miércoles, 16 de agosto de 2017

el poder de la voz


Atemos con fuerte brida al corazón desbocado, pues corre y corre sin tino, sin motivo y ni razón, azuzado por los vientos de una extraña desazón que lo conduce al abismo. Tengamos pues fuerte la brida del corazón desbocado, pues las voces del silencio reclaman nuestra atención.

El poder de la voz.
16 – 08 - 2017

Las arengas nacen del corazón
y al corazón van derechas,
el corazón ama u odia
y de razones no entiende.

La voz, es el fuego que incendia
el ramaje seco del odio
y devasta y quema todo a su paso.

Después solo hay cenizas,
solo muerte,
todo gris,
un campo gigante de criptas y de sudarios.

Más adelante,
la historia con páginas de lamentos,
las otras, las de la cordura,
fueron arrancadas
y devoradas por el fuego de las arengas:
palabras que nunca debieron ser pronunciadas,
tal vez ni siquiera
debieron ser inventadas.

Esos son los gritos del silencio,
los gritos de la cordura anegados
por olas tempestuosas de odios irracionales.

Banderas ondean al viento,
y las trompetas anuncian himnos de gloria y de muerte,
y el corazón late fuerte,
tan fuerte,
que las voces del silencio se disuelven en el aire
en un susurro inaudible,
en un suspiro impotente ante la enorme barbarie.

Canten himnos nacionales,
tremolen banderas al viento,
defendamos nuestro honor,
la cultura y nuestros fueros,
pues fuimos nosotros primero
antes de extrañas canciones,
de extranjeras ambiciones que vinieron a borrarnos
las páginas de la historia
donde se asienta indeleble
la huella siempre perenne
de nuestra magna memoria.

Y así arengan a su gente los líderes inconscientes,
sabiendo bien ellos que mienten,
que engañan,
manipulan y corrompen
todo cabal sentimiento de empatía y comprensión.

Y los generales callan,
pero están ojo avizor,
el silencio de su voz tiene algo tenebroso,
algo de sombra y sospecha,
pues el trueno de las armas puede apagar todo grito:
el que muere en el silencio
y el que reventó su voz.

Y las banderas tremolan anunciando tempestades,
el corazón late fuerte
y el cerebro,
el cerebro ya no sabe
como acallar esa voz que desata tempestades.

Francisco Murcia.


jueves, 10 de agosto de 2017

Qué es el amor?

Una pregunta repetida a través de los milenios y para la que ni los filósofos ni los poetas han hallado una respuesta que satisfaga todo el cúmulo se sensaciones y emociones que despierta eso que llamamos amor. También yo me he hecho esa pregunta y, como podréis ver, tampoco he hallado una respuesta más allá de los constantes saltos entre el cielo y el infierno.

¿Qué es el amor?
2 – 04 - 2016

¿Qué es el amor? Me preguntas.
¿Qué es el amor? Me pregunto.
y nos miramos los dos
y los dos nos preguntamos
si lo que ambos sentimos
podría llamarse amor.

¿Qué es el amor?
Queda flotando en el aire, entre los dos,
un mar de dudas que nos ahoga,
y ambos,
sumergidos en nuestro yo más profundo,
buscamos con ahínco una respuesta.
Pero... ¡ay!..
¿Cuál de tantos sedimentos como la vida dejó
se parece a un sentimiento tan grandioso,
tal elevado y excelso
y a la vez tan primario y explosivo
que aflora impetuoso
cuando él y ella se miran
y ambos se ven reflejados
el uno en los ojos del otro?

¿Qué es el amor?
Es no vivir en sí mismo,
es no mirar con tus ojos,
es degustar esos vientos
esos olores y aromas, esos gestos
que en el ser amado se antojan
pequeñas pizcas de ángel,
briznas de cielo hechas carne
y piernas y ojos
y brazos para abrazarse.
Y de este modo fundidos gozar de un cielo
que solo el amor procura,
y gozar de un paraíso
donde no hay frutas prohibidas,
donde, entre ambos, todo está permitido.
Porque es el amor ese cielo,
pero también ese fuego,
un cielo que nos envuelve
en gozosas melodías,
pero también nos abrasa
en terribles agonías.

¿Qué es el amor? Me preguntas
y yo no sé que decirte.
Una lágrima furtiva resbala por mi mejilla,
pues explorando mi vida,
no hallo en ella ese campo,
no hallo en ella esa flor
que haya sido mecida por lo vientos del amor.

