jueves, 4 de julio de 2019

¿Qué ha quedado en mi de ti?

¿Qué ha quedado en mi de ti?
2 – 07 – 2019

Carta a un sueño que dibujé en una pompa de jabón.

En realidad, ¿qué ha quedado en mi de ti? Apenas un recuerdo que se esfuma con el tiempo, apenas los vestigios de un aroma que ya no me sabe a nada, apenas una nube que se esfuma en un horizonte incierto. Siento tu ausencia como el náufrago siente la tabla que le falta, vivo el vacío muriendo como muere la planta de sed cuando no le llega el agua. Y sin embargo, respiro, y te aspiro cada madrugada con la intensidad con que te tengo en mis sueños, y contemplo los ocasos sabiendo que por la noche, en esa soledad pintada de penumbras donde nacen esperanzas, pasearé los jardines que sembramos entre sonrisa y sonrisa, entre arpegios de silencios que se quedaron flotando. Y aún me pregunto qué ha quedado en mi de ti. Ya ves, me quedaron el resto de mis noches, me quedaron las penumbras donde ocultar mis errores. Hoy, cuando el tiempo va pasando como pasa el agua del río, siempre por el mismo cauce, discurren tus recuerdos hacia el mar de los olvidos.

A veces me gustaría odiarte, simplemente por sentirme vivo, simplemente por ser como cualquier otro, simplemente porque, odiándote, sabría con certeza todo lo que te he querido. Pero no te odio. Tal vez estuviera equivocado y lo que quise fue un sueño que, al llegar la madrugada, se evapora con el sol. No lo sé, a estas alturas, cuando demuestras la misma, o quizá más, volatilidad que una brisa de verano, vuelvo a pensar que no estaba muy errado al considerar que la eternidad de una mujer no dura más que la humedad del beso que te ofrece. Y sin embargo, cómo duele la huella de ese beso cuando esos labios endurecen el gesto de su sonrisa, cómo duele el alma que transita las tristezas de un abandono no esperado, cómo manan las lágrimas de unos ojos que pierden el horizonte donde quedaron clavados cuando perdieron las pupilas en que estaban reflejados.

Sí, a veces me gustaría odiarte simplemente por no sentirme como la rama abatida de un árbol que ha perdido su tronco y no tiene a nadie que a ella quiera agarrarse. Pero no te odio, y ni siquiera intentándolo logro albergar ese sentimiento. Antes bien, el río de mis emociones baja plácido, tanto, que la serenidad permite que naveguen los sentimientos más tiernos. Pues bien, mejor así. No, no quiero decir que sea mejor que nadie, que aspire a ocupar un sitial en las peanas de algún altar, no, ni mucho menos. Simplemente soy así y no sé por qué soy como soy. Pero me gusta, me siento bien pensando en que eres feliz, aunque me ronde una tenue sombra donde se esconde un eco apenas perceptible que me recuerda eso de “ser hombre”, si bien ese tópico me hace reír.

Cuando me pregunto qué ha quedado en mi de ti, las respuesta es un recuerdo en el que sigues viva, a pesar de que estés muy lejos, a pesar de que te hayas convertido en nube que pasó por mi firmamento sin dejar el menor rastro, solo la humedad de una promesa que se evaporó al primer beso. ¿Pero ves? Tan solo unos pocos segundos, y firmaste tu recuerdo para una eternidad.

Francisco Murcia



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