martes, 11 de agosto de 2020

Una mariposa en mis rodillas

 La decadencia de mariposas que viven en pastizales y prados.

Una mariposa en mis rodillas.

11 – 08 - 2020

Sentado bajo las frondas de un árbol añoso y enorme, tan grande, que su sombra alcanza donde ya mis pasos apenas llegan. Una mariposa se posa en mis rodillas. La miro, intento descubrir en ella el secreto de su belleza, intento saber por qué Dios quiso vestir esas galas en algo que, apenas hace un instante, solo era una larva, un gusano carente de toda gracia, y ahora, cuando el pincel de sus alas pinta la brisa en colores y dibuja en la mirada de unos ojos ya cansados el perfil de la esperanza, ahora, bajo la sombra de un árbol añoso, grande, gigantesco, cuyas umbrías me acogen, precisamente ahora, ha de morir una belleza que apenas ha sido creada hace un instante, y ya lleva en sus colores grabado lo injusto de su epitafio: “ahora que ya te vi, ahora puedo morir”.

 La miro, me recreo en sus colores y le pregunto por qué, por qué su vida es tan corta y su belleza tan alta, por qué mi vida es tan larga y mis gracias son tan cortas. Le prestaría la vida que me queda sin con ello pudiera prolongar el batir de sus alas, el zigzag de sus vuelos alocados, el paisaje de sus galas vistiendo la esperanza en mi mirada. Pero… ¡ay! Tal cosa no estaba escrita cuando Dios impuso leyes con las que no estoy de acuerdo. Pero son sus leyes, eso que llamamos el orden natural, y aceptamos con la resignación con que se acepta lo inevitable.

 Mientras tanto, guardo cada segundo que esa bella mariposa reposa su cansancio en mis rodillas en ese lugar donde el tiempo no tiene sentido, donde solo es eterno lo que yo quiero que lo sea, donde el tiempo se para y me lo llevo conmigo. Ese árbol, esa sombra y esa bella mariposa me recuerdan unos ojos, una cara, una sonrisa, y al final, me parece presentir el dulce sabor de un beso que se quedó en el aire; tal vez esperando las alas de una larva que, al final, saldría de su capullo y batiría sus alas en un alocado vuelo que llegó hasta mis rodillas.

 Francisco Murcia.

 

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