Y tú me dirás que miento
y puede que tengas razón,
que ya he bebido las mieles de la pasión femenina,
que ya entre sábanas finas
he devorado con furia esa fruta prohibida.
Y ahí están mis dos hijos
que son la razón de mi vida,
y ahí está la mujer en cuya pasión me ahogué.
Más… ¿de verdad fue todo amor
o fue una alucinación,
un espejismo engañoso en un gran desierto de amor?

Más… ¿qué importa lo que fue?
Realidad o espejismo,
lo sufrí del mismo modo
y del mismo lo gocé.
Más nunca llegué a descubrir
si aquello que yo viví
fue amor
o simplemente un disfraz que la vida me ofreció.

¿Qué es el amor?
Y qué yo,



Francisco Murcia

martes, 8 de agosto de 2017

YO TAMBIÉN LLEGUÉ HASTA AQUÍ

Yo también llegué hasta aquí,
también hice mi camino,
y también mi piel sufrió
y a veces se desgarró
y se quedó hecha jirones
a la vera del camino.

Espinos que entre las garras
de irracionales palabras
se clavaron en nuestra alma,
muy profundo, hasta dentro,
hasta las mismas entrañas.
Y allí dentro ya enterradas
pudriéndose se quedaron
y germinó la semilla
de este odio irracional,
de este odio despiadado.

¿Cómo poder arrancar
¡de raíz!
esta maldita semilla
que anula nuestra razón,
que oscurece el corazón
y que por igual nos mata
a ti y a mi, a los dos?

¿En qué momento perdimos el compás de nuestros pasos?
¿En qué momento las huellas tomaron distinto ritmo?
¿Qué fue lo que nos pasó?
¿Por qué no nos dimos cuenta?
¿En qué roca tropezamos que de tal modo caímos?
¿Por qué después de caídos,
ambos nos arrastramos por divergentes caminos?

Ya no nos vemos,
no nos vemos porque ya no nos miramos.
ya no percibo en tu piel aquellos aromas de antaño,
estoy demasiado lejos, no puedo saborearlos.
ya no sueñas a mi lado,
ya tu gesto se ha alterado.
de aquella sonrisa de ángel que me quitaba el sentido
¿qué ha sido? ¿dónde se fue?
¿Dónde ha quedado escondida esa sonrisa de antes?
Esa mirada de ángel que antes me reservabas
hace mucho tiempo ya que se apartó de mi lado.

Por eso querida mía,
Porque aún te sigo amando,
yo también he de decirte que también llegué hasta aquí
y aquí nos hemos quedado.


Francisco Murcia Periáñez.




lunes, 7 de agosto de 2017

GRACIAS



GRACIAS


Como cada mañana al amanecer, desde hacía ya 14 años, Adolfo corría los visillos de la ventana y desde su cama podía contemplar la salida del sol que asomaba desde el otro lado del mar envuelto en una sinfonía de colores diferente cada día, pero siempre hermosa. Fue lo primero que vio cuando abrió los ojos en la UVI, su cama estaba orientada de modo que desde la ventana podía contemplar el amanecer en todo su esplendor. Aquello hizo que se agarrara a la vida. Dos meses más tarde, Adolfo fue dado de alta hospitalaria, pidió que le cambiaran la orientación de su cama en casa y siguió despertándose justo al amanecer.
-Adolfo, debes salir de casa, ver a tus amigos, recuperar tu vida.
-Estoy harto, me oyes, ¡harto! Llevo ya 14 años escuchando lo mismo y no aguanto más.
-Pero mira, hombre, que es por tu bien.
-Déjame en paz. Quiero estar tranquilo.

Regresaba del trabajo por la autopista, una invasión de su carril y cuando se despertó, se encontraba en la UVI con una fractura de fémur y un traumatismo craneoencefálico  grave que lo dejó con severas limitaciones de movimiento. Con tratamiento y trabajo había recuperado el noventa por ciento de sus capacidades, y se había reintegrado a su oficina de asesor laboral hasta su jubRegresaba del trabajo por la autopista, una invasión de su carril y cuando se despertó, se encontraba en la UVI con una fractura de fémur y un traumatismo craneoencefálico  grave que lo dejó con severas limitaciones de movimiento. Con tratamiento y trabajo había recuperado el noventa por ciento de sus capacidades, y se había reintegrado a su oficina de asesor laboral hasta su jubilación a los doce años del accidente.

Nina, su mujer, notaba como su carácter afable, comunicativo y hasta dicharachero en ocasiones, iba perdiendo esa animación que lo caracterizaba y se agriaba a pasos agigantados a medida que la inactividad lo mantenía en casa. Eso la preocupaba mucho, de modo que el tono afable de sus consejos fue trocando en otro mucho más hosco y expeditivo, que nacía de su impotencia y de la evidencia del deterioro galopante de Adolfo, el cual cada día se hundía un poco más en las arenas movedizas de la depresión.

