lunes, 7 de agosto de 2017

GRACIAS



GRACIAS


Como cada mañana al amanecer, desde hacía ya 14 años, Adolfo corría los visillos de la ventana y desde su cama podía contemplar la salida del sol que asomaba desde el otro lado del mar envuelto en una sinfonía de colores diferente cada día, pero siempre hermosa. Fue lo primero que vio cuando abrió los ojos en la UVI, su cama estaba orientada de modo que desde la ventana podía contemplar el amanecer en todo su esplendor. Aquello hizo que se agarrara a la vida. Dos meses más tarde, Adolfo fue dado de alta hospitalaria, pidió que le cambiaran la orientación de su cama en casa y siguió despertándose justo al amanecer.
-Adolfo, debes salir de casa, ver a tus amigos, recuperar tu vida.
-Estoy harto, me oyes, ¡harto! Llevo ya 14 años escuchando lo mismo y no aguanto más.
-Pero mira, hombre, que es por tu bien.
-Déjame en paz. Quiero estar tranquilo.

Regresaba del trabajo por la autopista, una invasión de su carril y cuando se despertó, se encontraba en la UVI con una fractura de fémur y un traumatismo craneoencefálico  grave que lo dejó con severas limitaciones de movimiento. Con tratamiento y trabajo había recuperado el noventa por ciento de sus capacidades, y se había reintegrado a su oficina de asesor laboral hasta su jubRegresaba del trabajo por la autopista, una invasión de su carril y cuando se despertó, se encontraba en la UVI con una fractura de fémur y un traumatismo craneoencefálico  grave que lo dejó con severas limitaciones de movimiento. Con tratamiento y trabajo había recuperado el noventa por ciento de sus capacidades, y se había reintegrado a su oficina de asesor laboral hasta su jubilación a los doce años del accidente.

Nina, su mujer, notaba como su carácter afable, comunicativo y hasta dicharachero en ocasiones, iba perdiendo esa animación que lo caracterizaba y se agriaba a pasos agigantados a medida que la inactividad lo mantenía en casa. Eso la preocupaba mucho, de modo que el tono afable de sus consejos fue trocando en otro mucho más hosco y expeditivo, que nacía de su impotencia y de la evidencia del deterioro galopante de Adolfo, el cual cada día se hundía un poco más en las arenas movedizas de la depresión.

-Yo no voy a estar aquí siempre para cuidarte.
Nina lo dijo sin otra intención que la de estimularlo a que diera su paseo diario, que dejó de serlo hacía un año para convertirse en ocasional y que, ya iba para casi dos meses, lo había suprimido por completo.

Adolfo no dio muestras de haber oído el comentario, siguió ante la pantalla del ordenador resolviendo su enésimo solitario mientras un rió de recuerdos se despeñaba por los abruptos paisajes de su melancolía. Apenas llega a sus oídos algo sobre que vigile el potaje porque ella debe acercarse al supermercado.

De forma automática, pincha el enlace con Google, y escribe: últimas noticias, abre el primer portal que se le ofrece y un titular resalta sobre cualquier otra cosa: «Un jubilado se arroja desde la azotea en la Avda. Marítima». Se levanta, va a la ventana, mira hacia abajo, nueve pisos, siente vértigo y se aparta instintivamente. Vuelve al ordenador y bajo el titular hay una foto de un cuerpo grotescamente deformado que yace aplastado en la acera junto a un árbol. Regresa nuevamente a la ventana, contempla el arbolito nueve pisos más abajo y lo encuentra inexplicablemente parecido al de la foto. Una extraña sensación de miedo comienza a embargarlo en el momento en que un leve rumor metálico en la puerta anuncia el regreso de su mujer. Adolfo se dirige a ella, la abraza sin decir una palabra, la aprieta contra su pecho, la besa con una ternura que ya casi no recordaba y le susurra al oído:Gracias

Cuando volvió al ordenador, buscó la noticia y la foto, pero no la encontró. Tampoco le importó demasiado. Era una espléndida tarde primaveral. Adolfo y Nina salieron a la calle y contemplaron la Gran Avenida. Junto al árbol no había ningún cadáver. Nina miró al cielo, pareció decir algo a alguien. Adolfo miró a Nina, presionó suavemente su mano al mismo tiempo que en su interior escribía en su corazón la palabra «GRACIAS» y pensó que el sol lo esperaba al amanecer.





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Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...