sábado, 26 de enero de 2019

Tan solo una lágrima


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Tan solo una lágrima.
25 – 01 - 2019

Una lágrima, tan solo una lágrima.
De un alma errante,
hambrienta de “tequieros”,
de roces amorosos
y achuchones de regazos entregados,
¿qué se puede esperar más allá de una lágrima,
como último adiós
en el andén donde termina la vida?

Sin embargo,
un arroyo de lágrimas,
un río desbordado
hubiera merecido ese rostro por fin sereno,
en paz,
orlado con el halo de la calma infinita
del infinito viaje de ese tren llamado vida
que termina en un sepulcro,
estación donde lo eterno retorna,
para decirle a los muertos que la vida no termina,
que no es más que una estación,
y la  muerte,
una ilusión de fantasmas que están,
pero que nada son
fuera de los eternos silencios de un infinito vacío.

Fuiste tan grande en la vida,
y tanto fue tu sufrimiento,
que el líquido mar de tus ojos,
¡oh madre!,
se derramó en el camino,
entre vientres abombados y macilentos pellejos
 donde dejaste tus días,
desgranando tus momentos entre rumores de arrullo
y gestos de desespero.

Veo tu cuerpo yerto,
tu rostro sereno,
como no lo había visto nunca.
Un beso en la frente
y el frío penetra por mis labios.
Una lágrima resbala por mi mejilla
y de pronto,
desfilan por mis recuerdos esos besos que no tuve,
todos los besos que no te di,
todos los “tequieros” que mis miedos te negaron,
y todos los que anhelé,
y que siguen escondidos en ese rostro sereno.

Porque sé que están contigo,
como rosas de un jardín que te espera
al otro lado del nicho.
Una lágrima,
tan solo una lágrima.
Claro, somos hombres,
y los hombres no lloran,
eso decía mi padre a quien nunca vi llorar.
Una lágrima bastaba
para el adiós del regazo que nos regaló la vida.


Francisco Murcia. 

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