Sonetos
para un adiós.
Seguimos
inocentes.
Soneto libre XXIII
8 – 12 - 2018
Inocente, en mi inocencia, te creí tan inocente,
que pensé que no había en ti pecado más grande
que una sonrisa hurtada a una mirada anhelante.
Pura y limpia te vi en tu alma, tanto
que tu cuerpo no alcanzó a mancillarla.
No vi mácula en ella de recuerdos escabrosos,
no contemplé en tus rastrojos las señales del pecado.
Así te vi de inocente y así te tomé,
haciendo de mi inocencia el estuche
donde guardar los secretos que ambos escribimos
bajo la umbría de un árbol sentados en aquel banco.
La lluvia no lavó nuestro pecado aquella tarde
y la imagen de tu piel fundida quedó en la mía,
y seguimos inocentes cada uno a su destino.
Francisco Murcia
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