Atemos con fuerte brida al corazón desbocado, pues corre y corre sin
tino, sin motivo y ni razón, azuzado por los vientos de una extraña
desazón que lo conduce al abismo. Tengamos pues fuerte la brida del
corazón desbocado, pues las voces del silencio reclaman nuestra
atención.
El poder de la voz.
16 – 08 - 2017
Las arengas nacen del corazón
y al corazón van derechas,
el corazón ama u odia
y de razones no entiende.
La voz, es el fuego que incendia
el ramaje seco del odio
y devasta y quema todo a su paso.
Después solo hay cenizas,
solo muerte,
todo gris,
un campo gigante de criptas y de sudarios.
Más adelante,
la historia con páginas de lamentos,
las otras, las de la cordura,
fueron arrancadas
y devoradas por el fuego de las arengas:
palabras que nunca debieron ser pronunciadas,
tal vez ni siquiera
debieron ser inventadas.
Esos son los gritos del silencio,
los gritos de la cordura anegados
por olas tempestuosas de odios irracionales.
Banderas ondean al viento,
y las trompetas anuncian himnos de gloria y de muerte,
y el corazón late fuerte,
tan fuerte,
que las voces del silencio se disuelven en el aire
en un susurro inaudible,
en un suspiro impotente ante la enorme barbarie.
Canten himnos nacionales,
tremolen banderas al viento,
defendamos nuestro honor,
la cultura y nuestros fueros,
pues fuimos nosotros primero
antes de extrañas canciones,
de extranjeras ambiciones que vinieron a borrarnos
las páginas de la historia
donde se asienta indeleble
la huella siempre perenne
de nuestra magna memoria.
Y así arengan a su gente los líderes inconscientes,
sabiendo bien ellos que mienten,
que engañan,
manipulan y corrompen
todo cabal sentimiento de empatía y comprensión.
Y los generales callan,
pero están ojo avizor,
el silencio de su voz tiene algo tenebroso,
algo de sombra y sospecha,
pues el trueno de las armas puede apagar todo grito:
el que muere en el silencio
y el que reventó su voz.
Y las banderas tremolan anunciando tempestades,
el corazón late fuerte
y el cerebro,
el cerebro ya no sabe
como acallar esa voz que desata tempestades.
Francisco Murcia.
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