¿Qué ha quedado en mi de ti?
2 – 07
– 2019
Carta a
un sueño que dibujé en una pompa de jabón.
En
realidad, ¿qué ha quedado en mi de ti? Apenas un recuerdo que se esfuma con el
tiempo, apenas los vestigios de un aroma que ya no me sabe a nada, apenas una nube
que se esfuma en un horizonte incierto. Siento tu ausencia como el náufrago
siente la tabla que le falta, vivo el vacío muriendo como muere la planta de
sed cuando no le llega el agua. Y sin embargo, respiro, y te aspiro cada
madrugada con la intensidad con que te tengo en mis sueños, y contemplo los
ocasos sabiendo que por la noche, en esa soledad pintada de penumbras donde
nacen esperanzas, pasearé los jardines que sembramos entre sonrisa y sonrisa,
entre arpegios de silencios que se quedaron flotando. Y aún me pregunto qué ha
quedado en mi de ti. Ya ves, me quedaron el resto de mis noches, me quedaron
las penumbras donde ocultar mis errores. Hoy, cuando el tiempo va pasando como
pasa el agua del río, siempre por el mismo cauce, discurren tus recuerdos hacia
el mar de los olvidos.
A veces
me gustaría odiarte, simplemente por sentirme vivo, simplemente por ser como
cualquier otro, simplemente porque, odiándote, sabría con certeza todo lo que
te he querido. Pero no te odio. Tal vez estuviera equivocado y lo que quise fue
un sueño que, al llegar la madrugada, se evapora con el sol. No lo sé, a estas
alturas, cuando demuestras la misma, o quizá más, volatilidad que una brisa de
verano, vuelvo a pensar que no estaba muy errado al considerar que la eternidad
de una mujer no dura más que la humedad del beso que te ofrece. Y sin embargo,
cómo duele la huella de ese beso cuando esos labios endurecen el gesto de su
sonrisa, cómo duele el alma que transita las tristezas de un abandono no
esperado, cómo manan las lágrimas de unos ojos que pierden el horizonte donde
quedaron clavados cuando perdieron las pupilas en que estaban reflejados.
Sí, a
veces me gustaría odiarte simplemente por no sentirme como la rama abatida de
un árbol que ha perdido su tronco y no tiene a nadie que a ella quiera
agarrarse. Pero no te odio, y ni siquiera intentándolo logro albergar ese
sentimiento. Antes bien, el río de mis emociones baja plácido, tanto, que la
serenidad permite que naveguen los sentimientos más tiernos. Pues bien, mejor
así. No, no quiero decir que sea mejor que nadie, que aspire a ocupar un sitial
en las peanas de algún altar, no, ni mucho menos. Simplemente soy así y no sé
por qué soy como soy. Pero me gusta, me siento bien pensando en que eres feliz,
aunque me ronde una tenue sombra donde se esconde un eco apenas perceptible que
me recuerda eso de “ser hombre”, si bien ese tópico me hace reír.
Cuando
me pregunto qué ha quedado en mi de ti, las respuesta es un recuerdo en el que
sigues viva, a pesar de que estés muy lejos, a pesar de que te hayas convertido
en nube que pasó por mi firmamento sin dejar el menor rastro, solo la humedad
de una promesa que se evaporó al primer beso. ¿Pero ves? Tan solo unos pocos
segundos, y firmaste tu recuerdo para una eternidad.
Francisco
Murcia
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