra al oído:
-No era para tanto, amor, pues yo estoy aquí contigo,
juntemos nuestros caminos y vayamos con el sol
a descubrir nuevos mundos donde reine la ilusión.
Hay golpes tan duros en la vida
que necesitan de un ángel para aliviar el dolor.

Francisco Murcia.


jueves, 8 de agosto de 2019

Hoy me sigo preguntando

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Hoy me sigo preguntando.
9 – 07 - 2019

¿Qué fue lo que hizo que yo escuchara tu voz?
¿Qué duende secuestró mis ojos
que quedaron prendidos en tu mirada?
¿Qué brisa endulzó tus aromas
que yo bebí y degusté en sabores de ambrosía?

Sólo ha pasado un momento
y me parece ya un siglo,
cuando a la sombra del árbol,
sentados en aquel banco,
nos dimos el primer beso.

Éramos como niños escapados de la escuela,
ocultos en aquel parque bajo la sombra del árbol,
mirándonos extasiados,
viéndonos reflejados uno en los ojos del otro.

Siempre es la primera vez
cuando los ojos son otros,
siempre es la primera vez
cuando son otros los labios,
siempre es la primera vez cuando ya, agotado el llanto,
las antiguas emociones son arena,
dunas en un desierto donde ya no hay horizontes.

Y me sigo preguntando:
¿Por qué yo escuché tu voz?
¿Por qué yo me vi en tus ojos
cuando el mundo se apagó?
No lo sé, no lo sabré nunca.

Tal vez fuera la dulzura que ya daba por perdida,
tal vez un tono voz
o esos cómplices silencios,
donde escribía el mensaje de mis íntimos deseos.

No lo sé.
Sólo sé que a la sombra de aquel árbol
recuperé yo mi mundo,
recuperé los deseos de ser lluvia,
de ser viento,
para recorrer tu cuerpo y penetrar hasta el alma
confundido con tu aliento,
aunque ya no fuera el mismo,
aunque ya no fuera aquel otro que perdí,
entre lágrimas de arena en un desierto olvidado.

Todo ocurrió en el banco, bajo la sombra del árbol.
Todo lo llevó el viento como hojarasca de otoño.
Hoy me sigo preguntando
por qué sigo viendo tus ojos,
por qué sigo suspirando.


Francisco Murcia.

lunes, 5 de agosto de 2019

El último adiós.

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Sonetos para un adiós

El último adiós.
Soneto libre XXVII
21 – 12 - 2018

Se esfuma la oscuridad de la noche
entre penumbras del alba, y mientras,
mi espíritu emerge de los escombros del sueño
donde vagué, llevando de mi mano
una nube con la forma de tu cuerpo,
dejando mi cuerpo olvidado entre sábanas desiertas.
Y volé por los espacios siderales
de un universo vacío, que creí
repleto de jardines y paisajes, y pensé
que la mano que llevaba de mi mano,
había escrito un “tequiero” y forjado un eslabón
que unía dos corazones donde anidaba el amor.
Con el primer resplandor, el sueño se evaporó
y con un rayo de sol, escribí el último adiós.


Francisco Murcia.


Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...