miércoles, 29 de noviembre de 2017

Podría decirte


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Podría decirte.
27 – 11 - 2017

Podría decirte…
que tengo celos del aire que respiras,
que tengo celos de la luz que te ilumina,
del vestido que cubre tu piel de nácar,
y de la brisa juguetona que se enreda en tu cabello.

Podría decirte, qué se yo, que tengo envidia
de los duendes que cabalgan por tus sueños,
de las flores primorosas que recoges con tus manos,
del polvo de los caminos donde se quedan tus huellas.

Tengo envidia de las fuentes que reflejan tus encantos,
y de las rosas del huerto y de la flores del campo,
tengo envidia, vida mía,  de las luces del ocaso,
perfilando tu figura cuando la noche se acerca.

Tengo envidia de la aurora que se baña en tu sonrisa,
y de esas sábanas blancas que te acompañan los sueños.
Por tener, yo tengo envidia hasta del mismo universo,
y me pregunto qué sino nos creó tan a destiempo.

Podría decirte, amor, tantas y tantas cosas,
y para qué te las digo si tú las conoces todas:
Ya sabes de lunas llenas en noches de luz de plata,
y de hadas duras de hielo congelando pesadillas,
Tú ya sabes de relojes de tic-tac acompasado,
cada minuto una hora y cada hora dos siglos;
tú ya sabes, vida mía; ya sabes lo que te digo.

Podría decir que te amo, pero también sabes eso.
¡Ah, pero eso no me lo callo!, te lo susurro al oído,
tengo miedo que los vientos me arrebaten tu cariño.
Podría callar que te amo,  pero eso no va conmigo.

Francisco Murcia.



lunes, 27 de noviembre de 2017

No me llores en la ausencia

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No me llores en la ausencia.
25 – 11 - 2017

Llórame cuando yo esté
para beberme tus lágrimas.
No me llores en la ausencia.
En la ausencia quiéreme,
ámame,
como el calor ama al fuego,
como la nieve al invierno,
como el verde lujurioso envuelve a la primavera,
Pero no llores mi pena cuando estoy lejos de ti.

Cuando estoy lejos, amor,
el dolor por tus ausencias me quema,
como el sol quema la fruta que nace en la primavera.
Cuando estoy lejos, amor, no llores.
porque el calor de ese fuego se tragaría tus lágrimas,
negándomelas a mi, para apagar mis temores.

No llores cuando estoy lejos,
llórame frente a tus ojos,
llórame cuando tus labios acaricio con mis dedos,
llórame cuando respiro tus perfumes y tu aliento,
llórame cuando te miro
y cuando aspiro cada poro de tu cuerpo.
Pero no me llores lejos,
porque lejos, amor mío,
no puedo llorar contigo.



Francisco Murcia.

martes, 21 de noviembre de 2017

Cuerpo de mujer.


Danza, Puesta Del Sol, Abendstimmung


Cuerpo de mujer.
21 – 11 - 2017

Alma de mujer,
cuerpo del pecado,
para forjar mi sueño te forjé, 
como el hierro en la fragua de Vulcano,
te di fuego y te di amor,
y tu te volviste cera entre mis dedos,
y ambrosía en el cuenco de mis manos.

Te forjé, como se forjan los sueños,
entre dolores de parto y dichas de nacimientos;
te forjé como se forjan las almas en purgatorios sedientos,
te forjé entre sentimientos perdidos,
abandonados en estériles desiertos.

Y te guardé entre mis sueños,
guardé tu alma inmortal y guardé tu cuerpo
negándoselo al pecado.
Oh, mujer, alma de mi alma,
¿Por qué tu cuerpo me llama y me aprisiona,
y me encadena a las mieles de tu piel? 

Yo, mujer, te forjé como se forjan los sueños,
caprichosos, libres, inciertos y grandes,
más grandes que el universo.
Pero ¡ay mujer!
Queriendo forjar tu alma caí preso en las redes de tu cuerpo.

Y me vi en las fraguas de Vulcano
y tu forjabas tu sueño.
Era yo la cera entre tus dedos,
y era la ambrosía en el cuenco de tus manos, 
Y yo me dejaba hacer.
Con el fuego de tu amor,
me convertiste en la miel que tu deberías ser,   

Yo quise forjar tu alma, y ya lo ves,
al final no pudo ser,
pues tu forjaste la mía con tu cuerpo de mujer.


