
¡Hola!
27
– 11 - 2018
De
vez en cuando te mando un hola, no como un reclamo de los momentos vividos, no;
no sería capaz de alterar la más mínima vibración de felicidad que pudiera
surgir de un arpa que aún no ha sido olvidada, que está ahí, pero sigue brillando,
y el polvo del olvido aún no se atreve a posar la oscura aura de la
indiferencia sobre el sublime sentimiento del amor que mantiene su estructura.
No, mi hola no es un reclamo, no es un toc-toc a una puerta que nunca estuvo
cerrada, no es el susurro meloso de un falso arrepentimiento. Mi hola es esa
parte del iceberg que brilla sobre una superficie plácida, serena, donde las
tormentas no existen; y bajo esa superficie, una inmensidad de reconocimiento y
de cariño que casi, casi, podría llamarse amor con minúsculas, dejemos las
mayúsculas para amores imposibles propios de los poetas.
Te
digo hola, e imagino una sonrisa en tu respuesta y sonrío yo, casi sin darme
cuenta, como lo hago en mis soliloquios donde tú y yo estamos sentados frente a
frente a la misma mesa. Y te digo tantas cosas, y te hablo como en verso, y sin
dejar de mirarte, imagino los “tequieros” que se quedaron adentro, pero que tú
imaginaste y que ahora están ahí, dentro de ti; recuerdos imperecederos que te
dirán que fuiste algo importante para alguien y que escribiste tu nombre en las
páginas de su vida.
Recuerdo
mucho es alguien de Borges, un alguien que lo es todo y no es nada; tan poca
cosa, que pasa por la vida como una sombra sin rastro y sin embargo, portando
en sus esencias el valor de lo infinito. Ese alguien que no es nada, lo es
todo, cuando en sus soliloquios se ve a este lado de la mesa y al otro, tus
ojos y tu sonrisa. Entonces emerge ese alma de las profanidades de la nada para
erguirse y navegar por los sueños en busca de su infinito. Pero no va solo en
sus sueños, en sus sueños, siempre te lleva consigo.
Ya
ves, te mando un hola. Y lo mismo que el alguien de Borges agradecía las
limosnas de los días, agradezco yo la acogida de mi hola, como ese algo que fue
alguien para ti en otro tiempo. Ya sabes que el tiempo es caprichoso, que hoy
es y mañana ya no existe; pero existen los recuerdos y esas huellas con las que
hicimos camino. Leo en ellas, y con ellas hablo incansable cuando mis pies ya
se cansan. Me siento, escucho el rumor de los árboles y entonces te noto cerca,
sentada a mi lado, en ese banco, y a nuestro alrededor, las palomas con sus
cortejos.
Sí,
ya sé que hablo solo, que no eres más que un sueño. Pero hubo un día en que
dejé de ser algo, para convertirme en alguien que supo escribir su nombre en
las páginas de tu vida. Y cuando surge ese hola silencioso, suave, que te
invade como una caricia, sé que sonríes y que, al mismo tiempo, tus ojos se
humedecen y brillan más y tu mirada se
pierde en un horizonte invisible que solo existe en los sueños.
Francisco
Murcia.
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