miércoles, 14 de noviembre de 2018

Sigo siendo feliz

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Sigo siendo feliz.
14 – 11 - 2018

Es curioso, la verdad es que no me siento vacío, no siento que la melancolía se haya apoderado de mi sumiéndome en las negras simas del abandono, que las lágrimas reverberen sobre mi rostro y los rayos del sol siguen dibujando perlas rutilantes con el rocío que me da los buenos días al despertar la alborada. Sí, es francamente curioso que ya no espere en los ecos dormidos de mis sueños los susurros de un “tequiero”, ni mis ventanas exploren la brisa en busca de aromas de otro tiempo, y sin embargo, sigo viendo el firmamento pintado de azul infinito por el día, y por la noche, la luna sigue saliendo y siendo mi confidente, y los luceros ahí siguen, colgados de los secretos que se encierran en la noche. Todavía hay dos de ellos, juntitos, que tremolan al modo de pestañeos deliciosos, como puntos suspensivos de un relato al que le falta el capítulo final.

Ah el final! Es curioso. Yo soñé con Blancanieves y la vi perdida en el bosque, desvalida, acongojada, temerosa de los silbidos del viento al luchar contra las frondas. Pero eso era solo sueños, imaginaciones mías que se quedaron ahí, ancladas en los ganchos de peligrosas pendientes por las que mi ego se precipitaba a fondos inexplorados. La verdad era muy otra: no había bosque y los vientos jugaban alegres con las rosas de un jardín; la madrastra no era tal, sino una madre cariñosa que no tenía castillo ni espejo mágico alguno y se sentía orgullosa de la belleza de su hija. Pero sí hubo Blancanieves, no como la del cuento, no; pero casi, casi. También se hallaba perdida y el miedo la atenazaba. No era un bosque intrincado de amenazantes penumbras, no había fieras hambrientas ni el silbido de los vientos rompían los silencios de la noche; era un bosque de emociones que chocaban dentro de ella, fauces que le mordían el alma haciéndosela pedazos y mezclándolos en confusos y dolientes torbellinos. Hubo trozos que se fundieron en pétalos para volar con la brisa y descubrir nuevos mundos, entonces brillaron bajo la luz de los sueños; pero otros se quedaron anclados a las raíces, contemplando las cabriolas de los pétalos soñados y sabiendo que su baile no podía ser eterno, pues no existe el infinito ni siquiera al ser soñado. Habrá de venir el día y al despuntar la alborada, solo quedarán los restos de una lágrima perdida.

Siento esa Blancanieves confusa en medio de una tormenta de emociones y quiero prestarle mi universo de sueños imposibles, solo por verla feliz, arrancarle una sonrisa y un pensamiento fugaz, que dure tan solo un segundo y que diga: “que más da, si al final no daña a nadie el que yo pueda soñar”. Yo le presté mi sueño y ella me dio ese segundo. Nos olvidamos del tiempo, encerramos abrazados el cosmos en un suspiro, le pusimos un candado y firmamos un acuerdo entre las mieles de un beso: en el mundo de los sueños yo sería su universo y sería ella en mis noches la luz que rasga mis penumbras y borra melancolías.

Tal vez sea por eso, por ese candado que cerramos con la llave de un beso, que no me siento vacío ahora, cuando los sueños se alejan y las raíces recuperan aquellos trozos de alma que se fueron a vivir las experiencias de un sueño. Sigo viendo esos dos luceros juntitos cuando me voy a dormir, le doy las buenas noches mientras mis dedos trenzan un cabello imaginario y Morfeo me transporta a sus jardines. Él sabe que sigo siendo feliz.


Francisco Murcia.

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