Francisco Murcia.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Econntré mi sueño

A veces, cuando ya el odre de la esperanza está casi seco, al última gota contiene la estrella perdida.

Encontré mi sueño.
17 – 11 - 2017


Entre las hojas temblorosas de mi otoño,
un sueño que yo creía perdido,
se despereza, se estira y cobra forma,
y en un gesto entre bostezo y suspiro,
aparta las hojas secas y asoma
su cabeza ya cana y olvidada.

¿Dónde he estado hasta ahora? Se pregunta.
¿Que hada me robó mi primavera?
¿Dónde he pasado el verano escondido
que he perdido las horas de mi tiempo,
que he olvidado los goces de mis años?

¿Quién eres tú, hada hermosa o hechicera?
¿Dónde estabas escondida hace tiempo,
en esas primaveras que pasé
añorando los susurros de un te quiero?
¿Por qué me olvidaste entre las hojas,
escondido, dejando pasar el tiempo?

¡Oh, cuánto te he echado de menos!
¡Cuánto olvido entre las hojas muertas!
¡Cuánto deseo muerto entre las hojas!
¡Cuánto amor enterrado entre las frondas!
¡Y cuanto dolor y cuánta pena!

Asoma entre las hojas mi cabeza,
ya cana, de cara arrugada y fea,
y despierta a las brisas del otoño.
Por fin, encontró el sueño perdido,
apartando las frondas de hojas secas.
Mi hada aventó las hojas muertas,
acunó mis canas con dulzura
y me enseño que el otoño también
puede ser una hermosa primavera.


Francisco Murcia.





viernes, 17 de noviembre de 2017

¿Qué son las vidas?

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Jorge Manrique decía que las vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. En ese sentido, la vida es un tránsito. Hacerlo en soledad es triste y además no tiene sentido.

¿Qué son las vidas?

 Las vidas son…
¿Qué son las vidas? me pregunto,
cuando se viven sin unos ojos que reflejen tus pupilas,
sin una palabra que rompa los silencios,
sin una brisa que traiga los efluvios de otras vidas,
sin unos oídos que escuchen el vibrato acelerado
de esa sinfonía universal que modula los vientos
en altas cimas nevadas de colosales montañas,
sin la caricia de la brisa a la orilla de una playa,
sin la terrible galerna que agita la marejada,
ni el rumor de la enramada en la alameda,
que conversa con el río al paso quedo del agua.

Las vidas son…
¿Qué son las vidas?
Al final solo es deambular,
de arriba abajo, de abajo arriba sin dar sentido a tus pasos,
y perder tantas miradas de gentes indiferentes
que derrochan sus minutos en soliloquios callados,
en apagados ecos de fuego que nos consumen por dentro,
por no salir del ahogo de ese oscuro y sucio cieno,
por no decir:
-Oiga amigo, ¿le importa que acompañe su paseo?
–Qué peinado tan hermoso y que hermoso plateado,
que bonita luce Vd. paseando por la rambla-

-Está loco-, se dirían,
sin embargo lo que busco es dar sentido a la vida,
escuchar los ecos de otras vidas y otros cuerpos,
sentir el rumor suave de la brisa entre las ramas
y, si acaso, descubrir
esa mirada perdida que busca sin darse cuenta
la rama donde agarrarse,
con la que seguir flotando en el río de la vida,
el detalle cotidiano, anodino,
que nos mantiene flotando en la corriente hacia el mar,
que es el morir,
perdiendo a nuestras espaldas las huellas que ya no vemos.

Las vidas son…
¿Qué son las vidas? me pregunto,
Mientras, sentado en un banco,
contemplo a los paseantes con toda su vida a cuestas,
con sus vacías miradas, sin esperar a escuchar
los ecos de tanta gente que van y vienen con prisa.
Me pregunto dónde irán,
y me imagino los ecos de cuitas y de agonías
y recuerdo que mis prisas fueron muchas y a destiempo,
que tal vez sin darme cuenta derroché tantos minutos,
que estoy al final del río donde se acaba la vida
sin llegar a comprender los motivos del destino
que me hizo nacer primero
para morirme después.