-Yo no voy a estar aquí siempre para cuidarte.
Nina lo dijo sin otra intención que la de estimularlo a que diera su paseo diario, que dejó de serlo hacía un año para convertirse en ocasional y que, ya iba para casi dos meses, lo había suprimido por completo.

Adolfo no dio muestras de haber oído el comentario, siguió ante la pantalla del ordenador resolviendo su enésimo solitario mientras un rió de recuerdos se despeñaba por los abruptos paisajes de su melancolía. Apenas llega a sus oídos algo sobre que vigile el potaje porque ella debe acercarse al supermercado.

De forma automática, pincha el enlace con Google, y escribe: últimas noticias, abre el primer portal que se le ofrece y un titular resalta sobre cualquier otra cosa: «Un jubilado se arroja desde la azotea en la Avda. Marítima». Se levanta, va a la ventana, mira hacia abajo, nueve pisos, siente vértigo y se aparta instintivamente. Vuelve al ordenador y bajo el titular hay una foto de un cuerpo grotescamente deformado que yace aplastado en la acera junto a un árbol. Regresa nuevamente a la ventana, contempla el arbolito nueve pisos más abajo y lo encuentra inexplicablemente parecido al de la foto. Una extraña sensación de miedo comienza a embargarlo en el momento en que un leve rumor metálico en la puerta anuncia el regreso de su mujer. Adolfo se dirige a ella, la abraza sin decir una palabra, la aprieta contra su pecho, la besa con una ternura que ya casi no recordaba y le susurra al oído:Gracias

Cuando volvió al ordenador, buscó la noticia y la foto, pero no la encontró. Tampoco le importó demasiado. Era una espléndida tarde primaveral. Adolfo y Nina salieron a la calle y contemplaron la Gran Avenida. Junto al árbol no había ningún cadáver. Nina miró al cielo, pareció decir algo a alguien. Adolfo miró a Nina, presionó suavemente su mano al mismo tiempo que en su interior escribía en su corazón la palabra «GRACIAS» y pensó que el sol lo esperaba al amanecer.





viernes, 4 de agosto de 2017

Del anciano, los recuerdos.


Con frecuencia me viene a la memoria una de esas ocurrencias que un día paseaba por mi mente y yo, sin otra cosa que hacer, la cogí al vuelo, la guardé en ese apartado de la memoria donde guardo los remiendos retóricos para usos ocasionales, y ahí lo dejé, pesando que, como ocurre con la mayoría de esas frases que esporádicamente importunan los relajados paseos de jubilado, se cubriría de polvo al igual que el arpa en el ángulo oscuro silenciosa y olvidada. Pero no, no ha sido así. Y la razón tal vez se encuentre en la misma frase sentenciosa que hilvané sin mayores pretensiones y que es la siguiente: “Del niño, la fantasía; del joven, la ilusión; del maduro, la dura realidad; del anciano, los recuerdos.”

Con mis setenta años, colóquenme dónde les plazca, pero yo tengo claro a qué apartado pertenezco. Camino con la frente alta impulsado por mis recuerdos. Ese es el combustible que anima mi vida. Sí, ya lo sé. Todos hablan de proyectos, incluso yo lo hago alguna vez con un cierto atisbo de credulidad. Que hay que meterse en grupos de tertulias, que viene bien el voluntariado de la Cruz Roja, que debería volver a la universidad para hacer alguna carrera; total, el tiempo es lo de menos, me sobra, y no tendría que estar atosigado por aprobar o suspender; incluso llegué a pensar en hacer periodismo, ya saben, por entretenerme. Algunos, muy pocos, hacen todas estas cosas y los tomamos como referencia, lo cual es lógico. Pero la mayoría se olvidan que el camino recorrido para llegar a esos setenta años es diferente para cada persona, y que ese camino condiciona enormemente las etapas finales, mejor dicho, lo que resta para la etapa final.

Me siento como ese anciano buscando los últimos calores del hogar, al lado de las brasas que ya se van cubriendo de ceniza, que acerca sus trémulas manos para aprovechar mejor el poco calor que les queda. Esos son mis recuerdos, esas brasas que aún pueden lucir cuando la leve brisa de la memoria espanta esa tenue capa gris que las va cubriendo. Cuando miro a los lados, veo figuras que se alejan más y más, perdiéndose en la bruma de sus necesidades, de sus quehaceres, de su lucha por la vida, la misma que yo hube de lidiar cuando, embelesado, bebía los vientos por unos ojos que ahora, cuando me gustaría mirarme en ellos, no los encuentro, pasan mirando a otro lado. Pero yo sigo atizando esas brasas, aventando las cenizas mientras suspiro despierto, buscando aquellos recuerdos que me permitan seguir soñando, aunque ya sueñe despierto, recorriendo los caminos que guardo en ese rincón de la memoria donde se guardan las cosas que realmente importaron, aquellas que me marcaron y que marqué para apoyarme en ellas cuando, pasados los años, los azares de la vida pesaran tanto, que mis fuerzas muy menguadas ya no pudieran con ellos.

