
Prófugo del edén.
12
– 01 - 2019
Nunca
pensé que la ausencia de una voz
me
causara tal vacío,
nunca
miré los abismos del abandono
como
los miro ahora,
cuando
la voz susurrada quedamente,
como
arrullo imaginado de un amor que yo soñé,
se
pierde
en
un vacío que nunca tuvo nada,
solamente
una esperanza
colgada
de una ilusión perdida,
olvidada
en
las secas ramas del árbol de los días,
de
los meses y los años pasados,
confiándole
a la luna historias para el olvido,
negándole
a los espejos su impúdica crueldad.
Nunca
pensé que el silencio de un murmullo,
apenas
imaginado,
abriera
las cicatrices de las heridas de antaño.
Nunca
pensé que mi piel,
curtida
de desengaños,
se
dejara dibujar nuevos mapas de esperanza.
¡No!
Siempre
pensé que el amor era cosa de los sueños,
y
no quise comprender
que
en los sueños solo hay uno,
el
otro es ilusión,
fantasma
que en las penumbras toma unos ojos prestados
que
me miran,
y
unos labios
que
esculpen en los silencios el dulce sabor de un beso
y
escriben en la alborada el mensaje de un adiós.
Siempre
pensé que el amor era cosa de poetas,
trovadores
silenciosos de la noche,
plañideras
en penumbras escondidas,
ladrones
de miradas y sonrisas,
prófugos
del edén,
donde
el amor terrenal sembró su eterna semilla,
tan
amigos de la noche como enemigos del día,
pobres
ilusos que inventan los amores que les faltan
y
visten sus frustraciones de elegantes fantasías.
Nunca
pensé en un amor que no fuera poesía.
Francisco
Murcia.
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