¿Qué son las vidas?
Solo tengo una respuesta:
-Sí, al final son solo eso,
un paréntesis del tiempo en su eterno devenir.



Francisco Murcia

lunes, 13 de noviembre de 2017

El tiempo perderá la batalla si eres capaz de amar hasta el final.

A pesar de todo te he vencido.

El otoño llegó sin darnos cuenta,
y sus vientos barrieron las hojas que
asesinadas por la indiferencia,
yacían muertas a nuestros pies,
alfombrando los estériles caminos
de nuestros perdidos pasos a la nada.

Así llegó el invierno y el silencio,
entró el gélido frío en nuestras vidas
perdidas en horizontes inciertos,
oteando desde lomas solitarias,
escondidas en memorias olvidadas,
escrutando los segundos que pasaron,
las horas, los días y los años
de aquella primavera memorable.

Llegaron los furores del verano,
agostaron la frondosa primavera,
y entera nuestra vida se apagó,
arrasada por fuegos inventados,
devastada por ausencia de esas gotas
que negaron el rocío del amor.
Y amanecen secas las mañanas,
la fuente de los gestos se secó,
el roció de esas tiernas miradas
se ha perdido en nuestros ojos secos,
que buscan anhelantes un detalle,
un destello, una chispita escondida
donde prender esa llama que un día,
trémula, alumbraba nuestras noches
y animaba al amor en la alborada.

El otoño se impuso con sus vientos,
y alfombró de hojas muertas nuestro suelo.
Polvo en los caminos solitarios,
donde ya no dejan huellas nuestros pasos.
A lo lejos se disuelven horizontes
entre brumas perdidas de unos años
donde creo que hubo primavera,
pero ya queda tan lejos en el tiempo,
que el polvo va cubriendo los recuerdos
y borrando las huellas de un pasado
del que tengo más dudas que certezas,
pues surgen en mi memoria las nubes
que anuncian el ocaso de mi vida.


Confusamente sé que hay algo cierto,
algo de mis recuerdos si que fue,
no es locura ni es invento de viejo
exhausto del camino recorrido,
es la firma indeleble de la vida
trasmitida a través de nuestros hijos,
es la firma en las arrugas de mi piel,
canales esculpidos en mi rostro
por un Cronos cruel e inalterable,
aceñas que me dicen que estoy vivo,
que guardan en sus grietas aún la esencia
de unas fuentes que ha tiempo se secaron.

Hoy contemplo las hojas de mi otoño,
y palpo las arrugas de mi rostro,
que inician un amago de sonrisa.
Está escrito en mi cara que he vivido,
aunque el mar de los olvidos ahogue
las eternas primaveras memorables,
los fuegos de veranos angustiosos,
los ocasos terrosos del otoño
y los gélidos fríos del invierno.

A pesar de todo, ya ves, Cronos,
a pesar de todo te he vencido.

Francisco Murcia.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Qué más te puedo ofrecer?

   
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Los sueños no son reales, aunque le ofrezcas tu vida.

¿Qué más te puedo ofrecer?
7 – 11 - 2017

¿Qué te puedo ofrecer yo, sueño que alumbras mi vida,
si por uno de esos azares imprevistos decides tomar forma
y plantarte ante mi en medio de cualquier calle?

¿Qué te puedo ofrecer yo si a la sombra de la acacia en un tórrido verano,
la extraña casualidad de impensables arrabales de pensamientos errados
deciden darte un aliento para no ser solo un sueño,
un anhelo en el desierto,
un deseo ignorado en perdidas esperanzas?  

¿Qué te puedo ofrecer yo que valga más que mi vida,
para que bajes del cielo cuando la alborada apunta,
y abandones los espacios plateados de la luna,
desciendas de esas penumbras semilleros de ilusiones
que, como sombras nocturnas,
mueren cuando la luna se esconde,
cuando apunta la alborada en los claros de la aurora?

¿Qué puedo ofrecerte yo para que seas real y camines a mi lado?
Me lo pregunto a mi mismo cada día,
y cada noche que en sueños visito tus aposentos.
Me lo sigo preguntando mientras paseo la Rambla
bajo las frondas espesas de gigantes enramados.
Tal vez more en mi aquella vana esperanza de un acaso
donde contemplar tus ojos y perderme en tu sonrisa,
donde perseguir tu sombra a la clara luz del día.