Si, del anciano los recuerdos. Nuevas amistades, dicen. Nuevos amigos, aconsejan. Haz planes, viaja, apúntate a una clase de baile. Sucedáneos, paraguas rotos que no detienen la lluvia de segundos que se escurre por las alcantarillas de la poca vida que te va quedando. No nos engañemos, hagamos planes para entretenernos mientras los hacemos; algunos, los menos, pueden llegar a ser una realidad y conformar una plataforma sobre la que poder aguantarse; la mayoría de ellos, paracetamol para el espíritu, unos momentos de falsa normalidad, y vuelta a lo mismo.

Pero los recuerdos no me fallan, siguen ahí; solo tengo que abrir el baúl donde los guardé para cargar de combustible los segundos que se van sucediendo. Y escribo porque ahora no quiero perderlos, porque ya no estoy seguro de poder retenerlos, ni tampoco lo estoy de que lo que revivo haya sido cierto tal y como lo recuerdo. Pero es igual, no importa si fueron ciertos, lo que importa es que los estoy viviendo de nuevo, y lo hago con intensidad. “Como si lo estuviera viendo”, ¿recuerdan la frase?. Pues sí, como si lo estuviera viviendo de nuevo. Veo los niños en el parque, el fuego en los picnics, los pinos alrededor, los saltamontes perseguidos por mis hijos, el asado de chuletas y su aroma, la madre troceando esos filetes en trozos muy menuditos para que los niños aprendan a comer sin llenarse la boca.

No, no estoy triste en medio de mis recuerdos, todo lo contrario, soy feliz navegando en solitario por el mar de mi memoria. De vez en cuando hago un alto, anclo el barco en algún puerto, y piso la realidad, la que vivo, la que respiro cada día, esa donde la verdad y la mentira no tienen un gran significado, tan cerca están la una de la otra, que se confunden con frecuencia. Pero estoy ahí solamente lo necesario, lo suficiente para saber que existe tierra más allá del mar de mis recuerdos y que algún día, lo quiera o no, he de desembarcar, cuando ya el mar de los recuerdos, abrasado por el inclemente sol de los años, esté a punto de secarse, cuando ya no sea posible navegar en él. Para entonces, tampoco importará mucho que el barco de mis recuerdos, falto de agua, encalle para siempre en alguna playa desierta donde ya no quede nada que merezca la pena recordar.


Francisco Murcia.  

miércoles, 2 de agosto de 2017

Del suelo a la nube

Me siento como un niño con zapatos nuevos. Es mi primera experiencia en esta ventana abierta el mundo y la curiosidad, a mis setenta años muy cumplidos, me devora. Así, de momento, me gustaría gritarle al mundo todo lo que siento después de una vida que comienza a ser, afortunadamente, larga, cargada de experiencias, y haber sido testigo de un cambio trascendental en la humanidad que solo puede ser comparable con el momento en que ésta dominó el fuego o inventó la rueda o la escritura.

La nube, esa entidad etérea que solo existe en las ondas, nos contiene a todos o a casi todos, y contiene todo, o casi todo. Qué mundo tan distinto a aquel en el que la realidad solo existía a nivel del suelo, en el que todo era lo que parecía y los mensajes los llevaban los carteros o las palomas mensajeras; aquel en el que la rueda del teléfono, como una ruleta mágica, conectaba corazones y emociones. La nube es ese mundo en el que la realidad es y no es al mismo tiempo, en el que los sentidos ya no cuentan; una realidad que no podemos ver ni tocar, pero en la que nos movemos, charlamos, compramos, nos relacionamos. Y todo, sin movernos de los límites de las cuatro paredes de una habitación.

Ante esta realidad, cabe preguntarse sobre la humanidad del futuro, y no quiero imaginarla como una suerte de zombis que se han olvidado de calor de una mirada, la suavidad de un contacto, el arrullo de un susurro y, como no, la charla distendida y amigable ante un vasito de vino o una caña de cerveza. En fin, no quiero imaginar una humanidad en la que el tú esté tan lejos, que no percibamos su existencia.

Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...