miércoles, 9 de enero de 2019

Hoy llueve

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Hoy llueve.
9 – 01 - 2019

Hoy llueve, con suavidad, sin estridencias anunciadoras de desgraciados excesos, dejando que las gotas finas del sirimiri jueguen con el aire antes de llegar al suelo, revoloteen, limpien las hojas de las ramas que se balancean delante de mi ventana en cadencioso vaivén, casi voluptuoso,  que semeja el tremolar de las jóvenes caderas que pasean por La Rambla. En el cristal, las gotas se van juntando y se vuelven perezosas, se deslizan formando sinuosos arroyuelos que descomponen la esbelta figura de esas ramas, que bailan como jóvenes promesas entre rumores de amor y confidencias traviesas. Hoy llueve y está de fiesta todo el dosel de La Rambla, los gigantescos laureles, las humildes jardineras, y recuperan su brillo hasta las flores ajadas.

Salgo muy de mañana. Me pertrecho bien: camisa de manga larga, chaleco grueso sin mangas, me enfundo recios vaqueros y me calzo unos zapatos ya viejos, cerrados, de suela alta, y un paraguas por si acaso me cae algún chaparrón. Y vaya que si cayó. Pero fue hermoso de ver esos árboles gigantes darle gracias a las nubes, librarse de todo el polvo y brillar, al modo que tienen las plantas de agradecer tal delicia. Tamborileo de gotas sobre el abierto paraguas, broncos rumores lejanos cuyos ecos se disuelven en los húmedos arrullos de la lluvia. No tengo prisa, disfruto con la música del agua, con los ecos de los truenos que me llegan apagados y el fulgor ocasional de algún tímido relámpago.

Ahora, tras los cristales, contemplo los arroyuelos que las gotas perezosas van dejando, distorsionando la imagen de la danza de las romas que conversan con el aire, y me llevan a otro tiempo, donde los años no cuentan y parece que no pasan, donde son otros paisajes, donde rugen las tormentas con furores celestiales, retumba todo el valle con la fuerza de los truenos y la tierra se estremece con el trallazo del rayo.

Regreso a casa, tranquilo, dejando atrás los recuerdos. Escucho el tamborileo de gotas sobre el paraguas; me deleito con la humedad de la brisa, mientras me ajusto el chaleco y un mirlo busca refugio bajo las ramas de un árbol. Pobrecito, pienso, debe tener su nido y, tal vez, le esperen unos polluelos que estén muriendo de frío. Una tenue llamita que languidece en un fuego mortecino emerge desde las simas profundas del tiempo, donde exhalan los recuerdos sus últimos suspiros y las horas y los días han perdido su sentido, un recinto penumbroso y unas manitas de niño con los dedos ateridos que se acercan a ese fuego, cuatro pequeñas ascuas y una llamita en el medio. Pienso en esos polluelos que, tal vez, se estén muriendo de frío y recuerdo a aquellos niños en el oscuro recinto. La lluvia sigue cayendo mientras contemplo La Rambla, escucho el tamborileo de gotas tras la ventana, y pienso en todos los niños con sus dedos ateridos, sin un fuego ni un regazo donde encontrar el cariño.  Fuera, el suspiro del viento lleva un mensaje escondido, y entre las gotas de lluvia, una lágrima furtiva se escapa de mi ventana y busca aquellas caritas ateridas por el frío.


Francisco Murcia. 

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