¿Qué te puedo ofrecer yo para que dejes la noche
y camines junto a mi persiguiendo nuestra sombra
bajo el dosel de la Rambla?

¿Qué quieres de mi, extraña y bella quimera si ya te he ofrecido mi vida,
si no tengo más que ofrecerte, si hasta el alma te he ofrecido
en blasfemos rituales en noches de luna llena?
Si he perdido hasta el alma, dime qué más puedo darte
para que dejes la noche, para que yo pueda verte,
para perseguir tu sombra paseando por la Rambla.





Francisco Murcia

lunes, 6 de noviembre de 2017

La quimera del amor


Gótico, Fantasía, Oscuro, Mujer, Mujeres, Joven

La quimera del amor.

 Me hastía toda esa hipérbole de amores infinitos,
de lunas claras de plata en las noches solitarias,
de delicias escondidas entre cuerpos deseados,
recóndita anatomía donde se encierran los cielos
de glorias y de desdichas que florecen en los sueños.
Ropajes siempre de gala para ocultar frustraciones,
para esconder la verdad de las lágrimas vertidas.

Abramos ya la ventana al llegar la madrugada,
miremos de frente al sol y vivamos otro día.
No lo hagamos como zombis deambulando sin tino,
con las miradas perdidas y los cuerpos patizambos,
devorando sentimientos que por dentro están muriendo,
y por fuera no se ven, pero nos están matando.

Los amores tienen eso: volátiles como el viento,
nada tienen de infinito, más bien es corto su tiempo.
Tan solo aquel que guardamos como el amor ideal
se mantiene siempre igual porque vive en nuestros sueños:
siempre joven, siempre bello, rabiosamente inmortal.
Lástima que solo exista como una eterna quimera,
y que solo lo sintamos en las sombras de la noche,
cuando todo está en silencio y hasta la muerte se calla.

Al llegar la madrugada, revive la fétida muerte,
y con las luces del alba nos arrebata la vida,
nos arrebata los sueños, decapita la ilusión
que nos hace respirar y poder mirar al sol,
sabiendo que nuestro amor se oculta en la oscuridad,
en los antros penumbrosos de tristezas escondidas.

Hay que ver cuánto te quiero, aunque solo sea en sueños,
hay que ver cuánto te amo aunque no tenga tu cuerpo,
cómo me pierdo en tus ojos aunque no sean reales,
cómo respiro tu aliento imaginándome el aire
que respiro entre lamentos mientras el sueño me invade.
¿Por qué si no existes te amo, si no es más que una quimera?

La luna se está mudando y hoy la noche viene oscura,
hoy mi amor resurgirá de las espesas penumbras,
y sumido en las tinieblas con voz dulce y melodiosa,
en un susurro amoroso de poéticas cadencias,
le confesaré a mi almohada mi dolor y mis tristezas,
y lo haré pensando en ella, como si fuese real,
como si ella existiera, pues ella vive en mis sueños.



Francisco Murcia.  

viernes, 3 de noviembre de 2017

El tiempo no dura nada


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El tiempo es una ilusión en la que navegamos sin darnos cuenta de que no es más que una sucesión de momentos.

El tiempo no dura nada.


El tiempo no es infinito,
ni siquiera son infinitas las arenas de la playa,
aquella donde contemplé tu cuerpo desnudo por primera vez,
donde sentí en mis entrañas la promesa de la gloria,
donde dejé de ver las olas,
prendidos mis ojos en tu espalda,
mientras tú simulabas un ballet
ondulando sugerente tus caderas.

Entonces me imaginé un tiempo eterno,
y momentos infinitos como granos en la playa.
Tú firmaste en el agua que eras mía,
y el agua llevó tu firma entre las olas perdida,
y en la arena yo escribí lo que mi alma sentía:
tú eres mía para siempre
y yo para siempre soy tuyo.

Me olvidé que el documento que firmabas en las aguas,
las aguas se lo llevaron.
Tus ojos miraban lo que yo firmé en la arena,
y los míos se quedaron prendidos en tus caderas
mientra la brisa soplaba y mi firma disolvía
y el viento se la llevaba.

El tiempo no es infinito,
el tiempo no dura nada.



Francisco Murcia.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Ahora ya es tarde

Ahora ya es tarde.

 Y volvió a suceder. Surgida de no se sabe dónde, brotó incontenible una rabia absurda por lo desordenada, por lo desbordante, por lo inaudita, por la irracional carencia de motivos. Pero ahí estaba, violenta como un huracán, dañina como el veneno acumulado en redoma escondida en el rincón umbroso del laboratorio del odio, incisiva como el filo de un cuchillo bien afilado, destructora, como helada tardía congelando el corazón de la flor. Yo escuchaba, me rebelaba, me defendía de esa tormenta de palabras vomitadas a borbotones. Entonces comprendí que el fuego del infierno seguía bullendo en sus entrañas y, en medio de mi furor, sentí pena, y recordé las palabras de Jesús remontando el estruendo metálico de los mazos al golpear los clavos: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”; y yo pensé, por encima de la tensión que me dominaba: debo perdonarla porque no es muy consciente de lo que dice.

Después, la tormenta pasó, las bocas dejaron de vomitar palabras que nunca se debieron pronunciar, los músculos se relajaron y el fuego se recluyó a las fraguas del resentimiento, y allí se quedó, no sosegado, sino expectante, lamiendo con su llama queda las grietas abiertas en el muro, ya muy castigado, de una entereza que iba debilitándose más y más con cada tormenta. El paisaje de las emociones había sufrido un cambio tan brutal, que tardaría mucho tiempo en recuperarse, en todo caso, si lo lograba, nunca sería el de antes, nunca volverían a florecer en él las mismas rosas, nunca volarían a él las mismas mariposas. Serían otras flores, otras rosas, otras mariposas de colores menos brillantes, más opacos y apagados, ya no volverían a ser los mismos colores, ni el arco iris del nuevo paisaje sería el mismo. Ya todo pasó, se dice en un intento de recuperar la cordura perdida; cierto, ya pasó todo, pero los arañazos que desagarraron la piel de los sentimientos siguen ahí, y al menor roce comienzan a supurar, dejando libre la ponzoña que se va acumulando en su interior.

¿Y todo por qué? De todos modos es una de esas preguntas para la que nunca se encuentra una respuesta. ¿Y qué más da, acaso importa? Qué mas da cual sea la aguja que pique el globo cuando este está hinchado hasta sus límites, hasta la uña del delicado dedo que quiere recogerlo con dulzura lo puede hacer explotar, asustando la tranquila inocencia de las buenas intenciones. Porque sin darnos cuenta, suspiro tras suspiro, brisa tras brisa, hemos ido acumulando más y más vientos que quedan encerrados. Y todo queda dispuesto, solo el azar determinará esa gota, ese soplo suave que ya no puede ser contenido y que desatará los devastadores huracanes que arrasarán con todo asomo de entendimiento; solo la sinrazón reinará como dueña y señora de ese desolado paisaje.

No nos engañemos, pasados esos vientos, el paisaje queda huérfano de sol, huérfano de calor;  es un erial frío y desolado en el que nada se puede sembrar que no esté destinado a parecer, sumergido en la escarcha permanente de la simulación tan conocida como consentida, tan fría como estéril, tan cruel como letal. Qué importa que el paisaje nos muestre hermosísimos encajes blancos, es solamente escarcha, la extraña belleza fría del sudario con el que enterramos los paisajes de otro tiempo, las bellas mariposas que lo poblaron, la delicada melodía de aquellos susurros amorosos, la intensidad de aquellas miradas, la dulzura de las sonrisas. Todo lo enterramos bajo un manto de escarcha porque no supimos evitar nuestro invierno, y cuando este se presentó, cada uno vimos en el otro el mensajero del frío, y quisimos protegernos uno del otro, sin darnos cuenta de que lo único que hacíamos era aumentar los gélidos rigores de los hielos.

Ahora ya es tarde, ya los paisajes son otros; pero ninguno será como aquel primero donde volaron las primeras mariposas bajo nuestro primer arco iris.


Francisco Murcia.

Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...